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CHISTE CON INSTRUCTIVO (I DE II)
Los que no tenemos habilidad para contar un chiste sabemos que, cuando éste requiere una explicación posterior para que se le entienda, hay tres problemas, de los cuales dos van al principio y uno al final: los primeros son el chiste y el que lo cuenta, y el último, el más grave, que el chiste no cumple con su cometido.
Algo así sucede con Los pajarracos (2006), de Héctor Hernández y Horacio Rivera, dueto que se hizo cargo de la escritura del guión, la producción y la dirección de este filme, exhibido inauguralmente en el vigesimoprimer Festival Internacional de Cine en Guadalajara. Protagonizada por Miguel Rodarte, Itati Cantoral, Regina Orozco, Luis de Alba, Ivonne Montero y César Bono, de acuerdo con la información generada y difundida por los propios autores, se trata de "la historia de Miguel Sanabria, luchador enmascarado, galán y mujeriego que, tras dejar embarazada a la hija de un diputado, se ve envuelto en una aventura que lo lleva hasta California, tratando de hacer realidad su sueño de luchar en el Olympic Auditorium de Los Ángeles."
Amén de dicha información, por buena o mala ventura este sumeteclas ha tenido hasta tres oportunidades de oír a los autores hablar, plenos de convencimiento, de lo que su película es y significa. Desde luego, en ninguna de dichas ocasiones se cometió la ingenuidad de esperar que Hernández y Rivera se permitiesen siquiera el más escueto asomo de autocrítica, pero lejos de provocar contagio y hasta de suscitar el mínimo beneficio de la duda, el robusto entusiasmo de esos autores forjó, al menos en el caso del suscrito, la convicción de estar atestiguando una desmesura sin sustento ni asideros. Indudablemente, a esta impresión contribuyó el hecho sin remedio de haber visto la película antes de haber sido expuesto a los elogiosos comentarios vertidos a su favor, cuya eficiencia o ineficiencia son el motivo de la pequeña digresión introductoria que sigue, antes de entrar en materia respecto de, como se apuntó arriba, el chiste y su contador.
PAYOLITA CON CHAYOTES
Dictan las no escritas e inflexibles leyes de la mercadotecnia aplicada al cine, que un estreno debe ser precedido de una intensa y extensa campaña publicitaria mediante la cual se genere en el público el convencimiento de hallarse frente a la inminencia de una película más que buena extraordinaria, diríase insoslayable, de la cual dicho público podría sustraerse sólo si está dispuesto a cometer el error sin redención de ser ajeno a una experiencia poco menos que inenarrable, de la que Todomundo hablará, y cuya trascendencia ya está siendo avalada, incluso antes de que nadie pueda corroborar que es verdad aquello que se dice, precisamente por la deslumbrante campaña.
Esa puesta en práctica del método comercial de presensibilización o de ablandamiento mental, tan eficaz como el proceso de masticar, regurgitar y masticar de nuevo de cualquier rumiante, basa mucho de su efectividad en la machacona repetición de los avances, comúnmente conocidos como "cortos", de los cuales se espera que, sumados a la campaña mediática, den como resultado una afluencia masiva para que ese público inducido vea, completo por fin, aquel prodigio del que tanto y tan bien se han pronunciado diversos entes, entre los cuales algunos conspicuos e infaltables, verbigracia un número cada vez más alto y mareador de opinadores y comentadores, salidos de donde sea –suelen surgir de esos templos del saber y la objetividad que son los estudios televisivos en noticieros, barras matutinas, etecé–, alarmantemente ayunos de cualquier expresión verbal que no sea sólo un modo de manifestar un gusto meramente personal, pero bienvenidos siempre que sus palabras puedan ser aprovechadas a manera de certificación, y automáticamente potenciados a críticos.
Todo lo anterior, como reza el eslogan de la Sección Amarilla, funciona y funciona muy bien, porque hay que ver las hordas que se apersonan en taquilla y dulcería, menoscaban sus billeteras y se arrellanan en la sala oscura para ser testigos, por citar un ejemplo actual, del modo en que Adam Sandler hace de su vida un zapping voluntarioso, lelo y timorato, bueno para solucionar su ineficacia sexual, sus cuitas amorosas y otros asuntos de similar trascendencia mundial, pues quién podría dudarlo– algo así es el colmo de la gracia y el ingenio.
(Continuará) |