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Cine sin fronteras (II y última)
Es casi seguro que el nombre de Hana Makhmalbaf no le diga nada al improbable lector de estas líneas, pero basta asomar un poco la nariz a la biografía de esta mujer para que la cosa cambie radicalmente: nacida en Irán en 1989, es decir, hace apenas dieciocho años y pico, en 1998 –a los nueve años de edad– filmó su primer cortometraje y no sólo eso, sino que esa opera prima cinematográfica fue seleccionada en el Festival de Locarno, en Suiza. Cinco años más tarde, una adolescente Hana realizó su primer documental, titulado Joy of Madness –algo así como “la alegría de la locura”–, en torno al rodaje del filme At Five in the Afternoon–“a las cinco de la tarde”–, dirigido por su hermana Samira. Un año más tarde, en 2003, Hana publicó su primer libro de poesía, cuyo título es Visa for One Moment.
Indudablemente, una parte de tan precoces logros la explica el hecho de que Samira y Hana son hijas de Mohsen Makhmalbaf, director tanto de la escuela de cine como de la compañía productora que llevan su apellido, instituciones a las que Irán le debe no pocos reconocimientos en el ámbito cinematográfico. Empero, y como bien se sabe, en materia de realización artística no hay nepotismo que llegue a buen puerto de manera automática, puesto que si bien públicos y jurados en principio pueden ser atraídos por el apellido famoso, tal atracción suele convertirse incluso en una desventaja, por aquello de la exigencia en dichos casos aumentada por vía de la comparación.
Así pues, cuando aún no cumplía los dieciocho, Hana Makhmalbaf dirigió Buda explotó por vergüenza (Buda az sharm foru rikht, 2007), cinta que se hizo acreedora al Premio del Jurado del Festival Internacional de Cine de San Sebastián ese mismo año, al Oso de Cristal del Festival de Berlín en este 2008, así como a otra decena de reconocimientos en diversos puntos del planeta. Justificados todos ellos, ya que el primer largometraje de ficción de Hana no sólo es un verdadero –y hay que insistir, precocísimo-- alarde de dominio de la expresión fílmica, sino que la manifestación de ese talento nada tiene que ver con ansia alguna de provocar deslumbramientos ni aplausos, porque ha sido puesta por completo al servicio de las causas argumental y temática.
PROBLEMÁTICA CONCÉNTRICA
Escena de Buda explotó por vergüenza |
Es preciso contar algo de la trama: un niño afgano que no debe tener siquiera nueve años repite en voz alta y sin parar una lección muy sencilla, mientras sostiene en sus manos un elemental y rústico libro de texto. Su vecina, una niña afgana de seis años llamada Baktay, ha recibido de su madre la encomienda de cuidar momentáneamente a un bebé, al que ata de un pie para poder acercarse a su pequeño vecino, atado a su vez mientras aprende el alfabeto. Del diálogo entre ellos surge, irrefrenable, el deseo de Baktay de aprender a leer, y de ese deseo brota toda la historia.
Montando a doble lomo entre la ternura y la crudeza, Hana exhibe sin ambages una problemática de apariencia insoluble, expresada por medio de una serie infinita de vejaciones sufridas todavía hoy, en un siglo XXI al que parece sobrarle una equis, por una serie de conjuntos y subconjuntos sociales en el Medio Oriente musulmán: de afuera hacia adentro, el pueblo afgano invadido, intervenido y llevado al extremo de la paranoia y la violencia a manos de las potencias extranjeras que históricamente han buscado “liberarlo”, así como por sus propios elementos adultos, incapaces de hallar más soluciones que la autofagia manifiesta en el ejercicio de la violencia contra sí mismos; después, el segmento poblacional en etapa formativa, que recibe clases a cielo abierto y en las condiciones más precarias que sea dable imaginar; dentro de éste, la población infantil, depositaria principal de todas las carencias y los descuidos inherentes a una sociedad devastada por la guerra y, finalmente, el sector femenino de dicha población infantil, que en total impotencia ve cómo a todas las taras sociales antes descritas debe sumarse el “inconveniente” sociocultural de haber nacido mujer...
Un sendero muy distinto es el recorrido por Gloria Nancy Monsalve en Los últimos malos días de Guillermino (Colombia, 2008). La cumplida amenaza materna de ser enviado a la finca de un tío, con el consecuente alejamiento del barrio y los amigos durante las vacaciones escolares, sirve como punto de partida para que, Guillermino mediante, los ojos plenos de nostalgia paseen por un mundo salpicado de maravillas, incluyendo algunas de corte sobrenatural. Buen preliminar de una cineasta que, luego de un necesario apretón a algunas tuercas formales, podrá desplegar un estilo sin los trastabilleos de los que esta opera prima adolece.
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