Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 21 de mayo de 2006 Num: 585


Portada
Presentación
El impasible
HÉCTOR PÉREZ MARTÍNEZ
Juárez
ALFONSO REYES
Sobre Juárez
JUSTO SIERRA
Principio para un canto a Juárez
RUBÉN BONIFAZ NUÑO
Juárez: indio, liberal y masón
ALFONSO SÁNCHEZ ARTECHE
A Juárez
CARLOS PELLICER
Albricias
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO
Bazar de asombro

Columnas:
Enrique López Aguilar

Verónica Murguia

Angélica Abelleyra

Luis Tovar

Marco Antonio Campos
Noé Morales Muñoz

(h)ojeadas:
Reseña de Gabriela Valenzuela Navarrete sobre Viviendo entre ángeles


Directorio
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MARCO ANTONIO CAMPOS

ENSERES PARA UNA BIOGRAFÍA

Jorge Bustamante nació en 1951 en Zipaquirá, Colombia, una pequeña ciudad donde la sal se vuelve forma artística en su centro hasta convertirse en catedral. Becado por la urss, estudió de 1971 a 1978 la carrera de geología en Moscú, lo que le permitió asimismo adentrarse en la poesía rusa de los siglos xix y xx. Regresó a Colombia a trabajar como ingeniero geólogo en el Cauca y Nariño, pero una experiencia política extremadamente incómoda lo hizo emigrar en 1980 a San José, Costa Rica, donde trabajó en una mina de oro de Guanacaste, a la orilla del Pacífico, publicó una antología de poesía joven costarricense y descubrió, o quizá se le reveló, la poesía de Apollinaire. Desde 1982 vive en Morelia, Michoacán. Vivir, digo, es un decir: por su trabajo de ingeniero geólogo ha debido explorar y conocer las infinitas piedras que hay en el norte y el centro del país. Neruda escribió un libro de poemas sobre las piedras de Chile; alguna vez Bustamante nos dará uno sobre las piedras de México.

Menos que libros científicos, Bustamante se acompaña en sus residencias de trabajo de libros de poesía para que convivan la música de las palabras con el roce y los sonidos de las piedras y los minerales. La geología dura y áspera del norte de México contrasta drásticamente con la suavidad del trato de Jorge y la melancolía concentrada de sus versos. Bustamante parece escribir, como quería Wordsworth, tiempo después de que los hechos e imágenes ya se han trasminado de tal manera que se han vuelto de manera secreta sueños convertidos en palabras.

En sus mejores versos Bustamante fija aquellos instantes amorosos que cayeron como llanto en agua ágil, el fracaso que disminuye y ensombrece el alma, las inutilidades de los regresos, los sueños que se olvidaron en alguna esquina de una ciudad por la que se pasó, las sombras del "recuerdo de algo, de nada, de nadie", la música de unos "ojos verdes de muchacha/ fugaces para siempre/ a sus dieciséis años", los rostros de la infancia que se han desvanecido, lecturas, como la de Proust, que son "una manera/ de aprender muriendo", pero donde se hallan asimismo la conformidad con lo que se ha tenido: las amistades, el vino, la poesía, la risa, el mar, las piedras que nos hablan... La suya es una voz muy del altiplano colombiano, muy del altiplano mexicano, dicha a media sombra, discreta como leve aire.

En su orbe lírico se integran momentos vividos en el país natal y en Rusia con momentos en ciudades y paisajes mexicanos. Con Rusia (lo ha escrito en un texto autobiográfico) sostiene un "continuo diálogo" y le es una "permanente revelación". Gran conocedor de México, su ciudad, "la ciudad que habita", su puerto de matrícula, es Morelia, y en un poema aun se declara enamorado de cada calle y de cada árbol que hay en ella. En el poema recuerda la vista lejana desde las colinas de Santa María, la catedral cuyos tañidos de campanas resuenan hasta las plazas del fin del mundo, las arcadas donde se han contado a través de los siglos todas las historias de la vida de la ciudad, el acueducto que parece alejar a la ciudad vieja de varias nuevas, las iglesias coloniales, el jardín de San Diego, esa ciudad de piedras róseas que parecen puestas en su exacto sitio, esa ciudad a la que Neruda en los años cuarenta visitó cuatro veces y no dejó de llevar en la casa del corazón. Pero siempre muy dentro de Jorge, en el silencio y en el dolor, en un silencio doloroso, se abre la herida de Colombia. Un país bellísimo, un país feraz al que sobran los recursos naturales, pero que los propios colombianos, en un afán de destrucción cainita, se niegan a la reconciliación y niegan la vida. Menoscabada por la ambición de una oligarquía ciega, por gobiernos liberales y conservadores que, como diría García Márquez, sólo se distinguen ideológicamente por la hora en que van a misa, por el narcotráfico homicida, por una guerrilla que ya es más una agrupación criminal que una organización que aspire al poder para acabar con la injusticia y la desigualdad, por paramilitares tan criminales como la guerrilla o los narcotraficantes, Colombia es un país que, se dice el propio Bustamante, no se sabe siquiera si es un país ("Tristeza por la patria"): "Qué país es ése donde las amapolas/ Amanecen con sueños abiertos/ Mirando los sueños de los hombres/ Romperse contra el paisaje [...] Cuál será ese país del que me hablan/ Donde los poetas se desgarran y cantan/ Cantan desgarrados mientras los tiros suenan/ Por las calles locas de la locura loca/ Me hablan de un país/ Y me dicen ‘pero si ése es su país’/ Y yo les digo que sí, que cómo no,/ Que ése es mi país, el del silencio."

Muy colombiano, muy ruso, muy mexicano, melancólicamente próximo a los abedules, los sauces y los eucaliptos, a las esmeraldas y al oro de Colombia y a las piedras y minerales del centro y el norte de México, a los versos de Pushkin, de Ana Ajmátova y Aurelio Arturo, a la narrativa de los clásicos rusos del xix, de García Márquez y Fernando Vallejo, a la música de vallenato de Rafael Escalona y a las canciones de los Beatles y los Rolling Stones, a los regresos inútiles y a la luz inextinguible, Bustamente es un poeta que habla de la necesidad de salvar lo poco bueno que nos dejan las heridas en el desasosiego de las largas batallas y de las pérdidas en el naufragio.

La poesía nace del corazón del hombre y va al corazón del hombre; y de corazón a corazón llega al lector la poesía de Jorge Bustamante bajo la luz apagada del atardecer en la despedida de los pájaros.

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