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Elena Garro tenía mucho talento, pero era dispersa. Echaba a perder una novela por poner un insulto en contra de alguien. Octavio Paz le decía que ese procedimiento era muy tonto. La gente no va a entender ni conocer sus pleitos y rencores. Eso aburre. Por mucho tiempo, Octavio le dictaba las obras a Elena, porque él tenía la esperanza de que ella supiera vivir bien en soledad, que se sostuviera sola, si trabajaba y escribía. Pero ella le pedía dinero insistentemente. Octavio fue una persona pobre en su juventud, aunque después de muerto le dejó una gran herencia a Marie-José. Los libros son difíciles de vender y los de Octavio más, porque son para gente intelectual. Sus ensayos políticos no son manuales para llegar a ser diputados, sino para que la gente lea y medite sobre la historia política de México y el mundo. Traté toda la vida a Elena. Antes de exiliarse a París, la veía casi siempre. Le presentaba a jóvenes escritores y artistas que querían conocerla. De repente las dos Elenas (madre e hija) fueron enloqueciendo con una rapidez increíble. Venían exaltadísimas a mi casa. Elena era aún muy guapa y se conservaba. Ella decía que era menor que Octavio, pero ambos eran de la misma edad. Lo que Elena contaba con mucha gracia lo quería contar también su hija, Helena Paz. Y ambas se peleaban, se enojaban y decían barbaridad y media. Aquello acababa muy mal. “¡Ya me voy!”, se iba la Chata llorando, como le decían a la hija. Luego se largaban de mi casa de mala manera. Al día siguiente me hablaba Elena por teléfono, quejándose: –¡Qué barbaridad! La Chata es insoportable, y todo es por culpa de Octavio. –Ya no me estés fregando con Octavio, ya déjalo en paz –le contestaba. –Pero no tenemos luz. Nos la cortaron. Octavio nos la mandó cortar.
–Eso a mí no me importa. ¡Por Dios! ¡Déjalo en paz! Ya no me lo menciones. No tengo nada que ver con él. No le voy a decir nada, ni le voy a escribir que te sigo viendo. No quiero que me digas una sola palabra de Octavio. Él luego me hablaba: “¿Es cierto que Elena está muy mal y que la tienen que operar? Dime la verdad”. Yo sólo le decía que la había visto en tal exposición o que me hablaba por teléfono para saludarme. “Entonces, ¿qué hago? –me preguntaba Octavio–. ¿Le seguiré enviando su pensión?” “No sé, allá tú”, le respondía. Cada mes del año, Octavio enviaba a las dos Elenas su respectiva pensión, pero lo malgastaban. Hablaban mal de la gente que les encargaba trabajos de traducción. Yo creí que estarían más tranquilas en México, cuando regresaron de París en 1994, pero tenían un grupo grande de estudiantes, investigadores y feministas de una nueva fuerza sentimental, a quienes contaban sus historias inventadas. Aquella gente, ingenua, se maravillaba y las compadecía por sus mentiras contra Octavio, creyendo que él las martirizaba. Y no era cierto. Nunca las martirizó. Cuando se separaron, Octavio la trató muy bien y Elena seguía pidiendo dinero.
