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HUGO GUTIÉRREZ VEGA
LA SAGA DE MAURICIO MAGDALENO (II Y ÚLTIMA)
Son muchos las facetas de la personalidad y de la obra de Magdaeno. Escribió teatro, ensayo, cuento, novela y guíones cinematográficos. En medio de su apreciable producción brilla su novela El resplandor. Ahora que la he vuelto a leer he visto sus afinidades con El gesticulador, la excelente obra de Usigli. Juan Ignacio Ugarte, el personaje de Sonata, tiene un aliento galdosiano y un aspecto paródico que nos recuerda a Gogol y La tierra grande es la saga familiar de los Suárez Medrano, oligarcas de pueblo que nos hacen pensar en los Caciques y en Del Llano Hermanos, Sociedad en Comandita, de don Mariano Azuela. Cabello de elote es una novela clave para la época del reparto agrario y se complementa con Campo Celis.
En El resplandor, Magdaleno se queja del incumplimiento de las promesas hechas por la revolución y lamenta el abandono de las naciones indígenas, particularmente la de los ñañhús del estado de Hidalgo y sus campos asediados por la sequía persistente y por el enorme cansancio de una tierra sin abono.
Escribió, además de Las palabras perdidas, cuatro libros de ensayo: Rango, Tierra y viento, Ritual del año y Agua bajo el puente. En todos ellos defiende los principios de la revolución, y con valentía y sinceridad habla de los nuevos caciques, de la corrupción y de la falta de democracia.
Son muchas las afinidades de Magdaleno. Pienso en Galdós, en Miró, Azuela, Guzmán, Muñoz y una buena cantidad de novelistas franceses, ingleses y, sobre todo, rusos. Ninguna de ellas es preponderante, pues Magdaleno fue creador de su propio estilo y de su manera de decir las cosas.
Sus guiones cinematográficos fueron ejemplo de compromiso político, de fuerza lírica y de esa autenticidad que va más allá del costumbrismo. Pensemos en Flor Silvestre, María Candelaria, Bugambilia, Río Escondido, Maclovia y Pueblerina. Con el gran fotógrafo Gabriel Figueroa y el Indio Fernández, intentó el redescubrimiento del rostro de un país que acostumbraba negar lo propio y alabar sin medida lo que venía de otras latitudes. Vale la pena olvidarse de algunos aspectos folclorizantes y evitar el análisis hecho por Ayala Blanco y sus epígonos, y tan lleno de prepotencias y desdenes. Esas películas deben ser consideradas como clásicas y sería conveniente que los jóvenes guionistas se asomen de vez en cuando a los textos ejemplares de Magdaleno.
Los catalogadores ubican a Magdaleno en la segunda etapa de la novela de la Revolución mexicana, pues consideran que su actitud es más exigente y su talante más desencantado por las promesas incumplidas y la corrupción que avanzaba, en todos los campos de la vida civil, de una manera incontenible. Esta división de la novela de la Revolución en dos etapas, es muy rudimentaria pues considera que la primera se basó en el entusiasmo y la segunda en el desengaño. No olvidemos que desde el primer momento la actitud de los escritores es crítica y exigente. Azuela en Los de abajo, Domilito quiere ser diputado y Andrés Pérez Maderista; Guzmán, Campobello, Vasconcelos y Muñoz, ubicados en la primera etapa, describen con claridad y valor los contrastes que caracterizaron al movimiento revolucionario. En esto radica la diferencia entre la novela de la Revolución soviética y la de la mexicana.
Magdaleno, escritor y hombre polifacético, abarcó todos los géneros y nos legó sus novelas críticas, su prosa elegante, sus imágenes teatrales y cinematográficas y su defensa de los ideales de la revolución conculcados por la caterva de "gesticuladores", por el autoritarismo y la corrupción. Magdaleno fue fiel a los dos proyectos de nación que hemos tenido, el de Juárez y el de Cárdenas, y supo expresar sus puntos de vista aun en los momentos en que estuvo dentro del sistema.
Lo tenemos un poco olvidado, pero basta leer El resplandor y ver Maclovia o María Candelaria para saber que su obra conserva toda su vigencia. Por encima de las contradicciones circunstanciales, reconocemos en Magdaleno al hombre bueno, al político y al artista. Los tres aspectos son inseparables, forman el lenguaje de su alma y preservan su memoria.
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