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Manuel Stephens
De intérpretes
Los programas de apoyo que tiene el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, hasta hace pocos años, designaban las becas para bailarines bajo el rubro "ejecutantes". Afortunadamente este error fue corregido. Los que finalmente tienen en sus manos el trabajo coreográfico son precisamente los bailarines, a quienes el fonca agrupa ahora bajo el término "intérpretes". En la labor compartida entre el coreógrafo y éstos, el compositor dancístico necesariamente tiene que desprenderse de la obra al término del montaje y dejar que madure en quienes se presentan ante el público.
En un encuentro de críticos de danza en San Luis Potosí, Carlos Monsiváis externó que era importante generar un star system para bailarines y coreógrafos como recurso para dar una mayor presencia a la danza contemporánea que se hace en el país. Hasta la fecha esto no ha ocurrido. La poca difusión en los medios que tiene la danza en general (y que es prácticamente nula en los electrónicos, que son los que llevan la batuta), no ha permitido instrumentarla. Además de que también existe una cierta indiferencia entre coreógrafos y críticos para hablar y registrar el papel esencial del bailarín en el fenómeno dancístico. Especialmente en el caso de la danza independiente –aquella que se distingue por su espíritu experimental y de ruptura– es innegable que el bailarín determina y compone la obra. Un ejemplo emblemático es la participación de Lorena Glinz en Trío y cordón, de Víctor Ruiz y Claudia Lavista. Glinz es una performer con formación dancística, actoral y musical que dotaba a esta obra, de amores vampíricos y tonos sadomasoquistas, con una presencia que no ha podido recuperarse con otros elencos; incluso me atrevería a decir que su misteriosa y lúbrica interpretación bajo una partitura de movimiento minimalista y sumamente gestual fue decisiva para que los coreógrafos obtuvieran el Premio Nacional de Danza.
Habría que mencionar que, entre los independientes, los coreógrafos bailan también sus propias composiciones y conocen los beneficios y retos de montar una obra con base en quiénes son los interpretes. Un caso especial es el de Óscar Ruvalcaba que presentó en la Sala Miguel Covarrubias una tercera versión de Carlota, la del jardín de Bélgica. Esta es una obra de largo aliento sobre Carlota Amelia de Bélgica, emperatriz de México y las Américas. Coreográficamente, la complejidad de Carlota se vislumbra en que evita casi totalmente la representación anecdótica de la vida de este personaje histórico, recurre a mínimos indicios para guiar la lectura del público y muchos de ellos se encuentran no en las acciones de los interpretes, sino en la conformación del guión musical. El peso de la narración recae repetidamente en las letras que escuchamos, mientras que las danzas son resultado de una desconstrucción de la historia bajo la óptica del cabaret europeo de los años veinte.
Ruvalcaba ha escenificado tres Carlotas profundamente diferentes entre sí. Bajo un estable guión musical, ha cambiado significativos elementos de producción y ha contado con equipos de intérpretes nuevos en cada puesta. Dramáticamente, Carlota funciona bajo la oposición del personaje principal a un cuerpo de baile cuyos miembros van transformándose de acuerdo al episodio de la vida de la emperatriz a que se está aludiendo. Esta trilogía, que en conjunto puede describirse como una peculiar y extendida variación de un work in progress, ha contado con brillantes protagonistas: Tatiana Zugazagoitia, Laura Morelos y, en la versión que nos ocupa, Tzitzi Benavides. Cada una ha sido determinante en el resultado final de la puesta, como evidentemente nos deja ver el coreógrafo.
Tzitzi Benavides es una bailarina que destaca por su precisión y limpieza técnica, y por una presencia que mezcla cierta inocencia con el impulso vital de una mujer. Su sólido compromiso con la danza, que la ha llevado a participar en proyectos experimentales hasta montajes soft, abiertamente comerciales y de entretenimiento, hace de ella una de las bailarinas cuya trayectoria hay que seguir y que dejará huella. La Carlota de Benavides se distingue de las anteriores por un manejo energético equiparable al cuerpo de baile de varones que la acompaña, entre los que destacan Saúl Gurrola, Roberto Robles, Miguel Areias y Marcos Sánchez.
Respecto a esta tercera puesta de Carlota habría que preguntarse qué tanto va a resistir cambios de elenco y estructurales, si es que se sigue presentando. Pero, sin duda, el espectáculo ha contado siempre con bailarines de primer nivel.
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