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EL ARTE DEL ARTÍCULO
CUAUHTÉMOC ARISTA
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Pasado anterior,
Salvador Elizondo,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2007.
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Salvador Elizondo inscribió toda su obra en una tradición que el canon moderno apreció especialmente: la del libro sui generis, raro dentro de los límites literarios y, unas pocas dimensiones más allá, poéticos.
La tierra de nadie de lo extraliterario, sin embargo, también era suya, cuando decidía asumir su papel social de escritor y trataba de explicar temas de exquisita complejidad y enrarecidas experiencias poéticas a estudiantes cuya curiosidad provocaba con preguntas insidiosas.
La redacción de artículos en periódicos y revistas fue otra de estas labores ancilares; sin embargo tiene que tratarse críticamente junto con sus libros más ambiciosos, porque involucra a su principal instrumento, la escritura.
El conocimiento de los plazos, del implícito diálogo con los lectores de periodismo –probablemente desmañanados– y la absoluta necesidad de conseguir una claridad a ras de renglón, no fueron novedades para él; estaban en su caja de herramientas. La dificultad era otra: “Lo particular no es mi fuerte y todavía no sé cuál es el lugar exacto que ocupo en el espacio que hoy se abre en este diario.” Más que una confesión, el planteamiento del problema que suele enfrentar cualquier colaborador de la prensa, pero él no podía darle la solución práctica de ir afinando el tono y el enfoque hasta sentirse cómodo entre las declaraciones del presidente y la foto de la vedette.
Lejos de eso, Elizondo convierte los temas en subgéneros: el comentario cultural sobre derechos de autor, el civismo ramplón pero con hueso colorado, el apunte crítico sobre libros, cuadros y gremios (“A propósito de La tía Julia”, “El espíritu en paquete”); la reflexión sobre el pasado y el presente desde el punto de fuga de un escritor (“Los que teníamos trece años o la decadencia del machismo.”)
No en balde hizo enojar a María Kodama en el Palacio de Minería con una inversión del lugar común: “La poesía de Borges tiene el mismo rigor que su prosa.”
La solución de Elizondo radica precisamente en el carácter de su escritura: no pertenece al género periodístico sino al de la prosa. En esta compilación de los artículos de Contextos, que publicó unomásuno de 1977 a 1979, de la cual se había publicado una selección con el mismo título, hay ensayos de dos o tres páginas: “Tres toneladas de dinamita, una novela de Conrad y la teoría de Dunne”, “Texto, tono, traducción”, “Asco”, “Saturnino Herrán o la íntima tristeza”, “El arte del dibujo.”
Sólo un reproche, pero muy áspero, para los editores: el libro está plagado de erratas que el cómodo formato del volumen hace resaltar. Algunas son imperdonables y otras hasta crueles, dado que en una polémica Elizondo se refiere despectivamente a una editorial cuyas publicaciones incuban esa plaga.
Pasado anterior tiene una presentación de Paulina Lavista y prólogo de José de la Colina.
HOMBRES DE MAR Y DE TIERRA
EDGAR AGUILAR
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La fuga,
Carlos Montemayor,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2007.
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La historia es simple: Ramón Mendoza, condenado a purgar una larga sentencia en las Islas Marías después de ser capturado por las fuerzas militares federales, huye, junto a su compañero de prisión, Cuauhtémoc Hernández –Mono Blanco–, de su confinamiento en una pequeña balsa artes a n a l construida por él y su camarada y con la ayuda de algunos de sus compañeros reclusos, quienes finalmente desisten lanzarse también a la riesgosa aventura.
Carlos Montemayor, lo sabemos bien, es un narrador excepcional. Su obra narrativa supera en mucho la de escritores tan disímbolos como José Emilio Pacheco, Aguilar Camín o el propio Fuentes. Basta leer cualquiera de sus novelas para confirmarlo. En La fuga, su más reciente novela, publicada por el Fondo de Cultura Económica (2007) en su bella colección Letras Mexicanas, Montemayor narra las peripecias de Ramón Mendoza y Mono Blanco por el mar de la costa de Nayarit, para luego internarse en la región montañosa y boscosa de la sierra, hasta llegar a la zona agreste de Sinaloa.
No olvidemos que Ramón Mendoza, ex combatiente de la sierra de Chihuahua y sobreviviente del asalto al cuartel militar de Ciudad Madera del 23 de septiembre de 1965, realmente existió (su muerte acaeció apenas la madrugada del 10 de enero); no olvidemos tampoco la labor de investigación que llevó a Montemayor a entrevistarse personalmente con su personaje, ya desde su novela Las armas del alba, y gestar una ficción a partir de hechos reales consignados en los oscuros episodios de represión que durante décadas se han venido dando en nuestro país.
Bifurcada en dos tiempos paralelos a manera de confesión, que permite a Ramón Mendoza –hombre de tierra– y su compañero de escape –hombre de mar– relatar puntos esenciales de la travesía, más un tiempo narrativo lineal que recrea con maestría tanto paisajes exteriores como pasajes interiores, la obra presenta una sólida estructura discursiva que poco a poco va desglosando los matices claroscuros de sus personajes centrales, principalmente de Ramón Mendoza, para lanzarlos a un mundo sin aparente certidumbre, protección o reposo, donde sólo el sentimiento de libertad como último destino parece subyugar por momentos la crudeza del mar y el peligro siempre inminente de la sierra.
A diferencia de Las armas del alba, en donde despliega la trama del primer Grupo Popular Guerrillero que desde 1964 operó en la región maderense de la sierra de Chihuahua, tras su enfrentamiento con la policía y el ejército, en La fuga Montemayor centra su atención en un tema fundamental aunque escasamente tratado en la narrativa mexicana: el deseo imperioso de libertad.
Así, Montemayor muestra en su última novela, a fuerza de oficio y pasión por narrar, una economía y precisión en el lenguaje sólo comparables a Rulfo. La fuga es, bajo esta premisa, un hermoso poema narrativo sobre el valor y el coraje en pos de la sobrevivencia y, pudiésemos agregar, de la justicia humana.
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