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Angélica Abelleyra
Elia Espinosa: navegación perpetua
La imagen la embelesa. Ésa que se plasma en pinturas, fotografías, performances, instalaciones y body art. Pero también ese cúmulo de imágenes que nos regala la poesía. Por eso, el ejercicio escritural de Elia Espinosa (DF, 1953) abraza ambas vertientes, ve el arte desde la perspectiva de la crítica y la historia, y se ve a sí misma y se espejea con los otros desde los recovecos y las navegaciones de cada poema.
Estudió pintura algunos años. Hacía dibujos de frutas, retratos y bodegones. Sin embargo, el oficio ejercido con pinceles y lápices no era el camino que la ligaría al arte, sino aquel añejo gusto por escribirle a sus abuelas, diseccionar en palabras lo que veía y tratar de encontrarle posibles respuestas al misterio que cada obra artística le planteaba, por igual, en mente y corazón.
La historia fue el sendero para hermanar su ansia de conocimiento. Cursó la licenciatura en Historia en la unam y, al mismo tiempo, se metió de lleno a informarse sobre ciertos procesos de la poesía. Ramón Xirau y Enrique González Rojo fueron sus aliados al impulsar ese anhelo adolescente por las palabras y la navegación poética.
Lejos de la casa familiar por decisión propia, su vida en la colonia Guerrero quedó sellada por la presencia de otro personaje vital en su trayecto: Ida Rodríguez Prampolini, de quien fue ayudante de investigación. Junto a ella, Elia decidió sumergirse en el universo de la historia del arte, pues advirtió la intimidad indefinible y misteriosa entre ésta, la filosofía y la poesía, trilogía de géneros de conocimiento que busca asir.
Primero vio que el arte de otros se convierte finalmente en tu espejo, tu medida. Y escribir sobre ello la (nos) acerca al inabarcable misterio de la vida. Luego, su experiencia en amores, tan temprana como tempestuosa, la hizo consolidar a la poesía como su única fuente (ya lo diría Mallarmé) y lo rigiera todo. Así, poesía y artes visuales la han enriquecido de ida y vuelta. Cuando su maestra María de los Ángeles Moreno Enríquez la acercó al reino de la forma renacentista, a su rigor y libertad de pensamiento, contactó de tal manera con Miguel Ángel que una de sus Piedades, la Rondanini, fue puntal para sus poemas donde el rompimiento de la forma no implica desequilibrio. Desde esas fechas ha publicado tres libros: De amor y agua (1991), Temblor del tiempo (1991) y Poemas de la distancia (2001), mientras esperan publicación dos más: Centros y Vórtices.
Pero el arte renacentista no se quedó allí. El reloj del tiempo voló y sus intereses se ampliaron junto a Ida Rodríguez. Las vanguardias artísticas como el cubismo, los expresionistas alemanes y la grandiosidad de Cézanne le abrieron de otra forma los ojos. La inteligencia hermanada a la imaginación, que también había aprendido con su maestro Gilles Deleuze, hizo que abriera sus puertas a senderos infinitos. Uno de ellos, el arte no objetual que la cimbró al conocer el trabajo del grupo Semefo. Lavatio corporis, la muestra que ocupó el Museo Carrillo Gil en la década de los noventa con cadáveres de caballos y el consecuente desconcierto y rechazo provocados por el colectivo.
Elia asume hoy que en aquellos instantes estaba hecha trizas, en un caos profundo que la identificaba con la obra de los semefos, por lo que de entonces a la fecha se ha dedicado a seguirle la pista a algunos de sus integrantes (como Teresa Margolles) y a escudriñar al performance como la expresión corporal que conjunta a la filosofía y a la poesía, según Espinosa, por su poder conceptual, su poder de sugerencia y de presentarse en términos de lo que acontece, que es el gran oficio de la actualidad en el arte.
Precisamente, desde 2003 su interés se centra en los actos performativos, tanto en México como en otras latitudes, y espera sacar un libro apoyado por el Instituto de Investigaciones Estéticas de la unam , del que es integrante.
Con mucho de detective a la hora de abordar la vida y obra de Jean Cocteau, Jesús Helguera y el Doctor Atl (por mencionar ciertos autores de los que ha publicado libros y ensayos), le apasionan los temas de la corporalidad, y la necesidad poético-amorosa en la producción y vivencia individual y social del arte. También las huellas, las marcas, las navegaciones emocionales que conlleva el misterioso acto de vivir, como en este poema del libro en formación: “El agua cubrirá estertores, gestos y pingajos,/ animales y plantas en deriva./ Lenta exasperación terrestre/ no será escuchada.”
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