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de Gabriela Valenzuela Navarrete sobre Viviendo entre ángeles
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APLAUDIR A JITOMATAZOS (II Y ÚLTIMA)
Por obra y desgracia de ese quizás inconsciente y en definitiva despreciable culto a la personalidad, que entre otros engendros nos ha regalado el horror de ver publicaciones periódicas impresas en las que, un día sí y otro también, un texto de Fulano aparece acompañado de la foto del susodicho; por desgracia y obra del incienso jamás suficientemente ofrendado a la Persona, somos testigos de una paradoja perversa: no solamente parecieran ser menos importantes el qué y el cómo, hasta el grado de soslayarlos siempre a favor del quién, sino que, en el límite del exceso, también pareciera ser más importante ese Quién que habla de Otroquién, de quien habla como si estuviera haciéndole el favor, cuando en realidad, en el fondo, lo que está haciendo es hablar de sí mismo.
Lo anterior no es mero cantinfleo, como quiso creer uno de los escasos lectores de estas líneas: para comprobarlo, basta revisar casi cualquier publicación de corte farandulesco en la que ahí sí, a pesar de que se supone que el tema es el cine, raramente se habla de cine o de aquello que, en su entorno, efectivamente lo influye, como la crítica. De lo que suele hablarse en esos medios es, más bien, de todo aquello que a nadie le importaría si no hubiese sido hecho/dicho/vivido por algún personaje célebre que trabaja en el cine.
"¡SE LO DIGO YO!"
Volviendo a Quién, que suele perpetrar sus contribuciones a la propia celebridad ejercitándose en la lógica según la cual ya encarrerado el ratón que chingue a su madre el gato, es rarísimo que en sus opiniones públicas prive a los lectores del placer dudoso de hablarles desde una primera persona que, según eso, no admite objeciones por el sencillo hecho de ser lo que es. "¡Se lo digo yo!", como decía Cortázar que dicen muchos argentinos a la hora de pretender que sellan la veracidad de algún aserto. El efecto es directo y por lo regular irresistible: basta con ser yo para decir cosas como las que dice Yo, así que si Yo despotrica, también yo despotrico; si Yo decide que nada de lo que hay en cartelera vale la pena, también yo decido eso; y si Yo habla como si el cine fuese la cosa más mal hecha de este mundo y por eso nunca le gusta nada, también yo...
DE A PECHITO
Para justificar la fama de leñador, nada más sencillo que tomar una de las tantísimas películas que casi parecen hechas ex profeso para que llegue el hacha de Quién y las haga pedazos. Cintas que se ponen de a pechito para aplicar la capacidad de hacer escarnio nunca han faltado ni faltarán, pero eso no significa que todas las películas disponibles en un momento dado compartan dicha naturaleza; mucho menos quiere decir que irremediablemente sea menester ocuparse de ellas, y muchísimo menos implica que, a partir de la reiterada elección de ese cine, más la asimismo reiterada manera de abordarlo, haya que considerar un modo de proceder así como el único interesante o, peor aún, como el único a secas.
Que a Quién esto lo tenga sin cuidado podría ser problema de su personal incumbencia, y no valdría la pena mencionarlo a no ser porque ahí, en el derramamiento de una hiel que permite especular en la posibilidad de estar ante un ejemplo más del tristemente clásico creador frustrado que considera mal filmado todo lo que no filmó él es decir, todo; ahí, en la exhibición de recalcitrancias y exabruptos gratis, se incuba una distorsión que no lo daña a él, ya de suyo dañado, sino a quien cree que así es la cosa y así está bien y hasta resulta divertido; que la crítica consiste en hablar tan mal como sea posible de Alguien, tomando para ello como excusa lo que Alguien hizo, sin que a final de cuentas importe lo que hizo, ni Alguien, sino Quién.
Pocas cosas hay más aparentemente fáciles pero en realidad tan complicadas como hacer la crítica de la crítica. Sin embargo, de cuando en cuando es necesario hacerla. En cuanto a ésta, lo menos que se ha dicho podría resumirse en aquel diálogo de El túnel, donde Ernesto Sábato dice, a través de su personaje principal, el pintor Juan Pablo Castel, que los críticos en ese caso de artes plásticas, en éste de cine no son más que una suerte de médicos que quieren operar cuando en realidad jamás han tenido en sus manos un bisturí. Hay que estar en contra de la opinión sabatiana, desde luego, pero eso no debe conducir a nadie al extremo de actuar como si el crítico fuese la única persona que puede hablar autorizadamente de algo, y menos si esa supuesta autoridad se basa en lo que suena más bien a desprecio y amargura enfilados contra aquello que se aborda.
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