Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 24 de septiembre de 2006 Num: 603


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Carlos Correas: escándalo, polémica y olvido
ALEJANDRO MICHELENA
Vlady: paradigma del artista
ROBERTO RÉBORA
La línea y el cuerpo
DAVID HUERTA
La sensualidad y la materia
MERCEDES ITURBE
Vlady: utopías y destierros
JAVIER WIMER
Fernando Pessoa, el idioma y otras ficciones
ALFREDO FRESSIA
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ

Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

(h)ojeadas:
Reseña de Gabriela Valenzuela Navarrete sobre Habitar a otro

Cuento
Reseña de Leo Mendoza sobre Relatos de la condición humana


Directorio
Núm. anteriores
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Mercedes Iturbe

La sensualidad y la materia

CARTA PÓSTUMA

Querido Vlady:


Vlady Tintoretto

Esta exposición, dedicada a tu obra, fue motivo de inolvidables y largas conversaciones y, sobre todo, un proyecto compartido que nos condujo a imaginar conjuntamente cómo palpitarían los muros del museo con tus óleos, temples, dibujos y obra gráfica. Teníamos, ambos, un gran entusiasmo; tú como el creador de una obra apasionada y vital, yo como la responsable de realizar un guión curatorial que permitiera al visitante del Museo del Palacio de Bellas Artes recorrer un resumen destacado de tu trabajo, resaltando en los conjuntos de cada sala tus pulsiones creadoras.

Como siempre, intentar hacer algo digno de la importancia de tu obra ha sido un reto y un gran placer. En esta ocasión, aunque tú no estés físicamente, la muestra tiene el propósito de responder a esa vida intensa que tuviste pero, antes que nada, reflejar la pasión esencial que te ocupó siempre: la pintura. Es cierto que tu personalidad sofisticada y curiosa te llevó en todo momento a interesarte en varios aspectos de la política y la cultura. Fuiste un hombre sediento de conocimiento, un gran lector que nutría su espíritu de ideas revolucionarias y clásicas. Un artista polémico y aislado, hombre moderno, creador angustiado por los temas esenciales que te ocupaban, como el erotismo y los mitos, un provocador permanente. Todas estas características te dieron una forma muy personal de comunicarte con la palabra hablada y escrita.

Con la pintura era otra cosa. Frente al lienzo fuiste, desde muy joven, un artista profundamente seguro de tu conocimiento y destreza en el oficio. A la vez vivías confundido y perturbado por el enigmático laberinto de la creación que te llevaba, con frecuencia, a trabajar el mismo cuadro durante varios años. Tú sabes que no fuiste el único: entre los artistas del siglo xx te acompañaba Balthus, quien también tardaba años en pintar una misma obra.

En estas líneas, en las cuales una vez más converso contigo, quiero referirme a dos temas fundamentales que, a lo largo de tu vida de artista, llenaron tu mente y espíritu con gran fuerza. Por un lado, el oficio y la técnica de la pintura y, por el otro, el erotismo; ambos asuntos ocupan un lugar muy destacado.

Trataremos, en primer lugar, esa cuestión que llegó a ser un fantasma perenne y fascinante en tu actividad creadora. ¿Cómo pintar con la óptima calidad que le permite a la obra trascender el tiempo? "La pintura es alquimia que despierta la instancia de iniciación donde nuevas separaciones y nuevas revelaciones sucederán"*, expresaste en innumerables ocasiones, y es también un testimonio que insertas en tus reveladores textos sobre el arte.

