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¿Libertad de expresión?
Roger “Verbal” Kint, personaje interpretado por Kevin Spacey en Sospechosos comunes ( The Usual Suspects , 1995), lanza un enigma a su interrogador –el agente Dave Kujan (Chazz Palmintieri)– para referirse a la existencia enigmática de Keyser Soze, el malignísimo criminal de la película: “el gran truco del Diablo fue hacer creer que no existía”, en lo cual no le falta razón, pues las características más sobresalientes del también llamado Lucifer son la simulación y el reino de las apariencias; por eso, una de las advertencias evangélicas instruye que el camino al cielo es tortuoso y difícil, mientras que el que conduce al infierno es llamativo y se encuentra lleno de tentaciones. De acuerdo con la construcción tradicional del personaje diabólico, lo propio de éste es la inversión de los valores divinos, la infecundidad y el engaño, por lo que uno de sus epítetos es el de “simio de Dios”. El Diablo no atrae porque muestre a sus “víctimas” el aspecto monstruoso con que lo visten las películas hollywoodenses, sino al contrario: ofrece imágenes bellas e ilusorias de sí mismo, como las que tuvo que padecer el legendario San Antonio. Para un ejemplo contemporáneo de cinismo engañador, baste recordar el lema que adornaba la entrada del campo de concentración en Auschwitz: Arbeit macht Frei (“El trabajo libera”).
Los cambios iniciados por el Constituyente Permanente en torno al proyecto de reforma electoral han provocado la indignación de dueños y empleados de las grandes empresas de radio y televisión en México. Esto no deja de ser curiosísimo: quienes siempre han mostrado que su proyecto “comunicativo” consiste en cretinizar, desinformar y manipular al público mexicano con visiones sesgadas y unilaterales de la realidad, ahora se erigen como defensores de todos nosotros, sin nunca mencionar dos aspectos cruciales del interés de su “defensa”: la pérdida de ingresos millonarios por la regulación de la propaganda política y la pérdida de parte de su capacidad discrecional para manipular políticamente a radioescuchas y televidentes, sobre todo en tiempos electorales.
Para la Cámara de la Industria de la Radio y Televisión –según La Jornada (19 de septiembre de 2007)–, las reformas constitucionales en materia electoral son “violatorias de la libertad de expresión y del derecho a la información, porque impiden a los ciudadanos estar bien informados”, además de que, “[…] al impedirse a cualquier persona comprar espots en radio y televisión para difundir su pensamiento sobre algún partido o candidato, se viola el derecho de la sociedad a estar informada, y el de los periodistas a ejercer el derecho a la libertad de expresión”. La conclusión de la cirt es que la reforma coarta “la libertad de los mexicanos de escuchar puntos de vista diferentes”.
Manipuladores y unánimes, como siempre, la cirt y sus adláteres “olvidan” lo que la Convención Americana sobre Derechos Humanos expresa en su artículo 11 (“Protección de la honra y de la dignidad”): “1. Toda persona tiene derecho al respeto de su honra y al reconocimiento de su dignidad. 2. Nadie puede ser objeto de injerencias arbitrarias o abusivas en su vida privada, en la de su familia, en su domicilio o en su correspondencia, ni de ataques ilegales a su honra o reputación. 3. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra esas injerencias o esos ataques”; y también “olvidan” el “Derecho de rectificación o respuesta”, expuesto en el artículo 14: “1. Toda persona afectada por informaciones inexactas o agraviantes emitidas en su perjuicio a través de medios de difusión legalmente reglamentados y que se dirijan al público en general, tiene derecho a efectuar por el mismo órgano de difusión su rectificación o respuesta en las condiciones que establezca la ley. 2. En ningún caso la rectificación o la respuesta eximirán de otras responsabilidades legales en que se hubiere incurrido.”
Después de la guerra sucia emprendida desde los grandes medios durante 2006 por la derecha y los grupos empresariales contra uno de los candidatos presidenciales –el muy conocido y probable ganador de ese momento–, es incomprensible que los comedidos “defensores” de nuestros derechos humanos no hayan reparado los que ellos mismos violentaron en perjuicio de ese “nosotros” que usurpan. Ahora, el gran truco del Diablo es pretender que la gente mire desde la perspectiva de su cristal –el de los grupos mediáticos–, que defienda sus causas como si fueran propias y que todos entremos cantando por las puertas de la CIRT: Arbeit macht Frei .
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