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J.M.G. Le Clézio: un Nobel multipolar e inclasificable
Luis Tovar
Diez días después de haberse difundido la noticia de que Jean Marie Gustave Le Clézio –J.M.G. Le Clézio, simplemente, para quien ha leído alguno de los cerca de cincuenta títulos publicados por el autor de Desierto– es el ganador del Premio Nobel de Literatura 2008, no deben ser muchos quienes desconocen los datos biográficos básicos del autor: que nació hace sesenta y ocho años en Niza, de padre inglés y madre francesa; que desde pequeño vivió en la isla Mauricio, donde abrevó las primeras imágenes y sonidos que más tarde nutrirían en buena medida su universo escritural; que a los siete años de edad, durante el viaje que lo llevaría a Nigeria a reunirse con su padre, compuso los que deben ser considerados sus primeros libros: Un largo viaje y Oradi noir. Tampoco se ignora que residió en Bristol a finales de la década de los cincuenta, donde comenzó sus estudios universitarios, mismos que concluyó en Niza; que, ya graduado como doctor en letras, se trasladó a Estados Unidos para desempeñarse como profesor; se sabe también que hace cuarenta y un años fue enviado a Tailandia para cumplir su servicio militar, y que fue expulsado de ese país debido a que protestó en contra de la prostitución infantil. Desde luego, no se desconoce que dicha expulsión fue la que a finales de los años sesenta lo trajo a México, donde impartió clases y en donde su intensa vocación viajera se consolidaría. Es ya un hito el hecho de que Le Clézio vivió, de 1970 a 1974, con los indios embera de Panamá, y que dicha convivencia fue trasladada a la literatura, a pesar de las insidiosas acusaciones que el autor recibió por parte de una crítica que quiso ver en ello ingenuidad, simplismo y concesiones al mito del buen salvaje.
Lo que definitivamente no puede ignorarse es que, en 1963, con sólo veintitrés años de edad, Le Clézio se hizo acreedor al Premio Renaudot por su primera novela, titulada El atestado (Le Procès-verbal), con la cual obtuvo, además, el reconocimiento y hasta los elogios de Foucault y Deleuze, entre otros célebres contemporáneos suyos, que tempranamente advirtieron en Le Clézio al autor que, años más tarde –es decir en la actualidad–, sería considerado el más importante de los escritores vivos en lengua francesa.
Ya instalado en un modo de vida itinerante, J.M.G. publicó el libro de relatos La fiebre (La Fièvre, 1965), El diluvio (Le Déluge, 1966), Tierra amada (Terra Amata, 1967) y El libro de las huidas (Le Livre des Fuites, 1969), es decir, a razón de un libro por año o poco más. Desde entonces, además del carácter decididamente prolífico de su escritura, quedarían perfectamente establecidas muchas de las preocupaciones leclezianas, no sólo de orden literario formal, sino también temáticas, pues mientras los dos primeros títulos reflejan el interés del autor por explicarse el miedo y los conflictos que predominan en el mundo occidental, los últimos dos ponen de manifiesto una temprana y, en aquel entonces, inusual vocación ecologista. Y no sólo eso, pues su conocimiento directo de la cultura en los países donde ha residido o pasado largas temporadas se ha convertido, puntualmente, en libros, por ejemplo los alusivos a temas mexicanos: su traducción de Las profecías de Chilam Balam , y los ensayos El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido, Relación de Michacán y, naturalmente, Diego y Frida.
Hace más de un cuarto de siglo, en 1980, Le Clézio publicó Desierto, que acaso sea su más célebre novela, por la cual fue reconocido con el Premio Paul Morand. En Desierto se conjuntan, de manera armónica, la totalidad de los elementos narrativos que singularizan y vuelven insustituible al autor, pues, para decirlo en palabras de la Academia Sueca , la novela “contiene imágenes de una cultura perdida en el desierto del norte de África, contrastadas con un retrato de Europa visto con los ojos de inmigrantes no deseados”. En ese relato, de largo y seco aliento e imágenes de precisión descarnada, Le Clézio habla lo mismo de ecología que de antropología, y al tiempo que exhibe en toda su belleza el paisaje físico y el paisaje intelectual de una cultura milenaria, hace una denuncia de la verticalidad en las relaciones humanas y sociales norte-sur. Cualidades semejantes son las que pueden leerse en obras más recientes, como la bien conocida El africano, de 2004, así como en Urania, de 2006, y algo similar deberá ocurrir con El estribillo del hambre (Ritournelle de la Faim), aparecido en este 2008.
Poco antes de saber que recibiría el galardón literario más importante, Le Clézio se preguntaba “por qué todo es tan difícil cuando no se vive en un país grande y con dinero”. Cuarenta y cinco años de trayectoria literaria, una vida voluntariamente nómada –que a luminarias como el presidente francés Sarkozy le permite lucir sus menguadas luces soltando el estruendoso lugar común de que J.M.G. es “un cuidadano del mundo, un hijo de todos los continentes y todas las culturas”–, así como un amor elocuente e irrestricto por todo aquello que los centros culturales solían llamar periférico, hacen del también autor de los libros infantiles Lullaby y Balaabilou alguien que sabe de qué está hablando cuando se refiere al ninguneo y el desprecio de lo Otro, visto desde el pedestal sobre el que Occidente suele mirar. Así pues, no es gratuito que, siendo el decimocuarto autor de lengua francesa que recibe el Premio Nobel de Literatura, con seguridad sea el primero de ellos que puede confesarse a sí mismo como “un exiliado porque toda mi familia es mauriciana”, que “en Francia siempre me he considerado un poco como 'una pieza importada'”, y que, sin embargo, ama la lengua francesa y “quizá [ella] sea mi verdadero país”.
Para un escritor que, como Le Clézio, viene de todas partes y de todas ellas ha tomado algo, no resulta extraño pensar la novela como un ejercicio literario inclasificable y polimorfo, producto de un interminable mestizaje “que es el reflejo [...] de nuestro mundo multipolar”. Como él mismo, cabría añadir.
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