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El arte olvidado de la conversación
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Raymond Carver, poeta del “realismo sucio”
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Festival Ola Nueva
Justo ahora, cuando lo que se entiende como lo real amenaza
con desmoronarse, es que iniciativas como la emprendida
hace tres años por el director y dramaturgo acapulqueño
Gabriel Brito cobran una importancia impostergable.
Ola Nueva, el ciclo de lecturas dramatizadas, conferencias
y talleres que se realiza cada otoño en el puerto ha llegado
a su tercera edición, reducido y limitado por circunstancias
atribuibles a la burocracia cultural local, aunque ello no
haya obstado para cumplir con la que es su finalidad última:
establecer vínculos entre una comunidad específica a través
del arte teatral.
Brito, y por extensión el evento que diseña, dirige y coordina,
empieza a comprender el lugar que el teatro tiene en
las sociedades contemporáneas. Mazmórrico, proclive más
a la epifanía de la intimidad que al impacto masivo, el hecho
escénico acapulqueño no está para competir con los antros
de la Costera, sino para atraer a todo aquel que, aturdida su
sensibilidad, busque un remanso para apearse del remolino.
Si el destino del teatro en cualquier gran metrópoli
parece ser el descrito, imagine el lector a lo que los hacedores
de teatro, ese capricho para unos cuantos, deben enfrentarse
en un lugar repleto de atractivos para la carne y
el espíritu.
Se ha dicho ya que la presente edición de Ola Nueva se
antojó disminuida con respecto a las dos que la precedieron,
sobre todo en lo referente a su duración y a la cantidad
de lecturas y eventos de su programación. Ello no inhibió
que lo conseguido sea significativo y trascendente para la
comunidad de teatreros y público acapulqueños. La elección
del organizador, consciente de lo limitado de sus recursos,
pareciera acertada: concentrarse en lo formativo
antes que en lo estrictamente espectacular. La invitación
extendida a Fernando de Ita y Luis Mario Moncada para
dictar conferencias, y a los dramaturgos y directores Fernando
Martínez Monroy, Zaría Abreu, Mariana Hartasánchez
y Carlos Nóhpal para impartir los talleres que desembocaron
eventualmente en la presentación de las distintas
lecturas escenificadas, configuró el espacio perfecto para
un intercambio fructífero y dialéctico, que permitió a los
actores y directores acapulqueños confrontar sus certezas
y dudas sobre el oficio con las ideas de los fuereños, y permitió
al público presenciar trabajos que, pese a las condiciones
materiales y logísticas adversas, estuvieron marcados
por un mayor nivel de calidad que en ciclos anteriores.
De las adversidades materiales ya hablaremos; respecto a
las logísticas, valdría enfatizar que no pueden atribuirse
enteramente a las autoridades locales, y que se vuelven un
aspecto a pulir de cara a lo que viene.
El camino ha sido más importante que el punto de llegada,
pero no por ello va a obviarse lo presenciado en las
tablas o, mejor dicho, en el anfiteatro y en un salón reducido
y calurosísimo del Centro Cultural Acapulco. La oportunidad
de presenciar Jugar a morir, el resultado de una extensa
investigación de Zaría Abreu sobre la vida y obra de la
poeta argentina Alejandra Pizarnik, deja ver ya, en medio
aún de su proceso de escritura y montaje, algunos hallazgos
notables que han de despojarse de un enfoque desnivelado
para crecer y alcanzar su plenitud dramática. Los
primeros pasos del acapulqueño Ilián Blanco en la dirección
de escena dejan ver rasgos estimulantes. Riñón del
cerdo para el desconsuelo, del xalapeño Alejandro Ricaño,
dejó ver lo logrado de su poética, pese a que el abordaje
tonal de Hartasánchez pareció un tanto inadecuado. Actores
jóvenes como Elisa López, Enock Rodríguez y el propio
Blanco dejan ver que, pese a las carencias y en parte gracias
a ellas, esta sigue siendo tierra de actores.
Lo celebrable y encomiable de Ola Nueva III no puede
hacernos soslayar el hecho de que las autoridades locales
no hayan estimulado una iniciativa de este tipo. Más allá de
eso, pareciera que de hecho la obstaculizaron; cuando una
directora de recintos se rehúsa a facilitar un auditorio si no
hay cierto dinero y confina el evento a un salón que devino
sauna, uno piensa que se anteponen intereses personales
a los comunitarios, que debieran ser prioritarios
para un funcionario público. El día en que esto se entienda,
acaso cierta transformación habrá ocurrido. Habrá que pedir
que no pase demasiado tarde, cuando todo haya sido
ganado irremediablemente por la estulticia.
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