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Pavarotti y Zawinul, a destiempo
Su muerte mereció millones de páginas con recordatorios y giros biográficos alrededor del mundo. El vacío que dejaron fue tan lóbrego para la música clásica y el jazz que se comenzaron a reescribir los diccionarios. Y claro, que Luciano Pavarotti y Josef Zawinul hayan muerto rompe con los moldes, con las muletillas que utiliza el hombre (cualquier hombre en cualquier lugar del mundo) para referirse a la “crema y nata” de la ópera y los sonidos contemporáneos del último medio siglo, respectivamente. El uno, cantante italiano, y el otro, compositor austriaco, ambos víctimas del cáncer y ambos mayores de setenta años, se parecieron en que franquearon la vida como dos balas cuyo destino justificaba cualquier acto de rudeza, sabedores de que su hallazgo los disculparía por subyugar a otros y por “dejarse” vencer ante enfermedades que comenzaban en el alimento o la bebida.
Pavarotti cantó extraordinariamente por tres décadas, y por una más de forma notable, incluso cuando le era difícil alcanzar los registros por los que se hiciera famoso durante su juventud en obras de Puccini, Donizetti, Bellini o Verdi. Hijo de panadero y cigarrera, Luciano fue maestro de escuela y estrella local de futbol en Modena, además de vendedor de seguros y miembro del coro de su iglesia, en donde pasaría de alto a tenor durante su cambio de voz para entonces hacerse notar en competencias internacionales.
Zawinul, boxeador amateur y también amante del soccer , creció en Austria para dedicarse al piano y al estudio de la tradición clásica vienesa, lo que no le impidió enamorarse del jazz estadunidense al punto de viajar a Nueva York para internarse en la raíz de un movimiento al que contribuyó con el trompetista Miles Davis (en discos como In a Silent Way ) y con bandas como la mítica Weather Report al lado de Wayne Shorter.
Pavarotti, por su lado, estudió primero con Arrigo Polo y después con Ettore Campogalliani en Mantua. Debutó como Rodolfo en La Bohème , de Reggio Emilia (Abril 19, 1961), y luego como Edgardo en Lucia di Lammermoor , en Ámsterdam, en 1963. Esto le valió presentase con Joan Sutherland en Miami (1965), y girar con la Sutherland Williamson International Grand Opera Company por Australia. Entonces vinieron sus conciertos en el Covent Garden y en la Ópera Metropolitana, lo que terminó de inflar su fama para situarlo como el mejor cantante vivo de su tiempo. Así visitó China y los principales foros del planeta hasta principios de los noventa, cuando comenzó su retiro.
Zawinul, becado en Berklee en 1958, dejó la escuela después de sólo una semana para girar con los grandes de su tiempo, de entre quienes destacó Cannonball Adderley, con quien tocó por nueve años compartiendo su propio repertorio (“Mercy, Mercy, Mercy”, “Walk Tall” y “Country Preacher ”). Hipnotizado por la obra de Duke Ellington, el tecladista supo brincar al Wurlitzer y al Fender Rhodes para inyectarle organicidad a la naciente música electrónica, preocupándose además por la fusión de músicas étnicas de los cinco continentes. Convertido entonces en pieza clave para el jazz americano, Zawinul atrapó como nunca a las audiencias del rock y del progresivo haciéndolas poner atención en una vanguardia distinta.
Pavarotti, ya como celebridad internacional, llevó a cabo numerosas galas a beneficio de la lucha contra el sida y por los niños de Bosnia, siendo la más recordada aquella que hiciera en serie con diferentes estrellas del pop (de U 2 a Maná), bautizada como Pavarotti & Friends. Asimismo, organizó competencias para identificar nuevos talentos y se dio el tiempo de viajar con el proyecto Los Tres Tenores al lado de Plácido Domingo y José Carreras, alianza con la que se cumplió a cabalidad una de sus mayores metas: llevar la ópera al pueblo, a las masas, algo que le trajo un amor multitudinario y la crítica de puristas de pluma dura. En lo que todos coincidieron, empero, fue en que su prolífica trayectoria dejó un conjunto de grabaciones (decenas sólo para el sello londinense Decca) que nunca será igualado en calidad o cantidad.
Zawinul, regresando a sus raíces y al contrario que el tenor de Modena (cada vez más parte de la cultura pop), pasó los últimos veinte años de vida reconciliándose con la música clásica vienesa produciendo distintas obras con colegas como Friedrich Gulda, presentándose en solitario (rodeado por máquinas y secuenciadores) o como líder de su propio Zawinul Syndicate, un semillero por el que pasaron grandes instrumentistas de nuestro presente (México lo recibió en el Teatro de la Ciudad durante 2005).
Ambos, Pavarotti y Zawinul (uno mucho más popular que el otro), amaron la comida, la bebida, los deportes y el “bien estar”. Ambos entendieron que la música era lo más importante de las cosas “simples” de la vida. Por ello pudieron viajar del cultismo a la masa, divirtiéndose y contribuyendo como pocos a la evolución musical. Por ello, ambos pueden irse en paz.
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