Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Historias del país portátil
ESTHER ANDRADI entrevista con VÍCTOR MONTOYA
La función ha terminado
LETICIA MARTÍNEZ GALLEGOS
Poemas
NUNO JÚDICE
Las nubes, Paz, Sartre y Savater
FEBRONIO ZATARAIN
Estados Unidos, los afroamericanos y la montaña racial
EDUARDO ESPINA
Ricardo Martínez In memoriam
JUAN GABRIEL PUGA
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Columnas:
Fait Divers
ALFREDO FRESSIA
Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA
Bemol Sostenido
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Corporal
MANUEL STEPHENS
El Mono de Alambre
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Felipe Garrido
Sirenita
Anacarda aspira el cigarro como si quisiera meterse el mundo en los pulmones. Entorna los ojos, echa atrás la cabeza, sirenita de arena, dice, duerme, duerme, y abre la boca apenas lo que hace falta para que yo vea sus dientes, para decir va y viene el mar, tu peine de arena, tus ojos de arena, tus cabellos de arena, y dejar que el humo vaya cayéndosele de los labios púrpura para rodearle la cabeza, subir sin prisa, como si no quisiera dejar la boca de Anacarda, las encías de Anacarda, la lengua de Anacarda, como si buscara untarse su saliva, enredársele en los dientes, decir como ella no hay placer más completo, duerme, duerme que el mar, huerto perdido, mientras el humo sube despacio, despacio, despacio, va y viene tu peine por los cabellos de arena, mi vida, sirenita verde que se peina a la orilla del mar que se aletarga, que va y viene en la noche de arena, en la boca de Anacarda que parece ausente, que parece olvidada, que parece dormida. |