Cristalizaciones de Borges
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Cristalizaciones de Borges*
Adolfo Castañón
I
Como el efecto de la gota periódica cayendo en el cráneo del supliciado, la obra escrita, entrelineada y aun los dichos de Jorge Luis Borges, han abierto una huella creciente, difícilmente comparable en las letras del orbe, ya en español ya en cualquier idioma. La bibliografía producida por los estudiosos y comentaristas es vertiginosa a tal punto que Alejandro Rossi –un escritor que tantas afinidades tiene con Jorge Luis Borges– ha podido expresar:
Escribir sobre la obra de Jorge Luis Borges es resignarse a ser el eco de algún comentarista escandinavo o el de un profesor norteamericano, tesonero, erudito, entusiasta; es resignarse, quizá, a redactar nuevamente la página ciento veinticuatro de una tesis doctoral cuyo autor a lo mejor la está defendiendo en este preciso momento [
] Escribir sobre Borges es competir con un autor que nunca ha dejado de pensar sobre sí mismo, a lo largo de su obra y frente a las innumerables grabadoras que lo han rodeado.
Independientemente de lo que se piense del planteamiento de Rossi, subsiste el hecho de que la obra de Jorge Luis Borges vino a renovar, en una forma que es difícilmente calculable, la idea y la práctica de la escritura, la lectura, la traducción y aun el comentario. Borges no sólo es el autor de una obra, sino cabalmente de toda una literatura.
II
En las páginas iniciales de una Enciclopedia de las Letras del Tercer Mundo en el siglo XXI , aparece la reseña de un acto que tuvo lugar en Ciudad de México el 14 de junio de 2006, día del XX aniversario de la muerte de Jorge Luis Borges. El redactor anónimo de esa página se detenía en la crónica de un acto que en sí mismo no tenía nada de singular pues, en aquella época, como se sabe, la epidemia de presentar y comentar en público libros llegó a alcanzar cuotas muy altas. Se puede identificar el momento en que se lanzaron esos tres libros sobre Borges con la segunda y decisiva oleada que llevó a la obra de éste a impregnar y permear el desarrollo ya no sólo de las letras, sino de las artes y las ciencias humanas a lo largo de ese siglo XX, del siglo XXI y lo que va de este XXII que está por concluir. Esos tres libros, insistía el redactor, fueron decisivos en la cristalización de un proceso crítico y textual que, si bien tenía antecedentes, alcanzó con ellos un "grado de intensidad catártica y excepcional". Las obras en cuestión fueron publicadas por un editor alemán, Klaus Dietr Vervuert, quien desde hacía décadas venía salvando en su catálogo publicado en castellano pero editado, a veces en Franckfort, a veces en Madrid, la teoría y crítica de la cultura y la literatura iberoamericanas, así como la crítica practicante y los ensayos latinoamericanos que justamente en esos primeros años del siglo XXI empezaron a cobrar un relieve y una trascendencia que sólo se haría sentir en el mercado del libro muchos años más tarde. Las tres obras ahí lanzadas fueron dos libros del eminente crítico y lector –discípulo cercano de Raimundo Lida–, el puertorriqueño Arturo Echavarría: Lengua y literatura de Borges y El arte de la jardinería china en Borges y otros estudios, y el libro del profesor mexicano Rafael Olea Franco: Los dones literarios de Borges. Ahora no podemos saber si el editor Klaus Dietr Vervuert tuvo una intención oculta al publicar y lanzar simultáneamente –¡y en México!– esos tres libros que marcaron una especie de borrón y cuenta nueva en el ámbito de los estudios borgianos y luego en el espacio más vasto de la crítica con que se iniciaría la nueva edad eutanásica que ahora toca des-vivir. Afortunadamente, los libros no se perdieron durante las catástrofes que sacudirían al mundo en el primer tercio del siglo XXI y, además, hemos tenido la suerte de poder reconstruir ese acto de presentación a partir de las escasas notas de prensa que hubo pero, sobre todo, de algunas cartas y notas personales que se encontraron trufadas en los ejemplares propiedad de alguno de los participantes. Consta que en el acto participaron el editor alemán, los autores de los libros Arturo Echavarría, el maestro Gabriel Linares González, Rafael Olea, Carlos Monsiváis, el admirable crítico y