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Tres poemas
Luis Palés Matos
Topografía
(1925)
Esta es la tierra estéril y madrastra
en donde brota el cacto.
Salitral blanquecino que atraviesa
roto de sed el pájaro;
con marismas resecas espaciadas
a extensos intervalos,
y un cielo fijo, inalterable y mudo
cubriendo todo el ámbito.
El sol calienta en las marismas rojas
el agua como un caldo,
y arranca al arenal caliginoso
un brillo seco y áspero.
La noche cierra pronto y en el lúgubre
silencio rompe el sapo
su grita de agua oculta que las sombras
absorben como tragos.
Miedo. Desolación. Asfixia. Todo
duerme aquí sofocado
bajo la línea muerta que recorta
el ras rígido y firme de los campos.
Algunas cabras amarillas medran
en el rastrojo escaso,
y en la distancia un buey rumia su sueño
turbio de soledad y de cansancio.
Esta es la tierra estéril y madrastra.
Cunde un tufo malsano
de cosa descompuesta en la marisma
por el fuego que baja de lo alto;
fermento tenebroso que en la noche
arroja el fuego fátuo,
y da esas largas formas fantasmales
que se arrastran sin ruido sobre el páramo.
Esta es la tierra donde vine al mundo.
–Mi infancia ha ramoneado
como una cabra arisca por el yermo
rencoroso y misántropo–.
Esta es toda mi historia:
sal, aridez, cansancio,
una vaga tristeza indefinible,
una inmóvil fijeza de pantano,
y un grito, allá en el fondo,
como un hongo terrible y obstinado,
cuajándose entre fofas carnaciones
de inútiles deseos apagados.
Majestad negra
(1934)
Por la encendida calle antillana
va Tembandumba de la Quimbamba
–rumba, macumba, candombe, bámbula–
entre dos filas de negras caras.
Ante ella un congo –gongo y maraca–
ritma una conga bomba que bamba.
Culipandeando la Reina avanza,
y de su inmensa grupa resbalan
meneos cachondos que el gongo cuaja
en ríos de azúcar y de melaza.
Prieto trapiche de sensual zafra,
el caderamen, masa con masa,
exprime ritmos, suda que sangra,
y la molienda culmina en danza.
Por la encendida calle antillana
va Tembandumba de la Quimbamba.
Flor de Tortola, rosa de Uganda,
por ti crepitan bombas y bámbulas;
por ti en calendas desenfrenadas
quema la Antilla su sangre ñáñiga.
Haití te ofrece sus calabazas;
fogosos rones te da Jamaica;
Cuba te dice: ¡dale, mulata!
Y Puerto Rico: ¡melao, melamba!
¡Sús, mis cocolos de negras caras!
Tronad, tambores; vibrad, maracas.
Por la encendida calle antillana
–rumba, macumba, candombe, bámbula–
va Tembamdumba de la Quimbamba.
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Plena del menéalo
(1952)
Bochinche de viento y agua...
sobre el mar
está la Antilla bailando
–de aquí payá, de ayá pacá,
menéalo, menéalo–
en el huracán.
Le chorrea la melaza
bajo su faldón de cañas;
tiemblan en goce rumbero
sus pechos de cocoteros,
y vibrante cotelera,
de aquí payá las caderas
preparan el ponche fiero
de ron con murta y yerbiya
para el gaznate extranjero.
¡Ay, que se quema mi Antilla!
¡Ay mulata, que me muero!
Dale a la popa, chiquilla,
y retiemble tu velero
del mastelero a la quilla
de la quilla al mastelero.
Fija la popa en el rumbo
guachinango de la rumba.
¡Ay, cómo zumba tu zumbo
–huracanada balumba–
cuando vas de tumbo en tumbo,
bomba, candombe, macumba,
si el changó de Mombo-Jumbo
te pone lela y tarumba!
¡Cómo zumba!
Y ¡qué rabia! cuando sabia
en fuácata y ten con ten,
te vas de merequetén
y dejas al mundo en babia
embabiado en tu vaivén
¡Ay, qué rabia!
Llama de ron tu melena.
Babas de miel de acaoban.
Anguila en agua de plena
pon en juego tus ardites
que te cogen y te roban...
¡Cómo joroban tus quites!
¡Ay que sí, cómo joroban!
En el raudo movimiento
se despliega tu faldón
como una vela en el viento;
tus nalgas son el timón
y tu pecho el tajamar;
vamos, velera del mar,
a correr este ciclón,
que de tu diestro marear
depende tu salvación.
¡A bailar!
Dale a la popa el valiente
pase de garbo torero,
que diga al toro extranjero
cuando sus belfos enfile
hacia tu carne caliente:
–Nacarile, nacarile,
nacarile del Oriente–.
Dale a la popa, danzando,
que te salva ese danzar
del musiú que está velando
al otro lado del mar.
Ondule tu liso vientre
melado en cañaveral;
al bulle-bulle del viento
libre piernas tu palmar;
embalsamen tus ungüentos
azahares de cafetal;
y prenda fiero bochinche
en el batey tropical,
invitando al huele-huele
tu axila de tabacal.
Mientras bailes, no hay quien pueda
cambiarte el alma y la sal.
Ni agapitos por aquí,
ni místeres por allá.
Dale a la popa, mulata,
proyecta en la eternidad
ese tumbo de caderas
que es ráfaga de huracán,
y menéalo, menéalo,
de aquí payá, de ayá pacá,
menéalo, menéalo,
¡para que rabie el Tío Sam!
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