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Demasiado humano
El otro día me dejó pensando una idea que se me ocurrió mientras leía un ensayo de Chesterton. La idea, si mal no recuerdo, era: no es lo mismo una frase simple en boca de un hombre célebre, que una frase célebre en boca de un hombre simple.
La idea me estuvo piando en el cuerpo como una codorniz. La tarde entera la idea piaba, y luego de piar se me paraba en algún lugar del esqueleto, me abría las coyunturas y se quedaba mirando el horizonte. Horas después, la idea dejaba de ver el horizonte y seguía piando, sin darme oportunidad de descansar.
Para acabar con la desagradable sensación que me producía, opté por quitar la mala hierba del jardín, lavar el autor, leer a Pío Baroja, distracciones por demás inútiles, claro, porque la idea crecía como el odio o como mi hijo de tres meses.
Dos o tres días estuve en las mismas condiciones, hasta que, leyendo los ensayos de Montaigne, se me ocurrió una frase. La frase, si mal no recuerdo, era: no es lo mismo una idea simple en cabeza de un hombre célebre, que una idea célebre en cabeza de un hombre simple.
Esa noche, debo confesarlo, dormí enteramente complacido. |