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Reseña
de Gabriela Valenzuela Navarrete sobre Viviendo entre ángeles
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VIVIENDO ENTRE ÁNGELES
GABRIELA VALENZUELA NAVARRETE |
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Laura Restrepo,
Dulce compañía,
Alfaguara,,
México, 2006. |
Ángel pleno de alegría, ¿conoces la angustia,/ la
vergüenza, los remordimientos, los sollozos, los
enojos/ y los vagos terrores de esas noches espantosas/
que oprimen el corazón como cuando nosotros
arrugamos un papel?
Charles Baudelaire
En alguna ocasión, escuchaba a una anciana hablar sobre el día que conoció a un escuadrón durante la Revolución de 1910, que le pidió a su madre que les diera de comer y, al negarse la mujer, intentaron robarle una gallina, que fue defendida a punta de escobazos hasta obligarla a presentarse ante el general encargado del regimiento. A primera vista, este parecería un relato curioso e incluso cómico; sin embargo, visto con detenimiento, revela una realidad mucho más cruda: los abusos de los soldados en tiempos de anarquía, el hambre que pasaban tanto los que peleaban como los que se quedaban en los pueblos y el esperado sometimiento de la mujer a la voluntad del hombre, marido o militar...
Así es el relato que Laura Restrepo cuenta en su novela, Dulce compañía. No que la escritora colombiana se refiera ahora a la Revolución mexicana, sino que, detrás de la aparente historia sencilla de una reportera que se enamora de un joven extrañamente hermoso, se deja traslucir una realidad mucho más cruda e hiriente que un desengaño amoroso: la de los cinturones de miseria que día a día van creciendo alrededor de las capitales adineradas y las historias de quienes viven en ellos, humanos y reales como cualquier lector que abra estas páginas.
El Barrio de Galilea en Santa Fe de Bogotá. Ironías de los nombres: un día esta ciudad que lleva la creencia en el nombre se despierta alborotada y trastornada por la repentina aparición de un ángel en uno de los distritos más miserables, uno de esos lugares de los que no figuran en ninguna parte hasta que algo extraordinario los saca de su no existencia. Y lo extraordinario es, en esta ocasión, la súbita aparición de un mensajero celestial que, para la gente que vive en ese barrio, significa que Dios no se ha olvidado de ellos.
¿Cuántas veces no hemos escuchado historias similares? Hoy se aparece la sombra de la Virgen María en una pared, mañana un crucifijo llora lágrimas de sangre, pasado San Judas Tadeo se ha hecho visible en la puerta de un horno de estufa... El tema, incluso, tampoco es nuevo en la literatura o en el cine, pues ya historias como Tomóchic, La increíble historia de la Santa de Cabora o Santitos lo han tratado. Lo interesante es ver cómo esos milagros villanos aparecen una y otra vez y la gente cree en ellos como si vieran a Cristo resucitado. Prácticamente todas las disciplinas del saber científico se han encargado de tales hechos sobrenaturales sin menguar en lo más mínimo la fe de los testigos.
El ángel de Laura Restrepo podría haber aparecido en cualquier otro lugar y cualquier otro autor podría haber escrito la historia. Pero quién sabe si ese otro escritor hubiera hecho lo que la autora de Delirio: trascender la historia de amor idealizado y casi sacrílego entre el supuesto ángel y la reportera convertida en virgen, para trazar también los mapas de otros temas más trascendentales, como la marginación social en las grandes ciudades latinoamericanas o el manejo hábil e inescrupuloso que la Iglesia puede hacer de ese tipo de "fenómenos" milagrosos.
Y es que si la historia no se situara en Galilea y en Barrio Bajo, no tendría la misma fuerza, los personajes perderían la esencia que los hace trascendentes. Sor Crucifija no sería la habilidosa estratega que hace crecer el fervor hacia el ángel, ni el padre Benito representaría a esos malos sacerdotes que se aprovechan de las mujeres inocentes que algunos padres les entregan como sirvientas simplemente para ahorrarse el gasto en su comida, ni Sweet Baby Killer sería esa fortachona luchadora, guarura angelical, que representa la ciega candidez de las gentes de barrios como Galilea, a quienes un súbito milagro les recuerda que la vida es más que privaciones perpetuas.
Escribir una historia así no es nada fácil. Aunque el estilo de la autora sin rebuscamientos, sencillo y coloquial hace que las hojas se deslicen con una rapidez sorprendente, retratar la amarga existencia de los barrios marginales, los vericuetos de los cultos religiosos oficiales e informales o los síntomas de la enfermedad mental sin caer en el discurso panfletario o quasi caudillista no es cosa fácil. Mezclar algo tan profundo como la idiosincrasia popular con la trivialidad de una historia de amor platónico, sin caer en lo comúnmente llamado "literatura light", es como intentar mezclar agua y aceite y no conseguir un batidillo repugnante. La línea que separa a las historias light de las que finalmente logran trascender es tan fina como la que decide quién puede ser clasificado como loco y quién puede asegurar que goza de buena salud mental... si esto es posible.
Esta última reflexión nos lleva a una pregunta más respecto de Dulce compañía: ¿cabrá la posibilidad de que el ángel de Galilea en realidad sea un enfermo mental de beldad fuera de lo común, y que su culto sea más bien un episodio de histeria colectiva, propiciado en parte por esos atributos físicos, hábilmente manejado y tan intenso que atrapa en su remolino hasta a quien profesionalmente se le exige objetividad? Eso es también posible dentro de la historia de Restrepo. Sus lugares, sus actores lo permiten y lo hacen hasta natural y comprensible. Finalmente, hoy en día, quien asegurara haber presenciado un milagro primero sería tomado por loco antes que por bendito. Sin embargo, en la historia del ángel de Bogotá, en los abismos de esa religiosidad popular que sube por las cañadas y las calles sin pavimentar de las ciudades perdidas, hay una lógica otra que obliga a todos incluso al lector a creer que, por un día, los ángeles han dejado sus nubes y sus liras para tocar a los pobres mortales que habitan hasta en los rincones más apartados.
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