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Oasis (II Y ÚLTIMA)
Habida cuenta de la ausencia prácticamente total de comentarios en este
espacio a cualquier cosa que huela a blockbuster, no faltará quien se
sorprenda de hallar aquí, y encima elogiosas, algunas líneas dedicadas
a Wall-e (Andrew Stanton, Estados Unidos, 2008). A quien haya visto el
filme no se le escapará cuán obvia es la razón del entusiasmo, pues haría
falta tener las entendederas totalmente tapadas para no darse cuenta
de que, independientemente de su inocultable condición de summer
movie, la más reciente producción de Pixar –a la cual se le debe esa
otra delicia llamada Ratatouille– trasciende con mucho su condición
de filme animado infantil de temporada vacacional, en virtud de su
muy bien ponderada combinación de futurismo catastrofista, gracia,
ternura y sentido del humor; atributos estos últimos condensados en
el personaje principal, llamado Waste Allocation Load Lifter Earth-Class,
Wall-e por sus siglas, es decir el robot compactador de metales que resulta
más humano que las fofas y zánganas masas de carne cuyos antepasados
abandonaron la Tierra setecientos años antes, luego de
haberla dejado inhabitable.
Fecunda en contradicciones, la industria del entretenimiento estadunidense
ha sido capaz de avizorar, en la gran alegoría que es Wall-e,
precisamente aquello a lo que dicha industria, consumista por antonomasia,
parece apuntar todo el tiempo: a que la humanidad entera, aislada
individuo por individuo, se dedique de tiempo completo a la consumición
indigesta de productos chatarra, tanto por vía oral como por
vía visual, y sus esfuerzos físicos y mentales estén limitados a la recepción
inopinada de todo lo que alguna megaempresa tenga a bien suministrarle.
Multigenérica, Wall-e es a un tiempo comedia, ciencia ficción, drama,
romance y cinta de aventuras. Que se me llame exagerado, pero
detrás de Hal-9000 en 2001: una odisea del espacio, y de Roy Batty, el
réplico rebelde de Blade Runner,
Wall-e es el tercer más logrado y entrañable
personaje cibernético que
el cine ha producido.
Escena de Wall-e |
El quinto surtidor de este oasis
de verano se titula Media Luna (Niwemang),
es una coproducción austríaca-
francesa-iraní-iraquí de 2006,
dirigida por Bahman Ghobadi con
guión de él mismo y de Behnam
Behzadi, que en primera instancia
cuenta la historia de un viejo y afamado
músico kurdo llamado Mamo,
el cual reúne a su propia familia de
músicos con el propósito de dar un
concierto en Irak, tras la caída de
Saddam Hussein. Pero lo que en
segunda y más profunda instancia
narra esta road movie va mucho más
allá de la anécdota, pues al mismo
tiempo que pone de relieve las condiciones
de vida actuales en el que quizá
sea el lugar del mundo más inhóspito para
vivir, socialmente hablando, destaca el valor
insustituible de la fuerza de voluntad personal
frente a las adversidades, en este caso
las trabas burocrático-militares que no
cesan de poner piedras en el trayecto de la
banda de músicos, así como el factor cultural
que, en aquellas tierras, censura la participación
de las mujeres en actos públicos
o artísticos. Muy próxima a la mexicana El
violín no sólo por cierta afinidad temática,
sino también en aspectos como la fuerza
dramática y la capacidad estética de su
director para forjar espacios y atmósferas
que no son meros adornos visuales, sino que
dialogan eficientemente con la trama, Media
Luna es capaz de traducir la angustia
del individuo en acto creador colectivo, de
trocar la impotencia en sabiduría y de transformar
la percepción pesimista de una realidad
poco halagüeña en esperanza, por
mínima que ésta pueda ser.
Empero, lo anterior no es todo, pues
el filón más profundo de la cinta tiene
que ver con la dicotomía humana última
y primera: la de la vida y la muerte. A
la manera del Moisés bíblico, Mamo, el
protagonista, conduce a su pueblo rumbo
a una tierra prometida de la cual los
han relegado sinrazones políticas, ideológicas,
económicas y religiosas. Lo hace
aun sabiendo, en su fuero interno, que
muy probablemente la muerte no le dé
permiso de llegar a su destino, y es con
la muerte, más que con los obstáculos
terrenales, con quien Mamo se está enfrentando.
Cercano a fenecer, este músico
sabe, atávicamente, que a la muerte
sólo puede uno aproximarse armado de
actos vitales que cierren los ciclos y le
den sentido a un trayecto que, como el
recorrido por él y sus hijos, por más accidentado
que haya sido, será venturoso
al final en virtud del espíritu que haya
impulsado cada paso.
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