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Mercedes López-Baralt
La tierra libre de Palés Matos
El año de 1898 tiene para los puertorriqueños, como la moneda, dos caras: la una, trágica: fue el año de la invasión norteamericana, con la consecuencia de la toma por asalto de la isla como botín de guerra; la otra, esperanzadora: ese mismo año nace en Guayama, ciudad costera del sudeste, el que habría de convertirse en nuestro poeta mayor, Luis Palés Matos. Su padre – librepensador y masón– fue un profundo admirador de la cultura francesa, y se cuenta la anécdota de que fue detenido en una ocasión por escribir un artículo sobre la muerte de Renan. La estrechez económica de la familia tronchó la escolaridad del joven Palés cuando cursaba segundo año de escuela superior. Sin embargo, autodidacta como pocos, ya había escrito antes de los quince años un libro de versos. A los veinte años abandona los planes de continuar sus estudios para hacerse abogado y se casa con una compueblana, Natividad Suliveres, quien muere de tuberculosis al año. Le sobrevivirá el hijo que Palés llamará Edgardo, en homenaje a Edgar Allan Poe.
En su novela inconclusa Litoral, sin duda memorial autobiográfico, Palés confiesa su "carácter perplejo, irresoluto". De ahí la proliferación de empleos ajenos a su vocación literaria, como también su pereza para publicar. Pese a ser autor de una obra considerable, en vida publicó sólo dos libros: Azaleas (1915) y Tuntún de pasa y grifería (en dos ediciones de 1937 y 1950), además de seleccionar y corregir los poemas que Federico de Onís incluyó en la primera antología de versos del poeta, publicada en 1957.
La vida de Palés transcurre entre Guayama y San Juan, la capital del país. Guayama es más que un dato anecdótico en la biografía del poeta. Tramontar la cordillera que divide a la isla en dos es abandonar el verde cantor del norte en pos de la geografía calcinada del sur, cantada en clave irónica por Palés en su poema "Topografía". Guayama se convierte en el emblema de la atmósfera de su poesía, emblema que engendra la postura vital de hastío de la vida provinciana y colonial de comienzos del siglo xx que lo catapulta al vuelo de la imaginación, constructora del mito.
Apenas viajó nuestro vate, pero fue un intenso "viajero inmóvil". "Una isla es siempre la posibilidad de un barco", dijo otro poeta puertorriqueño, Edwin Reyes, y esta imagen –cifra de la libertad por la imaginación– recorre la poesía palesiana hasta su epitafio en verso: "Estoy y no estoy ya ido/ en esta barca de ron./ Se apagan onda, sonido,/ y a lo lejos desvaído/ suena un profundo acordeón.../ trombón que gime escondido/ dentro de mi corazón."
Palés casa en segundas nupcias en 1930 con María Valdés Tous, de la que tiene dos hijos: Guido (ya fallecido) y Ana Mercedes. La Universidad de Puerto Rico lo nombra poeta en residencia en 1944. En sus últimos años sufre de una condición cardíaca y ve morir a su hijo Edgardo y a dos nietas. En 1949 se enamora de la mujer que le inspirará el ciclo de poemas a Filí-Melé.
Una mirada a la obra poética palesiana nos revela su proyección en varias de las direcciones de la poesía hispanoamericana del siglo xx. Azaleas es, como los poemas de la primera etapa de su obra, un librito a caballo entre el modernismo (con sus motivos de orientalismo, spleen, mitología grecolatina, paraísos artificiales, hiperestesia, neurastenia, preciosismo, el emblema del cisne) y el prosaísmo irónico del postmodernismo, que plasma en una retórica coloquial. El palacio en sombras exhibe una primicia insólita para la época: en unos versos de 1917, "Las voces secretas", Palés anticipa la valiente exploración de la propia sexualidad en poetas como Alfonsina Storni, Juana de Ibarbouru y Delmira Agustini al poetizar, a la manera modernista, el tema tabú del autoerotismo femenino. La vena criollista se evidencia en Coplas jíbaras, y Canciones de la vida media es un poemario de corte decididamente postmodernista, que subvierte irónicamente el modelo machadiano de Campos de Castilla. La vanguardia irrumpe estrepitosa con cantos futuristas y explosión onomatopéyica en los poemas del diepalismo, "ismo" inventado por Palés y el poeta y novelista boricua José de Diego Padró. Vanguardia que continúa en el negrismo de los poemas del Tuntún de pasa y grifería, que causan un fértil escándalo en las letras boricuas a partir de la publicación de varios de ellos entre 1926 y 1932. La última etapa palesiana –que podríamos denominar de postvanguardia– acentúa el tono conversacional y callejero ("La plena del menéalo") y la introspección intimista (el ciclo de Filí-Melé, en torno al amor y la muerte).
