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Cinco historias conocidas cinco (I de III)
El primer largometraje dirigido por el egresado del CUEC Francisco Franco Alba, y que lleva por título Quemar las naves, fue estrenado a nivel comercial medio año después de haber figurado en la programación del quinto Festival de Cine de Morelia y, al igual que otros filmes mexicanos recientes, no permaneció en cartelera más allá de dos semanas.
No paran ahí las similitudes, de seguro involuntarias, que esta producción de Canela Films –es decir Laura Imperiale– y Las Naves Producciones guarda con películas nacionales de cuño reciente. Por el tema y la manera de abordarlo, la referencia que salta primero es La vida inmune, y de inmediato lo hace también Más que nada en el mundo, de las que ya se habló en este espacio hace no mucho. En semanas, meses –y esperemos que no años-- próximos lo mismo podrá decir, quien las vea, de las todavía no estrenadas Familia tortuga y ¿Dónde están sus historias?, por sólo referir un par de las muchas que hacen cola para cotejarse con un público que, por otro lado, quién sabe si de verdad pueda decirse que las espera, como tal vez tampoco lo haga con las otras cincuenta o sesenta y tantas producciones mexicanas que, sencillamente, no tienen para cuándo.
Así pues, en esta historia, la primera historia conocida es la que usted ya sabe: una cinta mexicana más se ha producido, con todas las dificultades, las carencias y los milagros por desgracia inherentes y casi podría decirse indispensables, sólo para que el descoyuntado sistema cinematográfico nacional impida saber cuándo, cómo, durante cuánto tiempo y bajo qué trato será exhibida.
SEGUNDA HISTORIA CONOCIDA
Claudette Maillé |
Esta es la que se apuntó líneas arriba, en cuanto al tema, mismo que en las cuatro primeras mencionadas no es otro sino el de la familia en proceso de derrumbe y posterior recomposición. Al respecto, tanto el guión –autoría del propio Franco, junto con la actriz María Reneé Prudencio-- como la propuesta formal de Quemar las naves, no soslayan elemento alguno que refuerce esta impresión: la historia arranca y concluye presentando, en todas sus facetas, el universo cerrado de una casa donde viven, o quizá deba decirse que hacen su mejor esfuerzo en conseguirlo, los tres miembros restantes de una familia que se intuye más grande y menos infeliz en épocas idas. Nada de peculiar tiene, si se piensa paralelamente en La vida inmune y Más que nada en el mundo, el hecho de que en Quemar las naves también se hable de una familia en donde el ausente es el elemento masculino, entendido a la manera del paterfamilias tradicional. La única diferencia al respecto entre aquéllas y ésta es que en la última no se trata de grupos familiares compuestos exclusivamente por mujeres, pues Franco y Prudencio introdujeron la presencia de un hijo varón. Asimismo, llevaron algo más allá lo que debe entenderse como una de las consecuencias directas de la carencia de figura masculina familiar; es decir, donde antes hubo locura de la madre viuda, o bien escapismo de la madre soltera, en Quemar las naves se sustituye por la muerte, además bastante temprana hablando diegéticamente, de la madre que, así, deja a sus cachorros librados a su propia suerte. Conocido, eso sí, el recurso consiguiente: será la hija quien, de manera en apariencia obvia, venga a sustituir a la madre extinta. No tan recurrente, en películas de este orden, el expediente de hacer que el hijo varón viva el proceso de aceptarse homosexual. Bastante más conocido, al mismo tiempo, el otro recurso de ir instalando, sobre la marcha, una nueva familia sobre las huellas de la que se extingue, con miembros no impuestos como suele hacerlo natura, sino elegidos en función de afinidades, afectos y azares, todo junto.
TERCERA HISTORIA CONOCIDA
Consiste en el método elegido para configurar la cinta, así como en el resultado que se obtiene en virtud de dicho método. Mirado desde el casting, aquí fundamental, es un poco así: combínese la presencia de algunos actores cuya capacidad y talento estén fuera de toda duda, como en este caso son Diana Bracho y Alberto Estrella, con la de otros que van comenzando o poco más, como puede afirmarse de Aída López, Juan Carlos Barreto e Irene Azuela, para que los primeros le confieran al conjunto una solidez dramática que los segundos no pueden darle, por más que éstos son, a partir del planteamiento general de la historia, quienes cargan el peso mayor de la misma. Felizmente, cuéntese con una actriz –aquí Claudette Maillé-- que por fin dio el ancho y entregó, así le haya tocado brevísimo, la que hasta el momento es su mejor actuación.
(Continuará) |