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Tuve un sueño
Hoy amanecí de excelente humor. Yo, que mal duermo, tuve un atisbo feliz a ese universo paralelo que tal vez aguarda a la vuelta de una esquina cuántica para que no perdamos la esperanza. Como Martin Luther King, San Juan de la Cruz, la santa de Ávila, como Mohandas Gandhi, pero más bien como el profeta Ezequiel cuando pudo ver carruajes de fuego, yo simplemente dormía cuando también tuve mi visión, tan sublime que todavía voy por ahí con más cara de menso que de costumbre, miren ustedes esta sonrisa boba de alelamiento. Bastó un simple sueño para que este aporreateclas sintiérase en absoluta plenitud, en comunión de espíritu y carne: así de poderosa ha sido mi visión, mi mandala, mi nirvana, mi última Thule.
Fue un sueño sencillo y peatonal: soñé un mundillo cotidiano en el que los conductores y locutores de los noticieros, y por éstos entiéndanse los de la televisión, y por televisión entiéndase la esperpéntica televisión mexicana, simplemente decían la verdad y oh, música del cosmos, hacían críticas verdaderas al poder, a sus propias empresas y hasta a sí mismos, pero más importante aún, criticaban objetivamente, con un dejo de humanismo auténtico y de inteligencia, a gobierno, cúpulas empresariales y clero. Qué visión maravillosa, ¡o tempora, o mores!, en la que a cuadro, debidamente acicalado como todos los días, adusto como todos los días, contundente como todos los días, apareció Joaquín López Dóriga al frente de su espacio noticioso de las noches en Televisa, para decirnos, para decirnos, ¿oiga usted?, para decirnos que el presidente, ¿el presidente de México?, era un inepto arribista. Luego, como por ensalmo, apareció de tv Azteca Javier Alatorre, pidiendo disculpas al respetable por todas las mentiras que durante años han vertido él y su gente en nuestras casas, y comenzó a explicar, por fin, cómo fue realmente la adquisición de la televisora cuando el Salinato. Invitó luego a participar en ese espacio mágico al bigotito de Jorge Zarza, quien prometió nunca más recibirnos ni despedirnos con esa sonrisita odiosa con que canta loas al gobierno en turno. Entraron después a cuadro Lili Téllez y el resto de comentaristas y conductores de los noticieros de Azteca y Canal 40, y el clímax fue ver en pantalla a Ricardo Salinas y su esposa, Sor Malala, pidiendo perdón por la necedad de imponer su credo religioso. Él, al final, llorando, rogaba a Javier Moreno Valle que aceptara la devolución íntegra de Canal 40, repitiendo como un responso de arrepentimiento: ¡yo me lo robé!, ¡yo me lo robé!... Alguien, entretanto, correteaba, látigo en mano, a Maribel Guardia. Vi al reguetón caer herido de muerte y en una hoguera arder todas las telenovelas al mismo tiempo, que Emilio Azcárraga convencía a Carlos Slim y a Roberto Hernández de solventar enterito el ipab .
Vinieron Pepillo Origel y Pati Chapoy, acompañados de sus respectivos séquitos chismoleros, implorando también el perdón del pueblo por llenarle la cabeza de mierda, y se comprometieron, también en medio de felicísimas lágrimas, a realizar en adelante sólo programas dedicados a la divulgación de la música propositiva, la literatura y, en fin, las bellas artes. Prometieron, en principio, una convocatoria a jóvenes videastas para exhibir y fomentar las más experimentales óperas primas.
Y después vi similares apariciones de Adela Micha (sin tortas de maquillaje, ay, nanita), de Carlos Loret, en fin, de todos los alecuijes comeizquierdas que opera el poder en la televisión, pero “tirando netas”: que si el cuñado de Calderón esto, que si los hijos de la Sahagún y los hermanos Fox aquello, que los negocios de Mouriño… Y como broche de oro al mirífico desfile de contriciones, pude ver a Pedro Ferriz de Con llagándose la grupa con un cable de micrófono, jurando que no volvería a derramar veneno, que nunca más se arrogaría funciones de rancio inquisidor. Yo, goloso, creí que el desfile seguiría con Federico Döring, Héctor Larios, Javier Lozano, Diego Fernández de Cevallos o Norberto Rivera inmolándose en público mientras desde la cárcel el innombrable confesaba sus muchos crímenes, acompañado de Elba Esther, Montiel, Romero Deschamps, Víctor Morales y una cauda de finas personitas, pero la voz de dios me dijo no seas avorazado, pinche gordo, eso déjalo para otro alucine, y yo, obediente y feliz, hube de conformarme para despertar luego con este regusto dulce y una tenue, débil y apenas trémula pero rediviva esperanza, que ya es algo en el plexo de un misántropo sanamente pesimista…
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