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Verónica Murguía
Habas suecas
En el ensayo La vicaría culpable, el poeta W. H. Auden afirma que los aficionados a la lectura de novelas policíacas son adictos a estos libros de la misma forma que los amantes del alcohol o el tabaco: “Los síntomas son: en primer lugar, la intensidad del deseo –si tengo trabajo que hacer, tengo cuidado de no acercarme a ningún libro de detectives, pues una vez que me enfrasco en la lectura de uno, no puedo trabajar o dormir hasta no haberlo terminado”, confiesa.
Luego Auden habla de la especificidad de su antojo; no podía concebir una historia detectivesca si no sucedía en Inglaterra. Y es que a Auden no le tocó leer a dos escritores suecos que, lo confieso, me convirtieron en una adicta de primera: Henning Mankell, y el prematuramente fallecido Stig Larsson, autor de Los hombres que no amaban a las mujeres, cuyo título original es Los hombres que odiaban a las mujeres, endulzado en su versión castellana e irreconocible en la inglesa: The Girl with the Dragon Tattoo o La chica con el tatuaje de dragón.
Después de leer la novela me di cuenta de que el título original, aunque brusco, es el bueno. En la primera página, el anciano Henrik Vanger, en el día de su cumpleaños, espera que llegue, por correo y sin remitente, una flor seca colocada sobre un cartón. En otra parte de Suecia, un viejo policía retirado, el superintendente Morell, espera la llamada de Vanger. El teléfono suena con puntualidad, los ancianos intercambian impresiones; la flor, como siempre, viene de un país lejano y llega en el aniversario de la desaparición de la sobrina predilecta de Vanger; un caso que jamás se aclaró. En el segundo capítulo entra en escena el héroe: el periodista Karl Blomkvist, quien cubre la fuente financiera para la revista Millenium y que, en plena guerra contra un empresario corrupto, sufre un revés al ser condenado a pasar noventa días en la cárcel por difamación.
Vanger contrata a Blomkvist para que averigüe qué pasó con su sobrina y quién diablos le manda flores en el aniversario de su ya lejana desaparición. Páginas más adelante aparece la chica del tatuaje, la misteriosa punk Lisbeth Salander, quien sufre de una forma de autismo que se llama síndrome de Asperger, que le permite funcionar en sociedad con unos modales extrañísimos, una espeluznante falta de miedo y una cabeza extraordinaria para las computadoras.
Como en cualquier novela policíaca, y tal como Auden decía, el interés radica en “la dialéctica entre la inocencia y la culpabilidad”, pues “como en la tragedia aristotélica, hay un Ocultamiento (los inocentes parecen culpables y los culpables parecen inocentes) y una Manifestación”. Es decir, el develamiento de la verdad. Pero no sólo sucede eso: la novela policíaca contemporánea, distinta de aquellas que Auden leía, es, cuando buena, un género que muestra las grietas encubiertas de la sociedad, la interacción entre clases sociales, entre el Estado y el individuo, entre la ley y el crimen, entre hombres y mujeres.
Una broma recurrente entre los lectores de las novelas de Mankell era que si el sufrido inspector Wallander pasara una noche en un Ministerio Público de Iztapalapa, se volvería loco. Así de distintas son la sociedad sueca y la mexicana, pero tengo para mí que la diferencia es cuantitativa: hay millones de mexicanos en el df y las ciudades suecas son pequeñas. Los crímenes, sin embargo, tienen una esencia común: el criminal se siente omnipotente y suele actuar amparado por la corrupción. En el caso de esta novela, el villano es sumamente misógino, y machos cobardes hay en México montonales.
Larsson, antes de escribir sus novelas, fue un activista político de izquierda y director de la revista Expo, publicación que denunciaba las asociaciones racistas y de extrema derecha. Esto le atrajo las antipatías de locos que lo amenazaban de muerte con regularidad. Al morir, a los cincuenta años, dejó tres manuscritos completos para su serie de novelas y uno incompleto para la cuarta. En Ystad, el pueblo donde ocurren las novelas de Mankell, se filman ahora mismo seis episodios de televisión basados en las sinopsis de las tercera y cuarta novelas.
La súbita muerte de Larsson, por un ataque cardíaco masivo, suscitó una serie de rumores: se suponía que sus enemigos lo habían envenenado para detener su trabajo periodístico. Estos rumores demuestran que, en todas partes, hasta en Suecia, se cuecen habas.
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