Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 4 de noviembre de 2007 Num: 661

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El verdadero humor
es cosa seria

RODOLFO ALONSO

Sensación académica
KIKÍ DIMOULÁ

Max Aub: juegos narrativos en Juego de cartas
JOSÉ R. VALLES CALATRAVA

La flor de fuego: Leonora Carrington 90 aniversario
ELENA PONIATOWSKA

Entre Rembrandt
y Van Gogh

RICARDO BADAB

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


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Verónica Murguía

La belleza cuesta

Que la belleza cuesta, todos lo sabemos. Y más en estos tiempos, en los que hasta existe un concurso chino que se llama Señorita Cirugía Plástica. En este certamen taiwanés no sólo se premia la belleza, también se enaltecen el tino para escoger al cirujano plástico y el buen gusto a la hora de encargar los procedimientos.

Las mujeres que participan en esta competencia no le tienen miedo a nada. Se embarran hidroquinona para quedar con la piel translúcida, se ponen a dieta, se depilan con láser y se blanquean la dentadura hasta que les queda fosforescente. Una de las cirugías más socorridas por las concursantes sirve para volverse unos centímetros más alta. El método, siempre doloroso y poco seguro, pues a veces quedan cojas, consiste en romper los fémures y poner unos clavos en los extremos del hueso. El hueso, para fusionarse, “crece” y se alarga, en el mejor de los casos, cinco centímetros. En el peor, una pierna queda más corta y la convaleciente ya no puede concursar o caminar normalmente.

Como crecí viendo películas en las que los gángsters castigaban a sus enemigos dándoles con un bat en las rodillas, opino lo siguiente: fracturarse las piernas a propósito, por mucho que suceda en un quirófano, es una idiotez. Además, cinco centímetros no vuelven alta a una chaparra, y ese concurso es muy estrambótico. Pero yo soy cobarde, y comparada con estas mujeres, fodonguísima.

Las Señoritas Cirugía se operan los párpados para quitarse el pliegue epicántico, que da su forma característica a los ojos orientales. Por supuesto se aumentan los labios con colágeno y se ponen prótesis en el busto, las nalgas y las pantorrillas. El resultado, según la foto, es una mujer muy hermosa, de una belleza indiscutible y rara.

Más que su guapura, lo que me apantalló fue la capacidad de estas muchachas para aguantar el dolor. Y no crea el lector que esta mezcla de aguante masoquista y temeridad es exclusiva de Asia o del siglo XXI: ya los aztecas se afilaban los dientes hasta dejarlos picudos y se incrustaban piedras preciosas en ellos, sin anestesia y con instrumental que imagino muy primitivo. Esas sonrisas nos resultarían extrañas. Tan extrañas como los pies de loto de ocho centímetros, las frentes depiladas del siglo XIV europeo –peladas con agujas al rojo– o los platos que se ponen algunos indígenas del Amazonas en los labios. Ahora hay muchas más técnicas de embellecimiento a la mano y siempre hay quien las paga, aunque sean peligrosas: los hombres se hacen trasplantes de pelo, liposucción, se ponen pectorales y se van a depilar a los centros de láser.

Las mujeres están decididas hasta a tomar clembuterol para adelgazar, un esteroide para problemas respiratorios. Alguien descubrió que si tomas clembuterol, enflacas, no importa lo que comas. Lo malo es que el clembuterol causa arritmias e infartos. Quienes lo toman lo saben, pues es una sustancia controladísima, pero les vale.

Otro ejemplo de vocación por el riesgo es la popularidad de un procedimiento estrafalario para alaciar el pelo: la escova progressiva. Descubierto en Brasil por un empleado de funeraria ocioso, la escova es formaldehído, la misma sustancia que se usa para embalsamar cadáveres. El imaginativo empleado del que hablo descubrió que el formol deja el pelo lacio, sedoso y con cuerpo. Para no desperdiciar el descubrimiento con muertos, a quienes el pelo ya no les preocupa, el señor lo mezcló con champú, lo metió en una botella y se hizo millonario. La escova se aplica, se deja en el pelo cuatro días y se enjuaga.

Una mujer murió mientras se lo lavaba. Otras han tenido paros respiratorios. La Anvisa, algo así como la Secretaría de Salud de Brasil, ha advertido sobre los riesgos, pero la aceptación de la escova ha aumentado. Ahora también se aplica, a escondidas y en salones caros, en Estados Unidos.

¿Qué hay detrás de este disgusto con el pelo, la altura, los muslos y el color?

Yo no sé, pero esta obsesión se extiende a los sitios más recónditos. Hace unos días leí que la labioplastia, modificación de la genitalia femenina para darle un aspecto infantil, es muy solicitada en Estados Unidos, así como las cremas para aclarar la piel de esa zona. Sí, de aquella zona y sus alrededores.

La verdad, alguien que se mortifica así por el aspecto de su, digamos, rabo, debería más bien inquietarse por lo que pasa en el otro extremo de cuerpo. En su cabeza. Y no me refiero al pelo.