El aporte más reconocido del poeta guayamés a la historia de las letras hispanoamericanas reside en buena medida en el Tuntún... Con su poema "Danzarina africana", escrito entre 1917 y 1918 y marcado aún por el orientalismo de corte modernista, Palés precede en el negrismo a Guillén, Pereda, Guirao, Tallet, Carpentier y Ballagas; incluso a Langston Hughes y a Claude McKay. Nuestro poeta tiene el enorme mérito de estrenar en las Antillas hispánicas una concepción poética que constituye la primera respuesta a la búsqueda de la especificidad caribeña, a la vez que el primer movimiento literario antillano en internacionalizarse. Se trata de la negritud, definida por René Depestre como un acto del cimarronaje cultural que opusieron las masas de esclavos y sus descendientes a la empresa colonial de Occidente. También es una forma de la vanguardia, con su obsesión por la experimentación formal, la imagen insólita y el ritmo. Y entronca con el indigenismo. La celebración de las culturas "primitivas" en este momento debe no poco a la difusión del libro de Oswald Spengler: La decadencia de Occidente, de 1918.
Con actitud contestataria, Palés nombraría el poemario de 1937 en el que recoge casi dos décadas de poesía negrista, Tuntún de pasa y grifería. El título –desafío ab initio que con sus tres voces plebeyas comunica el propósito de provocar, de romper los esquemas tan fáciles como falsos de una sociedad que se quiere blanca sin serlo– anuncia la irrupción irrespetuosa de la negritud en la lírica puertorriqueña. Por primera vez se daba en nuestra poesía la celebración de la belleza femenina africana, encarnada en la majestad negra de Tembandumba de la Quimbamba; por primera vez se ridiculizaba al negro aspirante a blanco en "Elegía del Duque de la Mermelada" y "Lagarto verde". Con ironía y humor, el poeta volteaba al revés los epítetos con que Europa ha disminuido secularmente a la raza negra, vaciándolos de su carga negativa para exaltarlos como fuerzas vitales. Así, la danza, el ritmo, el sexo y la inmersión en la naturaleza y la magia se convirtieron en la poesía palesiana en los elementos de fecundidad y futuro que potencian a la raza negra, y a cuya carencia se debe el deterioro del mundo blanco. La articulación de un mito a partir de la negritud cuaja en el Tuntún... en la figura libertaria de la "Mulata-Antilla", que desafía al Tío Sam bailando su gozosa "Plena del menéalo".
Palés es también heredero de la vocación antiimperialista antillana que fuera bandera de los próceres del xix: Betances, Hostos, Martí. Desde su "Preludio en boricua" afirma la unidad caribeña; también en "Danza negra" y "Majestad negra", y sobre todo, en "Canción festiva para ser llorada", poema en el que se abrazan las Antillas menores con las mayores, las francesas con las holandesas, las inglesas con las hispanas. Varios escritores antillanos han transitado el camino señalado por Palés, entre ellos la puertorriqueña Ana Lydia Vega (Encancaranublado, 1983), el haitiano Jean Claude Bajeux (Antilia retrouvé, 1983) y el cubano Antonio Benítez Rojo (La isla que se repite, 1989).
Hacia el final de la obra palesiana la autorreferencialidad se constituye en motivo obsesivo, al plantearse el poeta la posibilidad misma de la poesía. En "Puerta al tiempo en tres voces" el lenguaje pugna por atrapar más que a Filí-Melé, su fugitivo amor, a la "imagen de su imagen", a la palabra justa que pueda contenerla. El ciclo final del amor y de la muerte –para muchos lo mejor de su poesía– supone un tour de force en la ovidiana construcción del mito de su arquetipo femenino: la Mulata-Antilla deviene Filí-Melé, mujer isla, nave, árbol, espuma, nieve, miel y melodía.
Dice Palés en su novela Litoral que de niño le sobrevino la premonición del fracaso en un sueño que se convertiría en visita constante de sus noches, obsesión derrotista que traduce en el subtítulo del relato: Reseña de una vida inútil. El poeta narra cómo se soñaba cazador de garzas y gaviotas en un terreno pantanoso que le impedía moverse para cobrar las piezas ganadas por la puntería de su escopeta.
Poco antes de aceptar el llamado de "larga voz de hoja seca" que lo conminaría al último viaje el 23 de febrero de 1959 en San Juan, Palés vuelve en un movimiento circular al principio, para contar otra vez el sueño en uno de sus últimos poemas. El soneto "La caza inútil" revela el sentido simbólico de las aves del sueño infantil: son las palabras fugitivas, que se niegan a rendirse, las que obseden aún a al poeta-cazador. Vale cerrar esta nota citándolo, porque en estas sus confesiones sobre la futilidad de la escritura late, paradójicamente, el mayor triunfo poético de Palés, y –para gloria nuestra– la patente equivocación de su intuición como soñante:
Se acabó la palabra al borde mismo
de contenerte en última vislumbre.
Trampa de polvo azul sobre el abismo
a tí, diáfana presa de la cumbre.
Por gándaras de sueño, cetrería.
Reiteración constante de emboscada,
y tú –cifra inefable de poesía,
magia verbal– al cazador hurtada.
Hurtada al cazador pero fundido
tu huir a mi buscar, gracias del arte
que a órbita amorosa nos ha uncido...
Día a día renuncio de buscarte,
pero vuelvo al quehacer más trascendido
y más iluminado de encontrarte.
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