En aquellos primeros años de tu llegada a México, en la década de los cuarenta, tuviste encuentros de gran interés. Descubriste un arte revolucionario impregnado de pintura clásica y te sentiste impresionado frente a los frescos de Diego Rivera, no tanto por su temática sino por la manera soberbia con la cual están realizados. Incluso, una tarde en tu taller de Cuernavaca, ocasión en la que hablamos largo sobre la llamada Generación de la Ruptura, me dijiste que para ti su verdadero iniciador había sido Rivera, por su conocimiento y enorme capacidad en la ejecución de la pintura al fresco. En aquella misma época conociste a las mujeres artistas que hacían una pintura surrealista, o cercana al surrealismo, casi todas ellas europeas: Remedios Varo, Leonora Carrington, Alice Rahon y Frida Kahlo. Todas te recibieron bien, particularmente Frida, cuya pintura detestaste. Sin embargo, Leonora Carrington jugó un papel muy importante en tu vida de artista apasionado y curioso por el oficio. Encontraste en su pintura una forma de trabajar la técnica que ignorabas. Ella preparaba su propia témpera para cubrir el fondo del lienzo, e incluso sus colores los cocinaba a mano. Leonora te reveló el oficio artesanal del pintor. Su método no era una manía de artista extravagante. Con ella descubriste realmente la importancia de la témpera y del barniz, y el total rechazo a la pintura en tubo y, como consecuencia, la necesidad de fabricar tu propia pintura. Este aprendizaje te condujo a un camino que nunca abandonaste, convirtiéndose en una de tus mayores obsesiones. La alquimia se instaló en tu taller. A medida que avanzabas y te sorprendías con la aplicación perfecta de la técnica, te quejabas, con gran desilusión, de aquellos pintores contemporáneos quienes, por descuido o falta de interés, desconocían cómo pintar con verdadero oficio, algo que para ti era de gran trascendencia y condición absoluta de la creación artística. Siempre te resultó muy difícil admitir que existe el arte sin un conocimiento impecable sobre la aplicación de la materia, de ahí tu apego a la pintura antigua, particularmente a la renacentista.


El uno no camina sin el otro, 1994, colección Isabel Vlady

"Calidad significa lógica y material, durabilidad y otros valores más circulantes.’" En tu magnífico libro Abrir los ojos para soñar, transmites al lector, en escritos y cartas que van de 1991 a 1995, tu pasión por la pintura y la absoluta convicción del indispensable aprendizaje del oficio: transparencias, barnices, clara de huevo, aceites, pigmentos y emulsiones: "El pintor se sumerge en la música alquimista de los materiales."

En tu vida de artista resulta evidente que, al aplicar destreza en la técnica, experimentabas un regodeo placentero y sensual, más liberador incluso que el erotismo. Tu profundo conocimiento del oficio nunca te satisfizo, siempre querías descubrir algo más en las fórmulas de tus antepasados, y buscabas compulsivamente la perfección. Esta postura, lejos de generarte conflictos, te despertaba una sensación de vanidad. Hiciste copias de varios de los grandes maestros de la pintura, como Caravaggio, Tiziano, El Greco y Artemisia Gentileschi. No tengo duda de que en el proceso de realización de esas copias buscabas, en el silencio de tu taller, arrobado por los aromas del óleo, la témpera y los barnices, superar la calidad del oficio de los grandes.

"Transparencias oleaginosas, viscosidades y barnices añaden refinamiento y dulzura al color." Tus palabras están cargadas de esa sensualidad envolvente sobre el tratamiento de los materiales que te absorbe, probablemente más que la obsesión erótica. Esto puede confirmarse con una frase tuya: "Goya terminando algunos de sus cuadros con orgasmo de temple sobre barniz de almáciga."

Después de estas breves reflexiones compartidas contigo sobre el peso contundente del oficio, me interesa abordar la manera tan personal y sorprendente como enfrentaste la temática del erotismo en la creación. Dada la gran cantidad de enigmas y tensiones que proyectas, es un punto que encuentro muy interesante. Puede decirse que la sexualidad en tu obra ocupa el lugar que en el Renacimiento tenía la religión. Tratas el tema del sexo como algo fundamental y, a la vez, con una complejidad que toca la esencia primordial del universo. Tu mirada genera seducción y vértigo transmitidos en trazos cargados de ansiedad y pasión. Se trata de una visión dramática en donde existe una belleza a veces estrujante, una violencia contenida conectada con lo primitivo y, a la vez, una gran sofisticación que genera pronunciados contrastes. No hay una energía liberadora, sino todo lo contrario: nos haces partícipes de tu sentimiento de culpa y de una delirante manía que te conduce a enfrentar el tema con trazos geométricos, grafismos o desvanecimientos de la línea. Hay, en ocasiones, un deseo expresado con crueldad. Las siluetas de los cuerpos con frecuencia tocan una sexualidad inquietante y desbordada.

