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RIMBAUD: FIJACIÓN POÉTICA DEL VÉRTIGO E ILUMINACIONES PARA DESCUBRIR EL MAL Miller jamás se sometió a una terapia psicoanalítica. Inspirado en las obras confesionales de San Agustín y Rabelais narró sus desvaríos. No tiene nada que ocultar, no escribe enmascarado, no se propone hacer literatura, escribe por placer, porque la vida le fascina. Sin embargo, nos encontramos ante las confesiones de un hombre que no duda en mostrar su locura o las dificultades mentales de su propia familia, confesiones que por analogía hacen una crítica profunda a la irracionalidad occidental, exponen la hipocresía del puritanismo victoriano y anuncian la revolución sexual que se avecina. Son los años treinta; él escribe y canta. De la misma forma que su querido Rimbaud, Miller está comenzando a trabajar como vidente. Sigmund Freud, el futuro Premio Nóbel de Literatura, separa las enfermedades neurológicas y fisiológicas de las emocionales y afectivas. Ambos se apoyan en cientos de obras literarias, pero avanzan por caminos diferentes. Los dos buscan una cura para los endemoniados que producen la industria bélica y la hipocresía sexual. Miller se muestra a sí mismo a través de asociaciones libres oscuras y centelleantes. La escuela psicoanalítica de Viena desarrolla un método no menos intuitivo ni menos certero para desentrañar historias de sexualidad frustrada y de familias rígidas. Tal vez a Miller le hubiese gustado reflexionar sobre esta idea de Jacques Lacan: “ No tuve madre pero me quedó la pluma .” Esa idea evocaría las descripciones que ha hecho de su madre: fría, lejana, inaccesible. Otra oscura coincidencia con la biografía de Rimbaud. Sin embargo, entre la historia del poeta francés y la del novelista neoyorquino existe una diferencia sustancial; en su obra Miller revalora a su padre, a diferencia de Rimbaud, que siempre lo ignoró. A veces Miller se pregunta: “ ¿A quién estoy curando?” Alfred Perles, en su libro Mi amigo Henry Miller, asegura que poseía poderes de curación extraordinarios. ¿Cómo es posible que alguien que admira tan hondamente a un poeta oscuro como Rimbaud logre desarrollar esas dotes terapéuticas? Encuentro tres respuestas: primero la de Rimbaud, que cuando escribe un verso fulgurante acerca de lo inexpresable dice : “Fijé unos vértigos.” Paradoja : al fijar sus vértigos Rimbaud parece echar raíces en un sitio que sólo debió servirle de paso en Una temporada en el infierno, determinación que lo convierte en un poeta insuperable y casi inaccesible. Dos, la de Ezra Pound que, si mal no recuerdo, propone dos funciones para la poesía; una actuaría a manera de diagnóstico y la otra serviría para tratar ciertas enfermedades del alma. La tercera es de Miller: “ Nuestra tarea futura consiste en explorar los dominios del mal hasta que no quede una pizca de misterio.” Una vez que Miller termina Trópico de cáncer y Trópico de capricornio escribe El coloso de Marusi. En este libro de viajes es evidente un cambio en su frecuencia emocional. Aunque este es uno de sus textos más conmovedores, Norman Mailer dice en su antología Genio y lujuria, que sufre un descenso en su calidad narrativa. Sin embargo, después de terminar este relato –“que parece escrito desde un estado de gracia”– Henry Miller se ha liberado para siempre del cáncer y de la locura y, al conseguirlo, nos invita a que hagamos juntos un sendero. LA CRÍTICA Y EL VIDENTE Miller pone en cuestionamiento a una crítica dormida que está al servicio de escritores dóciles, una crítica que junto con el establishment moral e intelectual de Estados Unidos es incapaz de entender la importancia de su obra. No puede, o no quiere, darse cuenta de que Miller ha provocado un cisma en la literatura, y que al descubrir el presente y el futuro de la cultura occidental cuestiona por lo menos a seis generaciones: “¿A dónde nos conduce esta frenética actividad que a todos nosotros, ricos y pobres, débiles y poderos, nos tiene atrapados en sus garras? Los