Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de marzo de 2008 Num: 679

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Distorsiones y rezagos (V de VI)

La del egresado del CCC Juan Pablo Villaseñor es la típica filmografía de muchos que, como él, comenzaron su carrera de directores cinematográficos en las décadas de los ochenta y los noventa del siglo pasado: arranca con al menos un buen cortometraje –en este caso el titulado Y yo que la quiero tanto–, prosigue con una opera prima largometrajista de factura promisoria como mínimo, si no es que bien lograda –aquí fue Por si no te vuelvo a ver , que en su momento ganó innumerables premios nacionales e internacionales–, después de lo cual principia o, peor aún, sólo se incrementa, la tan involuntaria como en apariencia inevitable obligación de esperar, esperar y esperar, hasta que una nueva película ponga término a la sequía.

Al respecto, a Villaseñor le ha tocado bailar con una bastante fea, pues entre el citado cortometraje, con el que se graduó en 1986, y su primera cinta de largo aliento, transcurrió un lapso de once años. Contados a partir de 1997, año de producción de Por si no te vuelvo a ver, otras siete vueltas alrededor del sol debieron transcurrir para que de su autoría pudiera verse el documental Los niños de Morelia (2004). Finalmente, dos décadas y un año después de abandonar las aulas, Villaseñor por fin pudo ponerle su firma a un segundo largometraje de ficción, titulado Espérame en otro mundo.

DOS DE TRES YA ES ALGO

El filme lleva como protagónicos a Natalia Esperón en el papel de Marcela, a Margarita Sanz como Gloria y a Fernando Becerril encarnando a Nacho. Los dos últimos personajes son los padres de la primera, una mujer menor de treinta años que al montar una escuela de baile restaña la frustración de no haber llegado a ser bailarina profesional. Al marcelesco y más bien íntimo infortunio de no ser ahora ni poder ser en el futuro lo que deseaba, se suman otros dos, ajenos a ella pero que la tocan de manera directa: sin la edad ni las energías necesarias para reencauzarse, Nacho queda desempleado y su apocamiento no le permite alcanzar sino las bajas cotas del alcoholismo y la frustración. El segundo infortunio corre a cargo de Gloria, víctima repentina de una enfermedad mental que termina por instalarla en un punto feliz de su pasado, irrealidad que altera la vida del núcleo familiar, misma que Nacho se manifiesta incapaz ya no de enfrentar sino al menos de entender, y la cual Marcela debe encarar asumiendo, al hacerlo, los roles de ambos progenitores, con la consecuente merma de tiempo y atención a sus propios asuntos.


Juan Pablo Villaseñor

Un nivel así de concentración argumental, dramática e incluso espaciotemporal, exige desde luego gran solvencia en la realización y cuidados extremos en cuanto al ritmo en el que conviene desarrollar una trama quizá definible como un sistema concéntrico de desconstrucciones: primera, la de Gloria, cuya memoria termina desasida de todo aquello que no pertenezca al reducido ámbito de un recuerdo feliz convertido en presente eterno; segunda, la de Nacho, cuya capitulación etílica respecto de cualquier asunto que huela a responsabilidad, acaba por despersonalizarlo; y tercera, la del grupo familiar en conjunto, con Marcela entrándole a quites que no le correspondían, viviendo una vida que no es exactamente la suya y dando, así, una segunda vuelta de tuerca a su infortunio personal.

Dicha concentración, así como la complejidad de los personajes, exige asimismo un desempeño actoral si no muy bueno, sí ubicado varios puntos arriba de la mera solvencia. Plenos de tablas, y de hecho poco llamados a interpretar protagónicos que desde hace mucho merecen, Sanz y Becerril cumplen cabalmente. El pero está en el trabajo de Natalia Esperón, sobresalientemente malo, en virtud de cuyas impresionantes limitaciones se da al traste con casi toda la complejidad, el trazo a fondo y los alcances de una historia y un personaje que requerían bastante más que una cara bonita. Aunque el verdadero foco dramático es el derrumbamiento mental de Gloria, para mala fortuna de la película se eligió privilegiar el punto de vista, el despliegue visual y los actos de Marcela; como si, por decirlo de algún modo, Espérame en otro mundo estuviera contándose de lado y no de frente.

No obstante, analizándolo desde la perspectiva de un medio cinematográfico que se la pone muy difícil a quienes lo conforman, resulta gratificante el hecho de que, así pasen décadas de silencio, hay realizadores que siguen teniendo mucho que decir y que filmar. Ojalá que Villaseñor, así como otros coetáneos suyos, tengan ocasiones más frecuentes de ejercer su oficio.

(Continuará)