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Hugo Gutiérrez Vega
LA CHORI
María Inés Jurado llama cronicuentos a sus textos sobre la vida, las contradicciones sociales, los desasosiegos y la psicología de la fiesta en los rumbos de Tlalnepantla, ciudad devorada por la monstruosa capital de este país en el que prevalecen la injusticia, la mendacidad, la corrupción y la violencia.
Sus personajes pertenecen a una realidad social que debería afectarnos a todos y llenarnos de vergüenza. El barrio de La Choricera es el escenario donde se viven las vidas y las muertes de los personajes de estos cronicuentos. La mayor parte de ellos quiere huir de La Chori y buscar horizontes menos angustiosos. Por eso la huida es una de las constantes de estas historias humanas, demasiado humanas.
Las pequeñas tragedias (y algunas contadas alegrías) de los habitantes de La Chori nos entregan la imagen de un país cuyos habitantes tienen como proyecto principal el de huir. Irse a la capital tan poco hospitalaria o a sufrir vejámenes y humillaciones sin cuento en el país del norte, el imperio que, a últimas fechas, muestra ya los rasgos de su decline and fall.
Algunos de los cronicuentos recuerdan a los personajes patéticos y entrañables de Manuel Puig: coserdoras de tenis que quieren ser secretarias, drogadictos que tienen como horizonte único esa miseria que intentan engañar con los cementos, las pastillas y otros fugaces paraísos artificiales. Están presentes también dos líneas de autobuses que en su tiempo controlaban el periférico norte: los cueteros y las lagartigas, y los postergados, es decir, aquellos partidos en dos en la vía del tren. Es desoladora la historia de los muertos chiquitos, pues en ella se hace patente la preocupación por la infancia que ha sentido la autora a lo largo de su vida y sus trabajos. Frente a un niño muerto no nos queda otra más que decir (a nadie y como de paso): esto no se vale.
En los cronicuentos están presentes el polvo y los gases venenosos de las fábricas que ocultan el sol y hacen del cielo una inflamada panza grisácea y maloliente. De repente, Javier, en medio de la tormenta, se encuentra a un policía bondadoso, y por La Chori circulan las invitaciones impresas en papel color de rosa y con la foto de la sorprendida quinceañera. José Martí le da el epígrafe de su terrible historia de “Los ahogados” y, de repente, se instala la fiesta del 15 de septiembre en “Tlane” y todos, siguiendo las instrucciones de Televisa, se olvidan de lo cotidiano y muestran un patriotismo con olor a pulquería y a vendimia de tripas mal lavadas.
Muchos se quieren ir al norte y no les importa enfrentar a los de la migra, a los rancheros de Arizona, al río revuelto sin ganancia alguna, al desierto y a los coyotes de los dos grupos zoológicos. “¡Vámonos al norte, brother! Y no nos pasarán más cosas que las que nos pasan aquí.”
Los cronicuentos sobre el amor y la carne deslumbrada o aterida nos recuerdan la Crónica de los pobres amantes, de Vasco Pratolini. En medio de la sordidez nacen y crecen los amores y se cumplen los deseos en algunos momentos dorados.
Por supuesto que no podían faltar las limosnas (la beneficencia en lugar de la justicia) y, en medio de tanta miseria, y a pesar de sus deficiencias, está presente el Seguro Social que, en sus buenas épocas, fue uno de los mejores del mundo. Sigue adelante a pesar del neoliberalismo y lo salvan en parte la abnegación de los médicos, las parteras y las enfermeras que van a la lucha con medios cada día más escasos.
Tenemos en las manos en libro descarnado y sincero. Duele su lectura, pero también despierta conciencias aletargadas y deja testimonios vivos y palpitantes de una realidad social que sufren nuestros “humillados y ofendidos”.
Por supuesto que está presente una cada día más mermada esperanza, pero recordemos la secuencia del rayo de sol de Miracolo a Milano, de De Sica. El gran neorrealista nos decía que, en medio del horror y de la miseria, a todos nos toca un rayo de sol, aunque sea una vez en la vida.
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