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Hugo Gutiérrez Vega
CIEN AÑOS DE CÉSAR MORO
Hace cien años nació César Moro, el poeta surrealista que dejó de serlo poco antes de su muerte. En sus últimos años declaró su total independencia de todas las escuelas y manifestó sus dudas burlonas sobre los movimientos de vanguardia. Podemos decir que, en esos momentos finales, César era morista y Moro era cesarista. Era, en fin, un poeta libre que jugaba y experimentaba con el lenguaje al que siempre admiró y respetó desde sus épocas de más exaltado surrealismo. Moro nació en Lima en 1903 y, en 1925, viajó a Europa y se instaló precariamente en París (la precariedad fue una constante de su vida). Por esos años se unió al surrealismo y escribió un poema en el que están presentes todos los elementos de su flexible credo poético: “Varios leones al crepúsculo lamen la corteza rugosa de la tortuga ecuestre.” Irreverente, decadentista a su manera, provocador y buscador de temas y de formas, armó varios escándalos en su país natal y fue denostado por los que su compañero Westphalen describía como parásitos de la poesía, como “esos críticos que refieren todo a las más pequeñas necesidades artísticas y sentimentales del lector”. Contra esos “vigilantes” de la pureza y de lo “sagrado” de la poesía, se lanzaron los surrealistas, esgrimiendo sus carcajadas oníricas y la larga lista de los esqueletos escondidos en los armarios. Moro colaboró en la elaboración del manifiesto titulado Le surréalisme au service de la révolution, pronunció un breve discurso en el homenaje a Violette Nozièrez y logró que sus compañeros de grupo firmaran un manifiesto en protesta por los fusilamientos ordenados para el espadón Sánchez Cerro. Éluard extravió en 1933 los originales del primer libro de Moro. El peruano reconstruyó algunos de los poemas perdidos y dedicó uno de ellos al mismo Éluard. Regresó a Lima y, junto con Westphalen y Moreno Jimeno, publicó un manifiesto de apoyo a la República española. El gobierno dictatorial lo confiscó y persiguió a sus autores. Por esos tiempos, Moro tuvo una larga polémica con Huidobro. Discutieron sobre poética, política y hasta gustos personales. Para los surrealistas, Moro fue el triunfador del debate y Huidobro salió corriendo con la cola entre las patas Sería necesario volver a leer esos textos para refutar o corroborar un fallo tan enfático. Fundó con Westphalen la revista El uso de la palabra y, en 1938, se vino a México. De su paso por nuestro país quedan su participación en la Exposición Internacional de Surrealismo que se celebró en 1940, su defensa de los derechos de los homosexuales y un puñado de poemas en los que el lenguaje chisporrotea y brillan las luces más intensas de la irreverencia. Publicó en México Château de grisou y Lettre d' amour y se despidió del surrealismo para tomar su propio libérrimo camino. En 1948 regresó a Lima y en 1954 publicó Trafalgar Square. Al morir, en 1956, dejó varias obras inéditas que Coiné editó recientemente. Lo más interesante es, sin duda, Amour à mort. El mismo Coiné editó los únicos dos libros en español que escribió Moro: La tortuga ecuestre y Los anteojos de azufre.
Recientemente, el señor Vargas Llosa habló sobre las dificultades para situar a Moro en el corpus de la poesía peruana. Creo que el asunto no tiene mucha importancia, pues Moro es uno de los más cosmopolitas de los poetas modernos. Peruano, mexicano, parisiense, ciudadano del mundo, atormentado y divertido, el mundo de Moro va más allá del mundo real, juega con las estrellas y recorre las constelaciones. Nació hace cien años en Lima, amó y sufrió a su país, amó y sufrió a México, amó y sufrió al París del surrealismo y en sus últimos años en los que la independencia y su defensa de todos las géneros fueron las constantes de una vida dedicada a la poesía, se entregó a las luchas sociales y a la reivindicación de los derechos humanos.
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