museógrafo del instante, y Adolfo Castañón. El redactor anónimo de la Enciclopedia –calcando en realidad palabras del prologuista, el eminente profesor Klaus Meyer Minnemann– comenta que el libro de Arturo Echavarría, Lengua y literatura de Borges, había sido publicado en 1983 –o sea, para 2006, más de veinte años atrás. En aquellos años, no era frecuente que una obra de crítica literaria se re-editase con todas las honras editoriales. Pero el libro de Arturo Echavarría al parecer no sólo resistió el paso del tiempo, sino también, como la obra de Jorge Luis Borges mismo, lo fue en cierto modo devorando hasta alcanzar, por así decir, una condición inconcebible, es decir atemporal o intemporal. En un informe sinóptico como el que se nos ha encargado ahora para dar cuenta del lanzamiento en México de la Biblioteca Iberoamericana animada por Klaus Dietr Vervuert, resulta imposible resumir la cruza de horizontes textuales e intelectuales que aportó ese libro donde un detallismo minucioso y tenaz se alía con una capacidad inusitada de inferencia, una voracidad teórica incontrastable y un conocimiento apasionado y tenso, erudito, de la obra de Jorge Luis Borges. La lectura que hizo Echavarría de Jorge Luis Borges es compleja, pero acaso se pueda aludir a ella señalando que la obra de Borges se escribe y se lee entre líneas. Estas es una forma de decir que en Borges se dará un movimiento envolvente y armónico –en un sentido musical– hacia la auto-conciencia de la escritura y de la lectura que saben que se escriben y saben que se leen, como apuntaría Silvia Molloy. El entrelineado que circula en la obra de Jorge Luis Borges sería menos una trama filosófica o teológica que un entrelineado intratextual, transtextual, crítico y en cierto sentido terapéutico. Si los sistemas filosóficos y religiosos caben ser leídos –por ejemplo, por Jorge Luis Borges– como obras fantásticas, es posible a su vez leer sus obras de ficción como una metodología o luz reflexiva, filosófica. Y no sólo es preciso leerlas así sino escribirlas así. Esta escritura, apunta el redactor anónimo de la Enciclopedia, no sólo tiene un carácter explosivo, centrífugo, sino implosivo. Se trata de una escritura vertiginosa y alucinante que desata las fronteras entre lo conjetural y lo histórico. Una presencia activa y decisiva en el pensamiento de Jorge Luis Borges, según sostiene Arturo Echavarría, es la del escritor y filósofo del lenguaje, Fritz Mauthner (1844-1923) (por cierto traducido al castellano por el poeta malagueño José Moreno Villa), quien adelantándose al itinerario del último Wittgenstein propone y practica una purificación, terapia o cura del lenguaje común y corriente para acceder desde ahí a la búsqueda y al descubrimiento de un sentido, de una lógica o gramática del sentido de la creación poética y cuentística. Borges practicaría esa terapia crítica desde sus inicios, pero más aguda e imperceptiblemente en su época madura, y de hecho cabría leer su empresa creativa como una relectura o reformulación de las ideas literarias del Borges joven por el Borges maduro, en un juego movedizo entre espejos fluctuantes. Ese diálogo entre los dos Borges sería, apunta el redactor anónimo de la Enciclopedia, una de las líneas que hilvanan un común denominador entre los dos libros de Arturo Echavarría y el libro del profesor mexicano Rafael Olea Franco, Los dones literarios de Borges. Si en el primer libro de Arturo Echavarría se postulaba la existencia de una teoría del lenguaje y de la literatura en Borges, enfatizando el vínculo entre estética y metafísica, y si esta teoría era cabalmente detallada tanto en el libro titulado Lengua y literatura de Borges como en el segundo, El arte de la jardinería en Borges y otros estudios, a su vez Rafael Olea Franco en Los dones literarios de Borges seguiría conjugando el verbo irregular Borges en facetas tales como la dicotomía civilización-barbarie, el concepto de traducción, el vínculo existente entre autores como Horacio Quiroga, Juan José Arreola y José Emilio Pacheco, sin dejar de interrogar las cuestiones de la autoría (apócrifa) del famoso poema "Instantes", y sin dejar de caer en la tentación de proponer la lectura de un poema original –original de Olea– "Pequeño poema de los dones."
