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Por escrito (II de III)
Quienes tienen la agradable costumbre –como la tiene este juntapalabras, uno entre miles y miles– de buscar todos los días en las primeras páginas de La Jornada el cotidiano y usualmente cáustico cartón político de José Hernández posiblemente no sepan, entre otros datos, los siguientes: que fue alumno del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos y que, “como él mismo explica en su portal cibernético, 'al graduarse como director de cine y guionista, se jubila con todo éxito. Desde entonces, no ha vuelto a filmar nada, cosa que la industria cinematográfica del país agradece enormemente'”. La cita está tomada de la solapa de Pantalla de cartón, edición especial de la colección Cuadernos de Estudios Cinematográficos, editado por el CUEC. Aquello de que el cine nacional “agradece enormemente” que José haya decidido no filmar nada después de su tesis es algo para lo cual quedan abiertos decenas de hubieras , sólo resolubles en caso de que el querido monero tuviera a bien contradecirse y ponerse a filmar. El problema es que, en tan hipotético caso, lo que sin duda muchos lamentaríamos es la ausencia de su siempre esperado cartón.
En este contexto de profesiones –la de monero y la de cineasta-- para las cuales podría no ser fácil hallar puntos amplios y directos de contacto, Pantalla de cartón es, de alguna manera y entre otras cosas, un espacio de intersección. Lejos de las funciones paracríticas que otro monero memorable, como lo es Abel Quezada, ejerció respecto del cine durante los prolongados años en los que hizo cartones para la revista Cine Mundial, así como para otras publicaciones periódicas, podría decirse que a Hernández lo que le interesaba en esta ocasión era poner por dibujado, como quien pone por escrito, una muestra o testimonio de sus afinidades, sus preferencias, sus derroteros fílmicos, a través del retrato de cuerpo entero que, a manera de homenaje, hace de ciertas personalidades cinematográficas tanto del ámbito nacional como del mundial. Muchos de estos monos, como él de seguro ha de llamarlos, aparecieron primero en la revista Estudios Cinematográficos, y entre ellos se cuentan, puestos aquí sin un orden particular, El Indio Fernández, Alfred Hitchcock, Martin Scorsese, Gabriel Figueroa, desde luego Tin Tan, Woody Allen, Michael Cain, Jean-Luc Godard, así como Joaquín Pardavé, David Silva más un etcétera que, para decir la verdad, no es tan largo como uno desearía. De un imaginario cinematográfico bastante más amplio como se intuye tiene el autor cabría esperar una nueva edición aumentada, o quizá un segundo volumen, así sea nada más para seguir soñando, por medio de la galería fílmica que anima las películas que Hernández ha decidido no filmar, cuáles habrían podido ser sus principales influencias.
MOVIDITOS
Claro está que un monero, un dibujante, un pintor, un ilustrador o cualquier otro profesional de las artes gráficas bien puede decantarse, siempre que el cine también sea lo suyo, por el género de la animación. No obstante, y a pesar de que en todos los rubros antes mencionados este país puede presumir de abundancia, la de México no ha sido, como sabe Todomundo, una cinematografía fecunda en cuanto a animación, sin que ni a legos ni a especialistas le quede clara la causa. Todavía más: quienes pueden responder al apelativo “especialista” en este ámbito también se cuentan con los dedos de una mano y, como suele decirse, sobran dedos. Baste decir que la bibliografía alusiva se reduce a dos títulos, escandalosamente recientes, siempre que quiera disponerse de obras serias, sistemáticas y bien documentadas. El primero de ellos, del que se habló en este espacio hace ya buen rato, es El episodio perdido. Historia del Cine mexicano de animación, de Juan Manuel Aurrecoechea, editado por la Cineteca Nacional en 2004. El otro es Animación, una perspectiva desde México, de Manuel Rodríguez Bermúdez, editado por el CUEC en 2007. Tanta sequía investigadora y de documentación quizá pueda explicarse, al menos en parte, con hechos como el muy extraño de que, para la elaboración de su libro, Rodríguez Bermúdez no haya tomado en cuenta el de Aurrecoechea, como se desprende del hecho insólito de no haberlo incluirlo en la bilbiografía. Eso sí, su planteamiento es más abierto e inclusivo y abarca los antecedentes de la animación en el mundo, así como las técnicas de animación cinematográfica. Es hasta el tercer capítulo, no por cierto el más voluminoso, donde aborda la animación en México.
(Continuará)
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