Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Medicina a tiempo
LETICIA MARTÍNEZ GALLEGOS
Prólogo
DIMITRIS PAPADITSAS
De cómo no aprender los pasos de baile
JUAN MANUEL GARCÍA
Cinco poemas
EMILIO COCO
Paz y las sílabas del silencio
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ
Octavio paz y el arte de ametrallar cadáveres
EVODIO ESCALANTE
Entrevista con Enrique Estrázulas
ALEJANDRO MICHELENA
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Columnas:
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De cómo no aprender los pasos de baile
Juan Manuel García
Primero reconocer el lugar, buscar en la semioscuridad y con los oídos llenos de música estridente un pedacito de concreto mínimo para entrar al hábitat de la tribu. Espacio de socialización identitario. No importa el estilo o la ocasión. En los antros la música suena por igual de primavera al invierno, de día de los enamorados a víspera de Año Nuevo.
Las miradas y las modas se reconocen, los pies y dedos empiezan a tamborilear con los primeros acordes de una música electrónica o la voz de algún baladista anglosajón de moda (Robbie Williams y compañía).
La pista ahí para ser violada, pisoteada, al tiempo que las luces la hieren como exhibiendo una bacanal ultramoderna.
Las edades no importan, menos para las solteronas y los dandy s que van envueltos en sus trajes brillosos y las lociones recién compradas de oferta a dieciocho meses sin intereses en el Palacio de Hierro o Liverpool. O las chavitas y los nenes bien, las primeras con sus blusitas aprieta senos para lucir mejor y los segundos con las camisas desabotonadas y arremangadas para demostrar que el gimnasio y los anabólicos sí funcionan.
Luego el concierto de sonidos pa todos los gustos, depende a dónde se vaya y la oferta de catálogo del DJ.
Democracia musical en cada antro, igual para todos, entre más comercial mejor… y que lleguen las horas de tecno, duranguense, regaetton, pop, salsa, lo mismo da para quienes se emborrachan entre las luces neón y el humo de un sin fin de cigarrillos. Hay que demostrar que se sabe bailar de todo para estar in, ser el centro de atención y que los demás aplaudan y hagan círculo al centro de la pista.
Si la música enlaza naciones, los antros y su oferta se conciben igual en México que en Brasil, Nueva York o Hong Kong, ya no tenemos que ir hasta el fin del mundo para encontrar la música y el baile universales.
Risas fáciles sin ánimo de compromiso o para comprometer sólo el acostón, la amistad ficticia, el interés fabricado. Se baila a cualquier ritmo y las manos se tocan, se aprietan los senos, las nalgas. Miradas van, miradas vienen y todo como en una comedia mal actuada para ánimo de los presentes. Cosificación al más puro estilo de Sartre disfrazada de gozo y buena vibra.
La tribu empieza entonces su festín, la ronda del dj anima con micrófono a la audiencia desde la cabina de control, mando a distancia para recetarles las canciones del Top Teen internacional como una andanada y los álbumes temáticos de los cantantes plásticos. Lo nacional no se queda atrás, pues hay desde los Belanova, hasta RBD, la voz rancia de Paulina Rubio o el sinsentido de Lupìllo Rivera y tantos más solistas y grupos que nutren la entrada de las discos de moda de la Zona Rosa o cualquier otra de las metrópolis.
Canibalismo a ultranza, cuerpos viejos jugando a ser jóvenes o jóvenes emulando una preparación dancística inexistente.
Bebidas y canciones, letras que suenan con el mismo estribillo o, mejor aún, ninguno; únicamente sonidos guturales pasados por sintetizador en un estudio de Los Ángeles. Si a los más gusta lo artificial y el esfuerzo mínimo del cantante, eso se compra bien en los lugares de moda. Se venden estereotipos, poses, letras sin un gramo de reflexión y ritmos que duran lo que la noche al día y, si se tiene suerte, unos cuantos meses con la consabida payola a los programadores y gerentes de las radiodifusoras.
Principio y fin de todos los apocalipsis, la música antrera congrega a hordas de yuppies, trasnochados, gays, lesbianas, ninfómanas, mitómanos, suicidas, cocainómanos, chulos y rubias de bolsillo que estrenan zapatitos. Camino cerveza en mano cuando ya suenan las “pegaditas para los enamorados” y no sé por qué esa pelirroja de la barra me parece bellísima en este palacio del desencanto.
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