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ANA GARCÍA BERGUA
LOS NACOS Y LOS PIRRURRIS
En mi infancia, los nacos eran unos cuates morenos a los que uno veía en la parada del camión o afuera de la panadería en la tarde, esperando a las muchachas, y no era difícil identificarlos: usaban lentes oscuros hasta en el cine, vestían pantalones Topeka cuando ya no sólo los llamados pirrurris, sino hasta la clase media los había desechado, y se ponían zapatos de El Taconazo Popis con plataforma para no verse tan chaparros. En suma, eran chavos pobres tratando de disfrazarse de chavos de clase media alta. Los chavos de clase media alta se negaban a reconocerse en aquello que les parecía una caricatura y por eso les llamaban nacos –indios, para decirlo rápido. Es decir que la gente, ya fuera porque no se consideraba naca o por librarse del adjetivo, les llamaba nacos, y luego el epíteto de naco pasó a aplicarse a todo lo vulgar, lo pretencioso, aunque proviniera de gente acaudalada: por ejemplo, Irma Serrano con su casa llena de marcos dorados, costosos jarrones y leopardos rugiendo en el jardín, resultaba naca (ahora que se ha quedado sin nariz, simplemente da miedo), o igual resultaban los juniors dando acelerones en sus Mustangs por las meteorológicas calles –Lluvia, Niebla, Fuego
– del Pedregal de San Ángel. Y así lo naco se acercaba también, peligrosamente, a la confusión entre lo cursi y lo elegante, confusión propia de la gente con dinero y sin educación formal. Tanta confusión se entenebrecía, además, cuando uno escuchaba criticar a los nacos, muy oronda, a una señora de las que cubren toda la sala de fundas de plástico transparente (esas que producen unos ruidos muy sugerentes al sentarse) y lucían la vidriera atestada de pastorcitos de Lladró, y ya no sabía uno quién era más naco, si los nacos, las señoras de peinado de casco que se burlaban de los nacos, o uno que perdía el tiempo escuchándolas y tratando de despegarse del plástico del sillón con el trasero empapado. Después, todos estos matices folclóricos se fueron al diablo y la palabra "naco" reveló lo que realmente hay debajo de ella: racismo, desprecio, miedo a que los pobres alcancen lo que a uno pertenece supuestamente por derecho de clase o de tonalidad cutánea. Y tras revelarse aquella naturaleza francamente deleznable, dejó de usarse tanto, por lo menos en público, pues resultaba políticamente incorrecta y peor hablaba de quien la decía, que de quien la padecía. Además, lo que se antes se definía como "naco" pasó a ser kitsch y a formar parte de cultísimas colecciones. Y la verdad uno ya no sabe qué es qué, para qué mas que la verdad; debo confesar que cuando salieron los tintes para el pelo que te pintan de rubio sin que te tengas que decolorar, y el metro se llenó de güeras y güeros, me entró una especie de júbilo y hasta me dieron ganas de entrarle a la moda; había una cosa ahí muy conmovedora y democrática, una especie de burla sanísima de los sacrosantos valores de la blancura y la güereidad que en este país, ay, cómo siguen rifando.
Y para muestra un botón: en los últimos meses la palabra "naco" y su espantajo han vuelto a aparecer. Ha sido una de las peores cosas de esta infinitud de tiempo de campañas que hemos vivido (y no sé si, para cundo salga a la luz este artículo, seguiremos viviendo): darse cuenta de que hay palabras que no se habían dejado de proferir porque se entendiera que su utilización era una muestra de desprecio intolerable, sino simplemente por no quedar mal con los demás. Y la política ha sido un pretexto para que volvieran a salir donde, en el fondo, seguían arraigadas. Así pudimos ver a la famosa señora en la televisión, güera oxigenada de cochezote inestacionable, insultando a un grupo de gente que protestaba en la calle llamándolos nacos, chusma y cosas la verdad cómicas o tragicómicas y muy ofensivas. Vimos en internet cartas de señoras incitando a otras señoras a incitar a votar a su servidumbre por el pan, como si el chofer, el jardinero y la mucama fueran niños chicos, nacos disfrazados que podían cometer traición contra la señora votando por quien quisieran. Cosas tristes y preocupantes, en épocas en que la gente parece obligada a radicalizarse aunque no quiera, o aunque sea más inteligente que eso: con melón o con sandía, nacos o pirrurris, gangsters contra charros
Así, hasta que todos parezcamos una caricatura.
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