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Verónica Murguía
Una costra porosa
A pesar de que la tolerancia a la violencia de los mexicanos ha aumentado –a nuestro pesar, claro– muchísimo en los últimos años, no puedo negar que las fotografías de la criminal y sistemática destrucción de Gaza por el ejército israelí me han dejado sin dormir y con una sensación de impotencia horrible. Y la sensación tiene algo de repetición pesadillesca, de consternación periódica, la misma que experimento cada vez que se da noticia de una matanza impune o un secuestro en este país. Y por más que crece mi indignación, como la de muchos, ante la conducta atroz de Israel, mi repulsa tiene cada vez menos salidas. Me explico: a raíz de estos hechos, parece que quienes opinan se tienen forzosamente que alinear en uno de dos bandos: los antisemitas y los que no queremos pasar por ese aro, judíos o no.
Esto impide expresar con libertad lo que uno piensa, porque inmediatamente se nos pega un letrero baboso: pro terrorista, antisemita, derechista, ultra, fascista, etcétera. Y el debate acerca de la guerra se convierte en otro, en una mezquina discusión personal que no debería, por principio, ni existir. El antisemitismo no es una postura válida, ni le sirve a los martirizados habitantes de Palestina, a pesar de que el agresor es el Estado de Israel, un país tan belicoso como Estados Unidos y que históricamente ha desafiado a las Naciones Unidas y al resto del mundo. Las acciones de Ariel Sharon o de Ehud Olmert se escudan (entre otras endebles razones) precisamente detrás de la existencia de este insidioso fenómeno, y para demostrarlo sólo hay que recordar las estridentes declaraciones del embajador David Dannon, cuando el bombardeo de Líbano. Acusó a todos los que protestamos aquí, de “inmorales” y “antisemitas”. Y muchos nos quedamos de piedra: ¿por qué antisemitas? Es como si al protestar por la torpe guerra contra el narco, que tantas vidas ha costado, me convirtiera en antimexicana y defensora de los narcotraficantes. Sería risible, si no fuera un obstáculo para pensar libremente, una de las pocas actividades autónomas que nos quedan.
Ilustración de Juan G. Puga |
Me recuerda la sensación de soledad que tuve cuando la primera gran marcha contra la violencia que se organizó en el Distrito Federal: llegué vestida de blanco y todo y, al intentar sumarme a los manifestantes, vi llegar al contingente pro pena de muerte. Venían cargando un ataúd de papel maché. Me regresé como rayo a mi casa, con la certeza de que no podría protestar contra la violencia más que en esta columna, porque yo con gente que quiere reinstaurar esa asquerosa medida no me junto.
Igual me sucede con algunas marchas de izquierda: ir caminando bajo una foto de Stalin (quien mató más comunistas que los nazis, no hay que olvidarlo) me repele. Por eso no voy a protestar frente a la embajada de Israel: me daría horror que alguien levantara una pancarta con una svástica. Por eso me quedo en mi casa, llorando como la Magdalena, fumando como un murciélago y dándole patadas a los muebles, conducta ridícula que revela la impotencia del ciudadano común ante las catástrofes. ¿Qué hacemos? ¿Cómo donar dinero a la Media Luna Roja en Palestina?
Se ha repetido mucho: dentro de Israel hay varias organizaciones pacifistas que están en contra de Olmert. Hay que apoyarlas y no perder el tiempo en discusiones estériles. Y claro, presionar a las instancias de nuestro gobierno para que censure en las Naciones Unidas a Israel. Debemos reiterar que los países islámicos están continuamente bajo amenaza y que existe una campaña continua en su contra. Ni un solo afgano o iraquí participó en el atentado contra las Torres Gemelas y tanto Afganistán como Irak han sido virtualmente destruidos por el ejército estadunidense y sus aliados. Las pérdidas en vidas humanas e infraestructura son astronómicas.
La situación en Palestina es insostenible, no tiene justificación: el antisemitismo tampoco.
Me parece que la única postura viable desde aquí, separados de Palestina por miles de kilómetros, es presionar por medio de cartas a Relaciones Exteriores para que México condene enérgicamente esta invasión, sin juzgar a nadie por el apellido. Ojalá todos los judíos mexicanos protestaran también, pero como he leído Tribuna Israelita, no me hago ilusiones.
En todo caso, no hay que mezclar la gimnasia con la magnesia, porque ahora sí que confundiendo una costra porosa, todo el mundo pierde.
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