Cuando ambas llegaron a México, tuvieron casa propia con muebles en Cuernavaca, pero al mes habían vendido todo. Llamaban a un hospital porque Elena se estaba muriendo, y la supuesta cuenta de gastos médicos se la enviaban a Octavio. También decían que la Chata se había vuelto loca y que se la habían llevado a la clínica con una camisa de fuerza, o que Elena estaba abandonada y que se estaba peleando con la sirvienta. Ellas agarraban el teléfono, le marcaban a Octavio y le gritaban puros insultos en la contestadora hasta que se acababa la cinta. Él no sabía qué hacer. Quería olvidarse de ellas, pero siempre se preocupaba. Yo evitaba ir a Cuernavaca para no verlas. Me enteraba de su situación por los chismes de otros, pero no quería preocupar más a Octavio: “Te comprendo –le decía–. No le va a pasar nada a la Chata ni a su mamá. Vas a ver. Ellas estarán tranquilas con sus parientes.” Elena pertenecía a la familia de los Hernández, que era muy rica, por parte de su madre. Era prima de la coreógrafa Amalia Hernández, ex directora del Ballet Folklórico. Si Octavio, por desgracia, hubiese fallecido antes, su esposa e hija no se hubieran muerto de hambre, porque la familia Hernández las hubiera protegido. Pero tampoco Elena necesitaba ese apoyo, porque ella vendía sus artículos y libros a grandes editoriales. Pero siempre quedaba mal con la gente. Le pagaban por adelantado y no entregaba su trabajo a tiempo. No era capaz de disciplinarse. Quería escribir algo rápidamente para ganar dinero. Las últimas cosas que escribió, a excepción de algunos párrafos, ya no estaban bien hechas, porque quería cobrar. MANTENER UNA ACTITUD NUEVA ANTE EL MUNDO
En los últimos días de su vida, Octavio se puso muy grave. Sólo nos hablábamos por teléfono, pero la conversación duraba muy poco, porque se cansaba de hablar. Yo lo notaba, pero él seguía hablando; empezaba con ímpetu y luego se cansaba. Lo veía en el hospital de Nutrición, donde él estaba internado y se quejaba mucho, que no tenía a la mano algodones ni gasas, que Marie-José no tenía un lugar cercano a él para cuidarlo. En la noche él oprimía el timbre y no aparecía ninguna enfermera. No podía levantarse para ir al baño… Fue un desastre en sus últimos años, desde el incendio de su departamento hasta el día que murió (19 de abril de 1998). El entonces presidente, Ernesto Zedillo, intervino. Le ofreció un hospital y le puso a los mejores médicos del país, pero ellos no se habían dado cuenta de un cáncer que padecía Octavio desde hacía años. Las operaciones que le realizaban eran inútiles. Ya no tenía fuerzas para reaccionar, pero de la cabeza se encontraba maravillosamente bien. Estaba muy simpático la última vez que lo vi en Nutrición. Desde ese momento me fui de viaje. Fue cuando empeoró y lo entrevistaron en la televisión, donde habló espontáneamente a la gente. Él me decía por teléfono que ya había llegado el final y sentía mucha tristeza por dejar sola a María-José. La familia de ella había muerto en un accidente de avión. Él esperaba que no la hicieran sufrir mucho. Sin embargo, ella ha sido una mujer muy fuerte. Cuando falleció Octavio, Mari-Jo dio órdenes de que nos dejaran pasar a mí y a Marek, entre mucha gente, en su casa de Coyoacán. Yo no podía ir a las exequias porque tenía un compromiso en Aguascalientes, imposible de abandonar. Ella lo comprendió. En el velorio también estaba Julio Scherer e hicimos muchos esfuerzos para estar tranquilos. Mari-Jo me dio permiso de ver a Octavio en el féretro, quien se veía muy bien, con una expresión seria. Octavio fue un amigo excepcional. Nunca perdió la actitud de cuando era muy joven, siempre sorprendido de ver las cosas nuevas, con el gusto de oír a la persona que expresaba ideas interesantes. Le atraía la gente joven que era libre, atrevida y sincera, que no tratase de imitar a los viejos, de hacerse como sabios. En sus opiniones mantenía una actitud nueva ante el mundo. Eso le encantaba. Por eso se hizo amigo mío. Porque yo era muy directo al decir todo lo que se me ocurría. No tenía miedo ni vergüenza de no saber ciertas cosas. Yo decía: voy a estudiar, a leer y a pensar como yo quiero. Y eso le gustaba a Octavio. Cuando un nuevo escritor sobresalía, me lo recomendaba: léelo, escribe muy bien, diferente a cualquier cosa acartonada. Él te respetaba, no te atacaba, tampoco te ponía en ridículo. No presumas de lo que no sabes, nos decía. UN IDIOMA PRECIOSO PARA CONTAR HISTORIAS