La verdadera explosión del erotismo en tu trabajo surgió en los años sesenta como uno de tus mayores impulsos. Aceptaste, con cierto recelo, exhibir en 1968 una muestra de dibujos que habían permanecido ocultos y sólo los habías mostrado a algunas de tus amistades cercanas. Fue la primera exposición que se presentó en México dedicada por completo a un erotismo abierto y explícito. El éxito fue enorme y, a los pocos años, se publicó el libro con el mismo material y un ensayo de Salvador Elizondo, figura genial y devastadora de las letras. La capacidad de Elizondo para ir al fondo de tus dibujos fue única. Un escritor que sabía ver arte. No olvidemos que, antes de dedicarse de lleno a la literatura, tuvo la inquietud de ser pintor. Con sus signos o ideas del placer y la muerte, diseccionó los dibujos y los tradujo en brillantes frases que penetran, con provocación, los pliegues de los cuerpos acompañados por sus palabras:

Es como si asistiéramos a un drama en el que la pura inteligencia da testimonio de una fase irracional, gratuita en el más alto grado, secreto del alma por medio del cual el cuerpo subsiste virtualmente ya que su fin verdadero e inmediato en el orden de la operación del vómito y del vaciamiento total de sí mismo es la muerte o una grafografía estática, final.

Siempre has dejado sentir una relación de angustia y tensión con la figura femenina reflejada en esa incesante producción que se advierte como el deseo nunca saciado y renovado, continuamente, a través de la línea y el color. En tu manera de abordar el erotismo están presentes el mito y el dolor contenido. Es un tránsito de la poesía al éxtasis en el cual, de manera inevitable, te sientes obligado a atravesar por el sufrimiento. Los cuerpos, aunque reconocibles, están disociados en trazos que se enredan y se liberan. Hay una interrogación continua y violenta que te conduce a crear, incesante, todas las posiciones de la pareja en donde, con gran dramatismo, la obligas a exponer sus vísceras. Los frágiles interiores se muestran en un acoplamiento que trasciende al erotismo. Esa percepción de la sexualidad es tu personal manera de comprender el universo a través del impulso vital de preservar la especie, que te produce, también, una inmensa ansiedad.

Acostumbrado a recorrer los laberintos profundos de la existencia, este tema es para ti como el arte: una búsqueda metafísica que nunca genera una respuesta y se convierte sólo en el inexorable camino de transformar la materia. En tu obra erótica se expresa esa paradoja que, más allá del gozo, te lleva a la soledad profunda, y esto es, en mi opinión, una característica esencialmente masculina.

El sexo te genera esa terrible angustia que te conduce al arte y tú, Vlady, vas con la pintura directamente a ese objetivo en donde la historia, lejos de ser didáctica, expresa una pasión que, a través de la materia y el color, se refiere a la esencia de la vida. Es por eso que, de pronto, el acoplamiento de las parejas plasmadas sobre el papel o sobre el lienzo, tiene un ritmo extraordinario, equivalente al movimiento del mar; son olas copulando, y tus paisajes marinos son, también, parejas enlazadas.

