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Domingo 23 de diciembre de 2007 Num: 668

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Hugo Gutiérrez Vega

APUNTES SOBRE EL TEATRO EN MÉXICO (I DE X)

Una buena parte de la vida de los hombres y de las sociedades está presidida por los ritos. Los grandes acontecimientos, las ceremonias cívicas, los actos académicos, el acontecer diario y muchos momentos de las vidas individuales precisan de un aparato ritualizador que, en último análisis, sigue conservando el carácter que el hombre primitivo imprimió a sus ritos de iniciación, a sus ceremonias y actos propiciatorios. Todo es teatro, conviene decir ahora que están presentes, de manera especial, Calderón de la Barca y su El gran teatro del mundo. Los pueblos de Mesoamérica tenían una sólida estructura ceremonial y sabían solemnizar con gran aparato los momentos fundamentales de la vida en sociedad. Tal vez convenga recordar, en primer término, a la más sofisticada de las cosmovisiones mesoamericanas: la Maya.

Los mayas movían sus vidas por las selvas del sur de México y de la América Central, así como por la inmensa planicie de la península Yucateca. Constructores de grandes ciudades, de templos incrustados en la vegetación verdinegra de la selva, de pirámides enhiestas en los llanos de roca calcárea, sus ritos eran complicados y vistosos. Tal vez su vestuario sea el más rico, el más cargado de simbolismo de los vestuarios mesoamericanos. Penachos de plumas de quetzal, cascos de madera labrada, túnicas multicolores y joyas de fabricación elaborada, son algunos de los elementos constitutivos de su vida ceremonial.

Sabemos que en su cultura, los baldzames (farsantes o mimos chocarreros) cumplían un papel muy importante en todas las fiestas y ceremonias. Estos “cómicos de la legua” adoraban a Kukulkán, la serpiente emplumada, el dios terrestre y celeste que la cultura del altiplano mexicano adoró con el nombre de Quetzalcoatl –“Balzam-Balzam” es el nombre que los mayas daban al teatro, englobando en esta noción los conjuros ceremoniales, los ritos iniciáticos, las tragedias basadas en acontecimientos histórico-míticos y el juego de los baldzames que entretenían al pueblo y que sabían burlarse y criticar las costumbres de la época.

Después de la quema de códices y documentos mayas realizada por Fray Diego de Landa, en la terrible pira de Maní, la investigación sobre su teatro se quedó huérfana de fuentes originales. Gracias a la tradición oral conservamos los restos de la gran obra teatral de esa cultura, el Rabinal Achí (El varón de Rabinal), o Baile del Tun. Esta obra fue transcrita en 1850, después de un arduo trabajo de reconstrucción en el cual la tradición oral en lengua quiché jugó un papel definitivo. En esta obra, que cuenta la historia del varón de Rabinal y de su prisionero, el varón de los quiché, hay fábula, caracteres, diálogos largos y difíciles, canto, danza y espectáculo ritual. La obra es una alegoría del ritual del sacrificio gladiatorio que la cultura nahua conocía con el nombre de temalacatl y es, además, una explicación de las luchas que originaron la creación del mundo y del hombre, que muestra una gran precisión en materia de cronología, así como en sus cómputos del tiempo dividido en veintiocho veintenas que suman trescientos sesenta días. Éstos, más los cinco días aciagos que no se computan, forman el año solar de la cultura maya. El varón de los quiché es sacrificado en la piedra solar y con él mueren las tinieblas, anunciándose la llegada de un nuevo sol. La princesa Piedra Preciosa, representación de la primavera y los Caballeros, Aguilas y Tigres, son, junto con los varones protagonistas, los personajes de un drama-ballet impregnado de contenidos religiosos y de una enorme angustia por explicarse los misterios de la vida, la muerte, la creación y la destrucción del mundo.

Se conservan algunos cantos sagrados de los aztecas en el Manuscrito de cantares mexicanos ordenado por Ángel María Garibay. Estos cantos muestran formas dramáticas embrionarias y, sin duda, se representaban todavía a la llegada de los conquistadores. Fay Toribio de Benavente habla en sus crónicas de una extraña representación teatral que contempló en las escalinatas de la pirámide de Cholula. Tal vez el canto de La ida de Quetzalcóatl sea el más importante de este rudimentario ciclo dramático. Un cantor- narrador, el coro que repite estribillos, algunos príncipes y sacerdotes y un pequeño conjunto de mimos-farsantes, son los personajes de un acto dramático que termina con esta lamentación: “Sólo queda en pie la casa de las turquesas: la casa de serpiente que tú dejaste erguida allá en Tula: vamos a gritar.” Este tono se inscribe dentro de la atmósfera poética de los cantores nahuas del grupo “flor y canto”. Recordemos a Netzahualcóyotl, el rey poeta de Texcoco: “Sólo venimos a dormir,/ sólo venimos a soñar./ No es verdad, no es verdad/ que venimos a vivir en la tierra.”

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