Juan Rulfo era una persona muy callada cuando estaba en su juicio. Me visitaba en mi departamento de Melchor Ocampo y casi no hablaba. Pero cuando empezaba a hablar, tenía un idioma precioso para contar historias, con una imaginación particular. Te contaba todo con una cadencia y un ritmo muy bonito que te embrujaba y te gustaba oírlo. Siempre fue amigo mío y nunca tuvimos ninguna dificultad. Se ponía cuete con dos o tres copas, y era muy difícil e insoportable. Era una angustia pensar que pronto se cayera al suelo. Luego Rulfo hizo un gran esfuerzo y se corrigió bastante. Rara vez lo vi borracho. A veces lo encontraba en París o en Roma y se veía bien. Pedro Coronel también tomaba bastante, nunca dominó el alcohol. Él tiraba a la locura. Si uno bebe mucho, terminamos siendo loco. ME GUSTABA EL TIEMPO PARA APRENDER
De joven yo era muy tremendo, me embriagaba en cualquier fiesta, cantina o cabaret. Pero un día tuve conciencia de que si quiero ser pintor no puedo emborracharme ni padecer crudas. Me ponía muy tembloroso y angustiado por las tonterías que hacía de borracho la noche anterior. Entonces dejé de tomar. Aproveché el tiempo para leer muchos libros. Si no entendía algo, iba con un amigo más enterado que yo y le preguntaba sobre mis dudas. Como sólo cursé la escuela primaria, tuve que saber todo a través de los libros que me prestaban mis amigos. Me gustaba el tiempo para aprender, porque ignoraba infinidad de cosas: la historia de México, de Europa, de la pintura y el arte... Hay la necesidad en el hombre de escribir novelas, pintar cuadros de forma libre o imperativa. No todo es fiesta. Hay que dedicarse al oficio por completo. Si uno tira el tiempo a la borda, no lo recupera jamás. Si uno pasa toda su vida con el alcohol, el hachís, la coca y haciendo el sexo obsesivamente, pues está fregado. Es muy difícil amanecer crudo, porque te metes en un desastre físico, horrendo. Tuve la suerte de no seguir por este camino fácil. El arte fue mi salvamento. Me gustaba tanto levantarme cada mañana para pintar y estudiar, con la obsesión de querer dominar algún elemento del oficio; ir a ver cómo trabajaban los otros pintores, cómo manejaban sabiamente la materia. El que no sabe historia del arte se limita; ve una pintura sin conocer su significado; sólo alcanza a decir ¡qué bonito! o ¡qué feo! Un cuadro tiene que descifrarse. Mientras más signos e imágenes veamos, más cosas encontraremos. El artista realiza un orden de los elementos bien justificados sobre el lienzo; hay que leer ese orden siguiendo los objetos simbólicos que lo conforman. COSAS QUE PRINCIPIAN DE NUEVO
Leí libros sobre arte de la antigüedad egipcia e india comparado con la de México. La cultura mexicana es infinita porque nuestros antiguos eran grandes artistas. Los egipcios repitieron las mismas formas que habían descubierto, y los mexicanos en cada región crearon símbolos diferentes y hermosos. En nuestra cultura podemos comparar dos jaguares o dos serpientes. Hay soluciones maravillosas de los signos inventados por cada grupo. Todo está lleno de invenciones. En otros países hay un arte aparentemente impresionante, pero hay civilizaciones que se repiten en tres mil años. En India, las calles conservan la misma imagen, y los edificios, también; carecen de evolución. En cambio, nosotros somos de la misma cultura, pero se inventan muchas formas. Cada hombre piensa y vive su experiencia de diferente manera. Hay un deseo de poder explicar los murales dedicados a la Revolución mexicana, en los cuales hay diversidad de temas. Los verdaderos cuadros siempre escapan al lugar de su creación de origen y son producto de la cultura universal. Pierden el sentido anecdótico. Mucha gente piensa que debo estar en París, porque es una sociedad de vida cultural, y no. París es una ciudad menos interesante que México, porque aquí suceden cosas que principian de nuevo. |