Se fue de lo nuestro, de lo más nuestro,
el pintor Alberto
Gironella.
En la vida del otro lado del lienzo
-donde siempre dibujó la
``Belleza
compulsiva''- él se bebió todas las
botellas de
champaña que pudo.
Al final de los finales, su cuerpo herido
llevaba aún la huella
de las balas que,
como impactos luminosos, resplandecían
a la
manera de corcholatas de cerveza o
de refrescos Mundet, a los que
tanto
mérito dio en sus pinturas y retablos.
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El pintor Alberto Gironella -hispanista
consumado, según
Teresa del Conde- estipuló en su testamento la
creación de
un fideicomiso con carácter de fundación para
salvaguardar
su obra y dejar su casa como museo. En la imagen,
Zapata
(1972), donación del artista a La Jornada Ť
Foto: R. Pozos
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