Juárez
ALFONSO REYES
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Juárez
Vencidos por el momento los conservadores, y amenazada de desamortización la Iglesia (conflicto que se volvió herencia), algunos engañados cometen el imperdonable error de pedir a Napoleón iii la fundación de un imperio en México. Quieren acabar de una vez con las utopías liberales, poner término a la anarquía y delegar la nacionalidad en manos más expertas, salvándola así (según ellos pensaban) de los nacientes riesgos que suponía la vecindad de un pueblo poderoso en el norte. Entonces acontece algo comparable al reventar de un absceso interno. Los malos humores se van al torrente de la sangre y hacen daño por todas partes. Pero a veces y así sucedió entonces logra el cuerpo eliminarlos e irlos expulsando.
Los conservadores, a efectos del rencor reciente y aunque entre ellos hubiera patriotas y hombres de buena fe, pasaron a la categoría de ofuscados, de cómplices del invasor. Y los liberales, en el primer instante aplastados, se alzaron de pronto con la representación genuina y congruente de la nación, con el sentido claro de sus responsabilidades y del único camino posible. En la mente del salvador de la República, Benito Juárez, o más bien en su voluntad, se calienta y modela definitivamente el metal de la patria, hasta entonces mezclado e informe. De allí sale ya hecho una espada.
Juárez ha sido censurado. La censura afecta unas veces a pequeñas particularidades que aquí no importan. Nos importa la censura cuando se refiere al conjunto de su obra, a su orientación general. Tal censura procede, en unos casos, por la senda que llamamos pasión. En otros, por la senda que llamaremos, mejor que acción, inercia. El resultado de estas censuras es el ofuscamiento de la evidencia en la historia. El efecto sobre la cultura política es la desmoralización. Me explicaré sobre estos conceptos: pasión, inercia, evidencia, desmoralización.
Pasión: Ni siquiera uso la palabra con intención agresiva. La pasión ofrece una integración de estímulos humanos que, si no es conscientemente aviesa, merece algún respeto. A quienes no participan de la filosofía política de Juárez les reconozco el mismo derecho de examen que para mí reclamo. Pero estimo que los apasionados, aunque están muy en su terreno cuando lamentan la dirección que Juárez imprimió al movimiento nacional, se extralimitan y por aquí niegan la evidencia cuando olvidan que el camino abierto por Juárez era, en sus circunstancias, el único que se ofrecía a la salvación de México. No discuto principios, señalo hechos.
Inercia: Ante la evidencia que acabo de señalar, opera la inercia del espíritu. Una de las formas más disimuladas y agudas de la pereza mental es la incomprensión, ciega y por arrastre adquirido, ante las cosas obvias; la incapacidad de objetivación; la impotencia de los resortes lógicos ante los hechos que deben aceptarse como hechos. El afán de originalidad risible en el fondo provoca secundariamente este error del espíritu. Antes dije: los adversarios pueden lamentar, no negar. Ahora digo: por inercia, y secundariamente por extravío paradójico, algunos no se conforman con no admitir, y quieren que se entienda la historia al modo del cómico personaje de Pérez Galdós no como fue, sino como ellos juzgan que debiera haber sido. ¡Claro! ¡Ojalá no hubiera habido duelo entre liberales y conservadores! ¡Ojalá no hubiera habido intervención extranjera!
El concepto de evidencia queda ya de paso establecido. El de desmoralización se reduce a considerar el funesto efecto que tiene para la educación cívica el escatimar el reconocimiento al austero gobernante que salvó a la patria.
Recapitulemos. Nadie ha visto un río en formación, cuando todavía no tiene hecho el caudal ni ha optado por un cauce definitivo. Pero la historia es mucho más veloz que la geografía, y podemos apreciar mejor, en la perspectiva del recuerdo, los pasos incipientes de una nación, sus tanteos hacia la autonomía primero, y luego sus crisis y convulsiones hacia la conquista de las libertades cívicas.
Los precursores sólo pensaban en ofrecer al Rey de España un trono saneado de todas las "peligrosas novedades" que el liberalismo francés importó a España. Esa entidad nueva que apareció en las cortes de Cádiz, el Pueblo Español, ¿qué tendría que ver con la Nueva España? No: la Nueva España dependía del Monarca. Si la Vieja España le ponía al Monarca cortapisas, había que arrancar a México de la Metrópoli europea, y ofrecérselo, en toda su pureza de dominio absoluto, al Hombre de Derecho Divino.
Un instante después, todo ha cambiado: Hidalgo, el Padre de la Patria, ha concebido ya el ideal de una nación libre, y en este empeño lucha y perece. Morelos lucha y perece en plena batalla por la remodelación social. Y cuando Iturbide un instante más parte con la espada el nudo gordiano, la nación andaba todavía tan primeriza, que se deja coger en la trampa de un sueño imperial y aventurero.
Pero un secreto instinto como esa honda gravitación que gobierna el curso del agua y junta los racimos de afluentes para ir engrosando el río y perfilando su trayectoria sobre el suelo, un secreto instinto dice al oído del pueblo que, una vez transpuesto el gran obstáculo, una vez hecho el gran sacrificio, lo mejor es atreverse a la fórmula última y más promisoria de las libertades nacionales. Y es la República. Y empieza a crecer la República, entre el vaivén, el tira y afloja de los que insisten en la tradición por un lado, y los que insisten en la esperanza, por el otro. Este vaivén inevitable más aún; indispensable hace veces de circulación, y anuncia la viabilidad del nuevo ser político. Pero, en sus orígenes, suele perturbarse, enredarse en arrepentimientos y asfixias, embarazar al embrión y, en ocasiones, matarlo.
Hubo un día en que este vaivén de liberales y conservadores estuvo a punto de matar a la joven República. Y Juárez aparece entonces como ese último punto providencial en que se refugian la vitalidad y la conciencia del ser en peligro. La nación se reduce a las proporciones del coche en que Juárez peregrinaba, salvando las formas del Estado. Juárez-Eneas: Juárez, el hombre que sale del incendio. Segundo padre de la patria, pero ya con la experiencia adquirida por las vicisitudes de medio siglo. En aquel inmenso "borrón y cuenta nueva" que le toca llevar a cabo, traza el cauce por el que habrá de correr el río, y abre una era definitiva en nuestra historia. Por primera vez una conciencia hizo tabla rasa de los hechos amontonados por la casualidad, y comenzó a reedificarlo todo con un plan seguro, con un propósito inquebrantable. Ahora ya no es la naturaleza ciega: ahora es la inteligencia humana. De la frente de Benito Juárez salta la imagen alada de la República.
Y cuando esta hija del espíritu, con los años y con el bienestar mal administrado "Materialismo siglo xix", eche carnes, se aburguese y amenace perder la buena economía del cuerpo y del alma, por causa de la vida antihigiénica, entonces habrá de someterla valientemente a una vida ascética y gimnástica, a una revolución como a una intervención quirúrgica; habrá que devolverle la línea, y ponerla como hoy se dice a régimen: a un Nuevo Régimen, que no lo sea solamente de dientes afuera.
Las Leyes de Reforma y la Constitución del 57 quedan como huella escrita de aquel duelo definitivo entre liberales y conservadores. Leyes y Constitución que eran todavía poca cosa para lo que faltaba hacer, pero que hicieron posible respetadas hasta cierto punto, sorteadas a veces con maña y a veces con fuerza un alto en el camino. Este alto, sueño reparador del cuerpo después del sobresalto sufrido, fue la Paz Porfiriana.
Por lo demás, Hidalgo, Morelos, Juárez, tienen todavía mucha faena por delante. No se han quitado todavía las botas de campaña.
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