Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 17 de agosto de 2008 Num: 702

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El sueño de Quetzalcoatl
ROGER VILAR

Edad madura
NIKOS FOKÁS

Premios, gloria y fortuna
HAROLD ALVARADO TENORIO

El beso: Munch, Rodin y Klimt
HÉCTOR CEBALLOS GARIBAY

Maritain y el sentido olvidado de la historia
BERNARDO BÁTIZ VÁZQUEZ

Pensar escribiendo
MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ entrevista con RAFAEL SÁNCHEZ FERLOSIO

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Enrique López Aguilar
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(Com)partir la biblioteca

Uno se enamora y quiere renunciar a todo; simultáneamente, pretende juntar cada detalle de la vida y reivindicarlo con el otro: gustos, opiniones, filias, fobias, pasta de dientes, paisajes, tortas y quesadillas, el súper al cual se asiste, la mermelada favorita, las lenguas aprendidas, los autores, las cuentas bancarias, la música escuchada (¿clásica o rock?, ¿trío o mariachi?, ¿Bach o Beethoven? ¿Lennon o MacCartney?), las películas y los directores (si los hubiere), algunos rincones de la ciudad, los mejores amigos, los acérrimos enemigos, la íntima historia hermoseada que se agrega al detestado pretérito individual junto con las renuncias y, lo peor de todo, ya hacia el final del inventario, la biblioteca de Uno (iba a agregar Una pero, la verdad, si esto fuera escrito por una mujer, no me afrentaría que ella excluyera a Uno).

El reciente ayuntamiento amoroso y sexual propicia una euforia que es creación del Mundo acabadito de hacer–, incluidos los confesionalismos de toda intimidad, así como los solidarios calzones, los libros y discos que se han ido juntando en la vida de cada cual con las precariedades y riquezas del caso. Y, con ese evangelismo característico de los fundadores, comienzan otras cosas que luego tendrán que ver con la compartición, la impartición, la repartición y la final partición atomizada de los bienes personales. Pensemos en las bibliotecas.

Como el entusiasmo dicta que lo tuyo es mío y lo mío es tuyo, mandemos hacer un ex libris con nuestros nombres entrelazados para que la posteridad, urbi et orbi, sepa que Magdalena y Magdaleno se amaron hasta el extremo de fusionar sus propios libros (metáfora de otras fusiones corporales y espirituales). Según la ambición y acometimiento de la biblioteca ayuntada, será el amoroso trabajo de poner sellitos o de pegar etiquetas en cada libro. Tal vez, al cabo de veinte años, recuperado lo de cada quien y en el proceso de (re)leer libros alguna vez compartidos, Uno tenga que tachar el ahora Funesto Nombre del ex libris, o arrancar los alguna vez admirables engomados, aunque Uno se percatará de que con los sellitos y los engomados sobre los libros ocurre lo mismo que con ese “vicio” de subrayar: así como “lo escrito, escrito está”, lo marcado en un libro “marcado quedará”.

Porque subrayar puede ser un delirio personal por el que se propone un camino de recordación, claro indicio de lo que se fue alguna vez, cuando Uno no quería dejar que se escaparan ideas, conceptos, frases y cosas que por alguna razón se consideraban cruciales. ¿No puede ocurrir que el lector del futuro mire con desdén, sorna o compasión los arrebatos subrayadores del lector de antaño, mucho más bisoño e inexperto? ¿Qué dirá otro lector que comparta ese libro y, al tropezar con los subrayados, descubra la cursilería, si no es que los “hondos sentimientos”, los “pensamientos teóricos” o las “necesidades académicas” de antaño? Es posible que bajo la dictatorial conducción debida a los subrayados, hubiera sido imposible el idilio que ocurre entre Lector y Lectora en esa espléndida novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero…

Ahora bien, Lectora abandona a Lector, o viceversa, y Uno se topa, con el paso de los años, con un libro subrayado por Uno, pero comentado o resubrayado por Una (o viceversa). Eso puede parecer una profanación llegada desde el pasado: sobre el subrayado personal, el subrayado ahora intruso (y, por tanto, impersonal). Y, como ya no hay interlocutor ante el cual presentar ninguna reclamación, Uno se queda con ese diálogo inconcluso que Platón señaló, con toda pertinencia, al ponderar la superioridad del lenguaje hablado sobre el escrito.

Eso ocurre con los subrayados pero, ¿qué pasa cuando, al cabo de los años, Uno encuentra que la Otra no sólo resubrayó los libros predilectos (modificando, incluso, el sentido de sus propios subrayados) sino que se llevó consigo volúmenes bienamados y le dejó, a cambio, ejemplares detestados que no tienen nada que ver con él? Ahí están, para que conste la ignominia, la Gramática estructuralista y razonada del sánscrito y el Diccionario lituano-finlandés, contundentes y burlones en los estantes, mientras que está desaparecida la primera edición de Rayuela, ésa que el mismísimo Julio, enorme Cronopio, dedicó y firmó cuando vino a la Facultad de Filosofía y Letras, en 1982. ¡Carajo!

Para no partir la biblioteca, compartirla supone un verdadero acto de amor en el que no debería caber ninguna duda. ¿Eso será posible en esta época de cambios y arrebatamientos?