Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
El fin del mundo ya pasó
BRUNO ESTAÑOL
Los milagros expresivos de la poesía
JAVIER GALINDO ULLOA entrevista con JUAN GELMAN
Henry Miller: antes de regresar a casa
ANTONIO VALLE
J.M.G. Le Clézio: un Nobel multipolar e inclasificable
LUIS TOVAR
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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
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El Mono de Alambre
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Felipe Garrido
La pluma de oro
Leí luego, dijo Anacarda sin alzar la vista, el precioso Canto de la pluma de oro: un hombre probo abandona su santuario en el fondo del valle y emprende el camino a las montañas para buscarla. Muchos días, muchas noches, muchos vientos, muchas lluvias y amaneceres y lunas transcurren. Acicateado por la misión que debe cumplir, el bienaventurado cruza el país de los hombres con cola y hocico de perro, duerme en el bosque de los árboles lira, bebe las aguas de la poza dormida, pero pierde el sendero y, a las vueltas del tiempo, olvida no solamente el propósito de su viaje, sino de dónde viene, quién es él. En la selva tenebrosa las frondas se aprietan de tal forma que debe extender las manos para avanzar. Y en ese momento, lejos de desesperarse, el hombre santo afloja la voluntad que lo había animado y aprieta el paso, pues sabe que su destino está seguro si lo abandona en manos del Otro.
–¿Encuentra la pluma?
Anacarda no me contestó. |