Los tres libros, apuntaba el redactor anónimo de la Enciclopedia, parecían construir un jardín verbal evocativo de los jardines imaginarios de Borges; un jardín verbal en disimulada forma de laberinto, donde en cada sección habría un árbol con una hoja manuscrita en caligrafía en la cual se podría descifrar un texto que era a su vez el nombre del árbol y una descripción de ese mismo jardín. El efecto de ese jardín teórico y poético deslindado por los tres libros, comentaba el redactor de la Enciclopedia, era perturbador, si no es que alucinante, ya que –no hay que olvidarlo– esos tres libros a su vez habían sido plantados o planteados para exaltar y ampliar la red de jardines chinos –jardines que no lo parecen– imbricada o intrincada en la obra de ese jardinero de las coincidencias implosivas y de las alusiones explosivas llamado Jorge Luis Borges. El redactor continuaba su exposición explayándose en forma por demás admirativa en torno al ensayo "El extraño caso de la araña homicida en Borges y Martín Luis Guzmán: La muerte y la brújula y El águila y la serpiente." Este ejercicio de comparación textual realizado por Arturo Echavarría deja al lector, como en los buenos cuentos policiales (tengan o no mystic under current), con el aliento cortado y la sangre helada. No demuestra tanto, continuaba el redactor anónimo, la capacidad de lectura y absorción de Jorge Luis Borges –quien, según Echavarría, habría conocido esta historia a través de Alfonso Reyes o de Pedro Henríquez Ureña–, sino la vocación de Jorge Luis Borges como un teólogo o un geómetra de la literatura, de la violencia y del asesinato en serie. El redactor anónimo hacía ver la importancia que había tenido la lectura de este ensayo y de su libresca investigación en el esclarecimiento de los asesinatos en serie de mujeres en Ciudad Juárez.
Que en la obra de Jorge Luis Borges se da un riguroso sistema literario que le permite al autor desplegar una complicada red de alusiones externas e internas, centrífugas y centrípetas, y así transformar palabras simples en metáforas complejas, y que en esa obra se comprueba entre otras cosas cómo una misma frase –como en la del cuento "Los teólogos": "El acto de un solo hombre
pesa más que los nueve ciclos concéntricos y trasoñar que pueda perderse y volver es una aparatosa frivolidad" (traducción de Segundo Cardona, revisada por Arturo Echavarría y Luce López Baralt, Lengua y literatura de Borges, p. 168), puede tener lecturas distintas según el contexto– es, según sostiene el redactor anónimo, la raíz inapresable pero mesurable en cierto modo de una eficacia alucinante, ya no sólo de la palabra y de la metáfora, sino de un movimiento sintáctico que, al intentar forcejear con el tiempo, lo termina aprisionando. Si el montaje de esta maquinaria intrincada se debe a Jorge Luis Borges, su desmontaje analítico, continuaba el redactor, se debe al profesor Arturo Echavarría en sus dos obras que cabrían ser representadas, apuntaba el redactor anónimo, como esos rosarios coránicos que desgranan entre sus dedos los fieles practicando así una suerte de muda y continua oración incesante. Y este último concepto –el de la oración incesante o filocalía– parecería ser uno de los manantiales ocultos que mantienen perennemente joven, viva y por así decir en inminente proceso de revelación, la obra publicada y entrelineada, visible e invisible de Jorge Luis Borges.
Los libros presentados aquella tarde del 14 de junio de 2006 en Ciudad de México anunciaban, bajo la modesta apariencia de un acto académico y amistoso, el advenimiento de una nueva edad crítica. Una edad disparada por la obra de Jorge Luis Borges, donde la espacialización de la historia y la formulación periódica del atlas conceptual estaban anunciando el surgimiento de una topología generativa y prefiguradora donde la forma de cada letra cifraba a su vez la figura de un sendero. Esta arte emblemática, patente en Jorge Luis Borges, se desgranaba en los ensayos de Arturo Echavarría y ayudaba al lector futuro –si es que hay alguno, advertiría juiciosamente el otro– a encontrar la aguja de la epifanía poética en el pajar de los comentarios académicos. El detallismo encarnizado, pero en última instancia generoso, y la rigurosa y exigente gimnasia de la razón inductiva en los ensayos de Arturo Echavarría, hicieron suspirar a alguno de los asistentes a aquel acto perdido en el tiempo mexicano: "Alabado sea el Señor: Almotásim se acerca, Almotásim no ha muerto." A partir de ese día, concluía el redactor anónimo de la Enciclopedia de las Letras del Tercer Mundo en el siglo XXI , Miguel de Unamuno y Miguel de Cervantes, el Borges joven y el Borges adulto, "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", "La lotería de Babel" y lo que el mexicano Rafael Olea denominó "Los dones literarios de Borges" cundirían y pulularían entre las ruinas circulares de las ciudades literarias iberoamericanas y el de Jorge Luis Borges, concluía el redactor, empezaría a dejar de ser el nombre de un escritor célebre para transfigurarse, sin prisa pero sin pausa, en la etiqueta epónima y subversiva de una edad abismada por los reflejos y alucinada por la escasez de la experiencia y la ternura verdaderas. Por eso, concluía el redactor anónimo, el nombre de Jorge Luis Borges se transmite sigilosa y secretamente como un talismán prohibido y prohibitivo, como el síntoma precursor de una enfermedad sagrada que transforma en poesía y a veces en silencio todo lo que toca.
* Texto leído en Una tarde con Jorge Luis Borges,
en conmemoración del vigésimo aniversario de la muerte
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