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Calar sin culpa
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EDMUND WILSON
La Celestina: una lección en el arte de la elección
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Felipe Garrido
Papeles
Eran los días en que estuve enfermo y me retiré a la Quinta para aquietar mis nervios destrozados. No pude dejar de atender, sin embargo, algunos asuntos, y una o dos veces por semana Anacarda me traía papeles que era mejor no confiar al ciberespacio. Mis temores sobre Ruth se confirmaron cuando supe que le había ordenado a la muchacha que le dejara ver las cartas que Teresa me mandara, asegurándole que volvería a cerrar los sobres de modo que nadie lo notara. Anacarda le aseguró que lo haría y, sin informarme de esto en un principio, se contentó con sacar del paquete los pliegos perfumados de Teresa, para ocultarlos a un lado de la llanta de repuesto. Feliz precaución, pues hubo veces –me enteré luego– en que, delirante por los celos, Ruth obligó a mi secretaria a mostrarle lo que traía y aun a vaciar en su presencia el bolso de mano. Anacarda era tan astuta como hermosa, pero Ruth no lo recelaba –ni yo pude descubrirlo, sino tiempo después. |