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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Calar sin culpa
GABRIEL SANTANDER
La ceniza
SARANDOS PAVLEAS
Correspondencia
y literatura
EDMUND WILSON
La Celestina: una lección en el arte de la elección
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ
El microcosmos de micrós
AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ
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Margaret Randall
XIMENA BUSTAMANTE
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Pájaros
Del otro lado de la ventana de mi habitación, aparte del mar, hay un árbol. Un árbol de grandes frondas que se extiende hasta la casa vecina. Todas las mañanas, al amparo de la luz delgadísima del alba, llega un pájaro de pico amarillo. Se detiene justo en la rama que cruza el cristal de mi ventana de norte a sur, o de este a oeste, según la posición final de mi cabeza al despertar. El pájaro me observa como si observara un pedacito de madera. Inclina un ojo, ladeando la cabeza, para capturar todo detalle. De vez en cuando emite un canto delicado, casi imperceptible. Se mueve de un lado a otro de la rama con sus piecillos veloces, sin despegarme la vista. Esto mismo lo ha venido haciendo desde que me mudé a esta casa, hace ya más o menos cinco meses. Desde entonces nada ha cambiado: la misma ventana, el mismo árbol, la misma rama, el mismo pájaro. Yo mismo no he cambiado nada desde entonces: mi hombro, la mano con la que escribo, la boca con la que amo, mi pie. Aunque la luz delgadísima del alba nos ofrezca una espectáculo distinto cada día, nosotros, los de entonces, seguimos siendo los mismos. |