A esta fascinación se vincula un desequilibrio permanente, un gran pánico, el cual te llevó a la decisión de no tener hijos. Viviste siempre aterrado por la locura de tu madre y, en lugar de descendencia, buscaste las condiciones para vivir siempre bajo la protección de otra persona. Desde pequeño, la ausencia de tu madre originó que te afianzaras en la poderosa figura de tu padre, Victor Serge, referencia constante en tu vida y obra, y después en la cómplice y sólida compañía de Isabel, hasta el final de tus días.

Sin embargo, este antecedente que te condujo a ciertos límites vitales, no modificó en modo alguno tu inclinación perenne por el complejo universo del erotismo que, de manera compulsiva, transformas en torbellino de líneas, en colores tejidos por cuerpos en donde el óleo exhala fluidos y humedades sexuales atrapadas en el aceite de la aromática materia. Los trazos se adhieren al murmullo de la pareja atravesada por el fulgor de la memoria, por blancos y negros, por luces suspendidas en la fragilidad misteriosa de las sombras. La calidez del papel transmite sus secretos y, con el lenguaje de las formas, nos conduce a los sueños alojados en la revelación tibia de los cuerpos. Ahora los amantes son mar en movimiento, olas que revientan para arrojar el semen plateado de sus crestas; es el sentimiento del origen, de ese plácido flotar en el vientre materno.

Con relación a esa manera, tan sensual y tan tuya de captar el paisaje, viene a mi memoria el hermoso dibujo que me regalaste de un lugar muy frecuentado por mí, una pequeña lengua de tierra, húmeda y poblada de vegetación, suspendida en medio del río Sena, llamada Square du Vert-Galant. André Pyere de Mandiargues se refirió a ese lugar preciso, describiéndolo, dada su forma de vagina, como el sexo de París. Su visión me parece acertada y profundamente evocadora. En ese lugar, con las piernas colgando hacia el río y en una suerte de coito con el paisaje, pude sentir sobre mis hombros, en varias ocasiones, el follaje de los vetustos árboles cobijando la historia y propiciando la sensualidad. Y, curiosamente, años después, tú me ofreces ese binomio del papel con el trazo refinadísimo de tu lápiz, en donde acomodas el movimiento del agua y el sonido del viento retratando aquel sitio que, para mí, es símbolo del origen.

El más sutil de tus dibujos atrapa el matiz del erotismo. En tus paisajes, y especialmente en tus mares, habita una cálida sensualidad hecha de materia y trazos ondulantes en donde, finalmente, encuentras esa difícil armonía desprovista de ansiedad. No así en los trazos de tus figuras que se acercan al orgasmo en los espacios de papel y tela que cubres, mi querido Vlady, con el profundo goce y la terrible pesadilla.

Algunas veces conversamos sobre tu visión al respecto, siempre asociada a la pintura. En tus palabras no existía atisbo alguno de un tinte frívolo o vulgar, sino algo alejado por completo de la mediocridad y las convenciones sociales. Fue para ti una obstinación vinculada al arte como un camino de introspección sobre la sensualidad profunda y desgarradora. Intentabas comprender, o más bien exorcizar, el misterio del erotismo a través de los colores y las líneas. Una manera inquietante de vincular dioses y demonios en esas líneas precisas con las cuales creaste tal cantidad de parejas amorosas y agobiadas. Sin embargo, es inevitable, para quienes miran tu obra erótica, con frecuencia encontrar una confusión delirante fijada por la tinta; nudos simbióticos transformados en cuerpos unidos por una caligrafía laberíntica y acuática.

"Las formas primarias de la vida son muy violentas, si la inteligencia no las domina nos destruyen." Con el ejercicio cotidiano de la inteligencia y la creación, intentaste dominar esas formas complejas de la vida. Caminaste infatigable por las posibilidades seductoras de la materia y las ideas. Hoy, entre los barnices y los óleos, se asoma tu presencia que acompaña la vitalidad de tu obra reveladora, siempre, de tus más profundas obsesiones.

* Citas tomadas de los libros
Abrir los ojos para soñar, de Vlady, y
De la Revolución al Renacimiento, de Jean-Guy Rens.