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Angélica Abelleyra
Karla Jasso: de arte, tecnología y liberaciones de afectos
Para ella la historia es el campo donde la parte imaginativa del ser
humano puede ser totalmente autónoma. Permite el viaje sin que
un tiempo cronológico te determine. Saltas cuando y donde quieras,
por lo que te facilita ser, sentirte libre. Es por algo de eso que
Karla Jasso (Morelia, 1976) decidió que la historia inundara su persona
y, más en específico, hizo que la historia del arte se convirtiera
en una extensión de su vida, muchos años nómada y siempre alimentada
por la lectura, la disciplina y una interpretación atenta a
los fenómenos artísticos de la contemporaneidad.
Con una madre de Mazatlán y un padre tapatío, creció en Morelia
con el deseo de estudiar filosofía o arqueología. Pero concluyó
la carrera de diseño gráfico por mera disciplina, en Guadalajara,
cuando tuvo un encuentro con un artista y una disciplina que llenarían
después sus expectativas: el maestro Aramburen y la historia
del arte. Aquel pintor abstracto y ermitaño que veía en ella a
una historiadora más que a una diseñadora, impulsó a Karla para
que estudiara casi las dos carreras a la vez.
Tras cuatro años de formación en la capital de Jalisco, fue a Italia
a especializarse en historia del arte. Se percató de que lo clásico no
le interesaba, sino lo underground y ciertos fenómenos artísticos
contemporáneos. Ya de regreso, en el DF centró sus energías en
una maestría en estudios de arte en la Universidad Iberoamericana
(UIA). Supo más que nunca que la estética y el arte contemporáneo
la conectaban, y afianzó su interés en una tríada que dio origen a
una investigación, una beca y un libro: Arte, tecnología y feminismo.
Nuevas figuraciones simbólicas (UIA, 2008).
Cuando presentó esta investigación como proyecto, ganó la beca
de la Fundación Getty para trabajar en el equipo de archivos de
arte contemporáneo del Institut National
d’Histoire de l’Art (INHA) en París: “El
enciclopedismo a todo lo que da”, recuerda.
Esa incursión fue todo un acontecimiento
marcado por desilusiones. Una
de ellas, el tema del feminismo que llevaba
a cuestas mientras advertía que en
París era un tópico fuera de circulación.
Otra: la contemporaneidad que se investigaba
en aquel instituto era las vanguardias
del siglo XX. Entonces, tener a una
mexicana que hablaba de arte electrónico,
ciborg y ciberfeminismo resultaba
casi impronunciable. Pese a todo, gracias
al rigor de aquel espacio, volvió a experimentar
la disciplina teórica, disfrutó del
acceso a archivos contemporáneos en
Europa, de restringida consulta, y adquirió
un conocimiento desbordante mientras
visitaba los tugurios del arte sonoro
en París.
Abordar un tema novedoso le trajo
dificultades: encontrar pocos interlocutores
y comprobar la nula información
existente allá sobre arte latinoamericano
en la relación arte-tecnología.
Cabe señalar que Karla ya tenía esbozada
su investigación sobre arte, tecnología
y feminismo,
basándose en el
trabajo de tres artistas:
Lee Bul (coreana),
Catherine
Ikam (francesa) y
Victoria Vesna (estadunidense).
Sin
embargo, aquella
estancia también
la conectó con su
interés en América
Latina y las redes
que ya ha establecido
para su tesis de
doctorado: Artes electrónicas en Brasil y
México. Dispositivos en situación.
Luego de la estancia parisina, en
México fue invitada a dar clases en la
Ibero sobre arte contemporáneo y teoría
crítica, publicaron su libro y se inscribió
en la UNAM para hacer su doctorado.
Además combina toda esa estructura
teórica en la subdirección curatorial del
Laboratorio Arte Alameda.
Tecnofílica absoluta, la motiva la
idea de desmontar las historias que se
han construido sobre las artes electrónicas
y cómo éstas pueden ser, o no, agentes
liberadores de afecto. Le importa
enfocar la tecnología no desde el punto
de vista comercial, de consumo, posicionamiento
y elite, sino interpretar
los casos en que se desdoblan los sentidos
de uso, fantasía y ruina, como es el
caso del artista visual Gilberto Esparza,
quien con su serie Parásitos urbanos genera
una carga emotiva con esos robots
hechos con tecnología reciclada para
emular a los “diablitos”, esa práctica popular
tan mexicana de robar la electricidad,
nexo entre burla, metáfora
de sobrevivencia y subversión al sistema.
También Karla analiza esta liberación
de afecto a través de las tres artistas
incluidas en
su libro, donde sus
obras reflejan obsesiones
individuales
y colectivas entorno al
cuerpo: el ciborg
como figura monstruosa,
la nostalgia de la arne
frente al rostro digitalizado
y la fabricación
de vida
artificial: temas e
interrogantes que
quizás ocuparán nuestras vidas cada
vez más.
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