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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Entre la carretera y la beatitud
ALEJANDRO MICHELENA
Jesús
DIMITRIS DOÚKARIS
Entre colillas y restos de comida
ARACELY R. BERNY
Contra el olvido injusto
CHRISTIAN BARRAGÁN
Entrevista con RAFAEL VARGAS
Fragmentos de Bahía 1860 (esbozos de viaje)
MAXIMILIANO DE HABSBURGO
¿César Vallejo ha muerto?
RODOLFO ALONSO
Sentándome a comer con la pereza
MIGUEL SANTOS
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Columnas:
Jornada de Poesía
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Jaime García Terrés en su casa, 1985.
Foto: Archivo Familia García Chávez |
Contra el olvido injusto
Christian Barragán
Entrevista con Rafael Vargas
Frases. Las dejaré hablar por mí.
Fatigado, la vida me doblega.
Como tallo vencido por la espiga
nací para dejar caer mi testamento.
Aquí yace mi cuerpo,
allá mis resonancias.
Jaime García Terrés |
Jaime García Terrés nació en 1924 en Ciudad de México. Este próximo 15 de mayo celebraría su ochenta y cuatro aniversario; murió aquí mismo un mes antes hace una docena de años, el 29 de abril de 1996. Con tal motivo, a finales de 2006, el Fondo de Cultura Económica publicó, en una excelente edición, el volumen titulado Carta viviente , obra póstuma y última de la escritura poética de García Terrés. Compilado, anotado y editado acuciosamente por Rafael Vargas, el conjunto es acompañado por elegantes viñetas de Vicente Rojo y un impecable retrato al pastel de Lucinda Urrusti. Despedida y testamento, Carta viviente es también la invitación de un poeta mayor en la literatura escrita en nuestra lengua durante la segunda mitad del siglo xx a contemplar una vez más lo siempre visto, y no por ello menos sorprendente: “¡Venid! a mirar a lo lejos./ A ver los últimos reflejos, las alondras íntimas/ cuyo canto se eleva y asombra al mundo. Jaime García Terrés fue un hombre que jamás se hizo el menor gesto de autopromoción” –asevera, iniciando esta conversación poco antes del mediodía en la sala de su casa suficientemente iluminada, el poeta, traductor y desde hace doce años editor de Jaime García Terrés, Rafael Vargas (Ciudad de México, 1956), quien es autor de los siguientes libros de poesía: Conversaciones (1979), Piedra en el aire (1984), El habitante de la niebla (1987), Pacífico (1989), Signos de paso (1994), Se ama tanto el mundo (1997) y Pienso en el poema (2000).
–Fue un hombre que confiaba en que la poesía tenía que abrirse paso por sí misma. Cosa que finalmente no siempre es cierta. Algo que me inquieta mucho ahora es pensar que, en efecto, en el futuro las cosas se pueden perder porque talvez no haya nadie interesado en ellas. Es decir, de pronto te das cuenta que todo es muy frágil, y que puede pasar perfectamente que por ignorancia o por falta de interés las cosas tardan siglos en darse a conocer. Tardan muchísimo tiempo en difundirse.
A finales de la década de los setentas, Rafael Vargas, en una de sus frecuentes visitas al Fondo de Cultura Económica, conoce personalmente a Jaime García Terrés. Es él, Don Jaime, quien intercepta al joven Vargas para agradecerle la “agradable nota” que éste ha escrito sobre la reciente publicación de su muy celebrada crónica en Grecia, Reloj de Atenas (1977) . Alusivo a aquella época, Rafael Vargas inmediatamente comenta:
–De joven, yo tenía la certeza de que no había olvido injusto, de que cualquier escritor que valiera la pena, sin duda tendría la atención que merecía de una manera u otra. Ahora ya no estoy seguro de eso. Ahora, justamente, lo que me preocupa es pensar que a menos que la gente trabaje (investigando en los archivos, explorando cosas), a menos que de verdad tengamos una buena crítica literaria, hay todo un patrimonio histórico literario que se puede, si no desvanecer, por lo menos quedar en el rincón del olvido.
–¿Esta situación podría suceder con la obra de Jaime García Terrés?
–Bueno, que un libro esté circulando siempre ayuda a avivar la presencia de un escritor. Creo que se puede hablar de presencia sin importar que su autor haya muerto. Un autor nos habla desde un presente perpetuo que es el libro. En el libro no hay un antes o un después; es lo que está ahí cuando tú lo abres, lo escuchas y conversas con él. Sin embargo, lo que nos hace falta siempre es poner al autor en relación con su propio medio, en su contexto, y con obras y autores de otros países (Tristan Corbière, Jules Laforgue). Si no hacemos este tipo de ejercicios, en realidad tenemos solamente un conocimiento mediano de un escritor. Es evidente que la biografía de un escritor está en su obra. Octavio Paz decía que la parte esencial de un poeta está en sus poemas, pero también hay cosas alrededor de la obra que siempre es importante saber.
Serio animador cultural, crítico riguroso, ensayista original y profundo que lo mismo trataba la lucha entre Eros y Thánatos en Los infiernos del pensamiento (1967) que la censura editorial en nuestro país en La feria de los días (1961), o el sentido político, moral y literario del escritor en Sobre la responsabilidad del escritor (1949) , Jaime García Terrés fue sobre todo poeta; un “hermano mayor” –como bellamente lo ha reconocido Jaime Moreno Villarreal– en las letras mexicanas. Visto así, exultante, Rafael Vargas reflexiona –y de paso, a las generaciones más recientes, generosamente nos amonesta:
–Hay que leer en sí misma la obra de García Terrés y saber si todavía nos afecta como lectores. Y me refiero, naturalmente, a los lectores más jóvenes. Es importante que un joven de hoy lea Los reinos combatientes y nos diga: “Bueno, es un libro que me gusta, que deja algo en mí”, o “Para mí no guarda ni siquiera un eco.” La poesía de Jaime García Terrés es una poesía muy introspectiva. Él es un hombre que se somete permanentemente al autoanálisis; es un hombre con una gran capacidad de autocrítica, que está pensando todo el tiempo su relación con el mundo, en cómo debe ser su relación con el mundo y cómo podría mejorarla. Es un hombre inconforme, y su poesía es la poesía de un hombre que esta inconforme con el mundo donde vive y que sabe con realismo que es poco lo que puede hacer para transformarlo, pero que aprende también a disfrutar lo que en el mundo hay aparejado a la miseria humana. Creo, vuelvo a lo que decía al principio, que Jaime García Terrés fue un hombre sumamente pudoroso, enemigo de la autopromoción –cosas que a mí me lo hacen especialmente estimable–, pero que, a causa de ello mismo, tiene menos renombre del que debería. |