hospitales, los manicomios y las cárceles desbordan de gente.” Norman Mailer asegura que Henry Miller le lleva décadas de adelanto al pensamiento de sus contemporáneos. Ya no hay duda, se trata de un escritor que aborda con extraordinaria lucidez asuntos existenciales y psicológicos cruciales. Mailer dice que en Estados Unidos William Faulkner y John Steinbeck crearon sagas con una visión universal, pero desde una posición local; y que Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway, al final de sus carreras, sufren graves perturbaciones psicológicas (ambos escritores se suicidan), mientras que Miller viaja por Europa y Estados Unidos, escribe retratos únicos de París y Nueva York, se desliza como un ciudadano del planeta, pero en realidad está haciendo solamente un recorrido: un viaje hacia el interior de él mismo. EL AMOR, LAS MUJERES Y EL SELF En Genio y lujuria Mailer señala que nadie se ha dado a la tarea de abordar el tema de Miller en la perspectiva del amor y sus mujeres. Asegura que no escribió gran cosa acerca del amor, porque sus relatos inevitablemente derivan hacia el sexo. Conocemos hasta los últimos detalles de la historia de Henry con Junne, el horror y el éxtasis que experimentó con la hechicera bisexual que lo guió para que cumpliera con su destino y se convierta en escritor. Mediante una prolongada exégesis describe su formidable angustia, por ejemplo en T rópico de capricornio o en su trilogía La crucifixión rosada. Después de divorciarse de su primera esposa, se separa de la mítica Junne para integrar una familia en su casa de Big Sur. Más adelante vive con la pianista japonesa Hoki Tokuda, con la que durante una década realiza uno de sus mejores sueños y –como Lévi-Strauss– también Miller considera que sólo es posible habitar la realidad última en la música. Para él la música es un arte mayor, incluso superior a la literatura: “La música es una profanación del silencio en provecho del silencio… está por encima del bien y el mal…” Antes de morir conoce a Brenda Venus; ella adora a un viejo Miller que posee la lucidez de un swami . Miller también es precursor de una literatura en la que expone el derecho al amor, no sólo el humano, sino el que merecen vivir todas las especies. Para él la tierra es “una sustancia visible, tangible, es un mapa de nuestro amor” . Hasta el final, Miller se sostiene apoyado en dos expresiones de la misma energía: lo espiritual como realidad máxima del hombre y el erotismo como realización plena. Me parece que muy pocos hombres han conocido las posibilidades del amor con tanta profundidad y simpatía. ESCALA DE SI MAYOR PARA VOLVER A CASA Miller escribe el Libro de mis amigos. Visualiza el barrio del Brooklyn en donde a los doce años se detuvo su reloj. Después de navegar durante siete décadas bajo un diluvio, ha vuelto para soñar con Cora Seward, su primer amor, y para festejar a Johnny de Paul: a su pequeño dios. Henry está instalado en la casa de su mente. Julio, el amigo leal, cree haberlo visto caminando desnudo por las ramblas. Es probable que se dirija hacia el viejo Broadway, donde soñó las historias que cambiaron la faz de la literatura. Sin duda el caos de Miller me salvó de ingenuas terapias light y de falsos gurús, me ayudó a crecer sin amargura y a prescindir de la durísima pornografía de este siglo. Junto a Rimbaud y San Agustín, Henry deberá escuchar un canto de Vivekananda: “No agregues tu debilidad al mal”, y soltará una carcajada cuando al leer sus confesiones oscurezcan nuevos hombres o se iluminen viejos niños. Ellos podrán estar o no de acuerdo con estas líneas: antes de volver a casa es necesario darse una vuelta por el caos y observar al mal: “Debe ser descubierto y destruido […] porque es el mal lo que pone a prueba la libertad del hombre .” Finalmente, si alguien logra escucharse a sí mismo en silencio, tal vez contemple al centelleante colibrí que Henry Miller nos ha prometido: “Se estremecerá en el aire y deslumbrará con un resplandor iridiscente.” |