Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 25 de marzo de 2007 Num: 629

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Murakami: literatura
en espiral

PAOLA DADA

La doble espiral:
Kafka en la orilla

La tierra libre de
Palés Matos

MERCEDES LÓPEZ-BARALT

Tres poemas
LUIS PALÉS MATOS

El cosmos de José Martí
ALBERTO ORTIZ SANDI

La antilógica del sistema
XIMENA BUSTAMANTE
entrevista con las GUERILLA GIRLS

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Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

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LUIS TOVAR

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Los Peppers: ni tan rojos, ni tan picantes

Digamos, para empezar con las conclusiones, que los Red Hot Chili Peppers están lejos de su propia audiencia y que no se preocupan por complacerla. ¿Es esto un error, un acto de egoísmo? La doble respuesta de las más de 25 mil personas que asistieron al Foro Sol para ver su gira Stadium Arcadium demostró que la distancia generacional entre quien está arriba del escenario y quien está abajo, sí pesa. Nos tomamos la molestia de analizarlo porque esta es, sin duda, una de las grandes bandas de nuestro tiempo.

Llovía. Las presentaciones abridoras de Porter y Modest Mouse se resolvieron a contracorriente, minadas sus aspiraciones de estar en un escenario del que –como todo telonero– no pudieron utilizar ni pantallas, ni luces, ni volúmenes a clímax. Cumplieron y se fueron cuando la gente mostraba índices de cansancio. Luego vino una pausa larga, vaticinio de problemas técnicos. Con todo y que Tláloc paró por buenas rachas, el plato principal no salía del horno. De pronto, cuando las muchas fintas comenzaban a calar en el sistema óseo del ánimo, John Frusciante (guitarra), Chad Smith (batería) y Flea (bajo) salieron sin aspavientos sobre el tinglado, con las rolas de fondo todavía sonando y sin los típicos negros agoreros. Así se colocaron en sus puestos y ante la multitud desconcertada empezaron a palomear, a improvisar un estupendo solo de guitarra sustentado en la calidez de una base rítmica expresiva. Esta era la primera de las extravagancias del cuarteto, hoy dedicado a hacer lo que le da la gana por lo menos en concierto. Que los dejen en paz, parecen pedir. Para cumplir con su disquera y manejadores están los videoclips y los sencillos digeribles.

Apareció luego Anthony Kiedis (cantante), al final de dicho solo. Se apagaron las luces y la nave despegó, aunque nunca reflejaría la actitud de quienes "se la partían" pisando las tablas. La audiencia oscilaba tratando de "prenderse", pero las carencias sonoras lo impedían sin que atinara a comprender el centro de su agobio. Porque eso es lo que sucede cuando los ingenieros no logran su cometido e intentan, además, "producir en vivo". (O sea que no se conforman con intentar que los músicos suenen bien, sino que tienen la meta de acercarse a la propuesta de los discos.) El público observa pero no siente ni la potencia ni la definición de la música, enfriándose poco a poco.

Más y más pasajes instrumentales y la figura del frontman perdiendo presencia. Algo extraño, pues quien hace tiempo brincara propinando patadas voladoras hoy apenas si se mueve o se comunica con su fanaticada. Saliendo a ratos del campo visual, Kiedis parece entregarse en cuerpo y alma a sus nuevas costumbres meditativas y vegetarianas, mientras son los otros quienes inyectan adrenalina a las cada vez menos ráfagas de funk y punk. Pocas canciones y luego el final. Otra pausa y entonces el acabose: un magnífico solo de trompeta a la Miles Davis por parte de Flea (quien ya había dado cátedra de bajo). La gente cada vez más perturbada hasta que llega un respiro inesperado, el monumental tema "Give It Away". Todos contentos, pero sólo para caer –inesperadamente– en el fondo más largo y oscuro de una improvisación final de veinticinco minutos.

Así las cosas, muchos agradecemos estos momentos de inspiración fugaz pues comprendemos el tedio al repetir piezas para "la chaviza". Sin embargo, también entendemos a los decepcionados a quienes los Peppers, como otras bandas que maduran engañosamente, les venden gato por liebre. ¿Que si valdría la pena verlos nuevamente? La respuesta… es no.

Epílogo antibombas

Lo que la productora de conciertos Ocesa hizo durante este marzo es comparable, en términos terroristas, con el suicida dinamitero que en su inmolación pasa a joder a quien se encuentre a su lado. ¿Deftones, Roger Waters, The Who (cancelado), Red Hot Chili Peppers, Placebo, Sonic Youth, ASIA y más, todo en un mismo mes y repitiéndose en distintas ciudades del país? ¡Esas son ganas de que la industria sufra! Suponemos –y con ganas de hacer apuestas fuertes– que no hubo manera de lograr las ganancias que esperaban (de ahí que el problema físico del cantante de The Who, con todo y que era pasajero, le viniera como anillo al dedo para salir huyendo de otra macropérdida inminente). Pero lo peor no es eso, pues el monstruo corporativo todavía parece soportarlo todo. Lo peor es que en su afán de no dejar ir ninguna de las grandes giras del año embarraron negativamente al Festival de México en el Centro Histórico tanto como a muchos promotores independientes. Dividieron de tal forma a la audiencia y le exigieron tanto gasto que todos salimos perdiendo.

¿Esa era la única salida frente a las agencias de contratación norteamericanas? ¿No era mejor dejar pasar alguna oportunidad para mejor momento? ¿Por qué repetir el error en Brasil, Argentina y otros países sudamericanos, como parece que están haciendo? No lo entendemos porque no sabemos de números, cierto, pero también porque el sentido común indica que la sobreoferta reduce el valor e impacto de las cosas. En fin. Allá ellos. Nosotros, por lo pronto, elijamos con cuidado la taquilla a la que va a parar nuestro dinero.