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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Para verte en silencio
FEDERICO DE LA VEGA
El ángel y el pegaso
FRANCISCO JOSÉ CRUZ GONZÁLEZ
Me acuesto con mi ego, bien a solas
DANTE MEDINA
Fuego a la carta
JESÚS VICENTE GARCÍA
Miniserie Scherezada
JAIRO ISRAEL MORENO
El acompañante
GUSTAVO OGARRIO
Vivir en silencio
SIHARA NUÑO
Inmundo virtual
ROBERTO GARZA ITURBIDE
El atentado
SAÚL TOLEDO RAMOS
Mercedes Iturbe
FERNANDO GONZÁLEZ GORTÁZAR
Numb
JORGE MOCH
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Columnas:
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Paso a Retirarme
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Roberto Garza Iturbide
Inmundo virtual
En un sótano ruin de la internet se ha reunido una multitud de cibernautas. En las pantallas de sus computadoras se despliegan tres recuadros contiguos con imágenes de una transmisión de video en tiempo real. Un equipo de microcámaras ocultas graba el interior de una habitación: la primera encuadra dos terceras partes de la cama, la segunda presenta una toma abierta que abarca casi todo el cuarto y la tercera cubre, de piso a techo, la puerta que conduce al baño. Al cabo de unos segundos, ésta se abre y aparece una joven recién salida de la regadera. Porta dos toallas, una envuelta en la cabeza y otra fajada alrededor del cuerpo. Camina lentamente hacia el espejo, se detiene unos segundos, gira para verse el trasero y de un brinco se monta en la cama, donde permanece acostada boca abajo, con los codos apoyados sobre el colchón, mientras tararea una melodía inventada y patalea muy lentamente. Una cámara muestra el perfil derecho del rostro, los hombros desnudos y parte de la espalda. Otra, emplazada en el marco del espejo, ofrece una toma en picada de la cama, con el cuerpo tendido a lo largo. La joven mantiene las rodillas dobladas con las plantas de los pies hacia arriba, mismos que sube y baja con delicada cadencia. De súbito se reincorpora, quita la toalla de la cabeza, aprieta un poco la que le rodea el cuerpo, avanza hacia el espejo y coge un peine del tocador. Se inclina levemente hacia adelante y observa su rostro con detenimiento. Alza las cejas, abre los ojos al máximo y pela los dientes en tres ocasiones. Se sonríe y luego ríe. El canal de audio registra un suspiro mientras ladea la cabeza y ataca el cabello húmedo con el peine. Cinco pasadas de un lado, cinco del otro y de una rápida agachada lanza el cabello hacia abajo, el cual desenreda con destreza hasta que de nuevo recupera la vertical. Tiene la cara chapeada a causa del esfuerzo. Ahora se manosea la cabeza, presionando el cuero cabelludo con los dedos entreabiertos y sacudiendo el agua con movimientos esporádicos. Una gota pega en el visor de la microcámara y la imagen se distorsiona en pantalla. Apenas se distingue una masa disforme que avanza sin gracia hacia un costado de la cama. En ese instante los espías viran los ojos, en acto reflejo, para seguir la acción en la toma que ofrece la cámara uno. La joven se inclina para sacar de la cajonera unos calzoncillos azul claro y una camiseta blanca extragrande. El tiempo, estado mental al fin, se subvierte y acelera. Con una mano deshace el frágil nudo que sujeta la toalla y se muestra completamente desnuda ante la mirada concupiscente de los cibernautas. Tiene un cuerpo tan bello como imperfecto, un cuerpo en transición: firme y erguido; desproporcionado e inconcluso. Aún no termina de ser mujer, aunque los senos crecidos y el abundante pelo púbico digan lo contrario. Nadie parpadea: la chica se inclina, dobla una rodilla y con un ágil movimiento se coloca los calzones. De nuevo se dirige al tocador. La gota de agua aún obstruye la mirilla del microlente, por lo que la imagen de la chica poniéndose el camisón se muestra incierta en las pantallas de los mirones. Con dificultad se observa que camina hacia la puerta, apaga la luz y abandona la recamara. Las cámaras permanecen prendidas unos segundos, grabando la habitación vacía, a oscuras, hasta que en los recuadros de transmisión aparece una serie de fotos intermitentes de la joven. Se le ve en ropa interior, sin sostén, acostada en la cama, frente al televisor, tirada en la alfombra con una revista en las manos y, entre cada una de éstas, en fracciones de segundo, una imagen apenas perceptible de un desnudo frontal. Al pie de cada recuadro, se lee en letras blancas sobre fondo negro: 3 SpyCams In Anas Room, lo que en español significa: 3 cámaras espía en el cuarto de Ana.
A unos metros de la puerta que la joven acaba de cerrar, en otra estancia de la misma casa, un hombre revisa en la computadora una cuenta de banco en línea. Acaba de ganar 450 dólares por un cuarto de hora de transmisión en tiempo real. Al salir del portal bancario, redacta un mensaje en inglés que, está seguro, causará alboroto entre la comunidad de voyeuristas que visitan su furtiva página electrónica. Lo revisa con meticulosidad obsesiva, hace una corrección ortográfica, se acomoda los anteojos, sacude la cabeza (o la conciencia), y con un golpe del índice en el teclado publica el anuncio en el sitio myspycam.com, mismo que controla desde su computadora en casa y en el cual ofrece vistas diarias de la vida íntima de Ana. En cuestión de sesenta días, myspycam.com ha convocado a un centenar de miembros con acceso ilimitado a los videos y a miles de usuarios frecuentes capaces de pagar hasta 30 dólares por quince minutos de transmisión en vivo. Consciente del efecto causado en ese sórdido corredor de la internet, el hombre verifica la publicación del siniestro mensaje, sonríe como sólo los cínicos traidores saben hacerlo y apaga la máquina.
No ha pasado ni una hora desde la publicación del mensaje cuando myspycam.com registra más de mil usuarios en línea, la mayoría tramitando el pago con tarjeta de crédito para ver el anunciado video en vivo y en directo. Treinta minutos más tarde, mientras los mirones saturan el chat del portal con mensajes de impaciencia, comienza la transmisión. Los voyeuristas no despegan los ojos de sus pantallas, expectantes de cualquier movimiento en la habitación, ansiosos de ver lo prometido. Una cámara capta el instante en el que Ana entra al cuarto y se mete al baño. Cruzó rápido, como una niña fantasma de película japonesa. Muchos incluso no la vieron pasar, pero saben que está ahí porque hay luz en la recámara y la puerta del baño está abierta. Los observadores más atentos descubren que está sentada en la tasa al ver que la curva de sus rodillas rebasa el borde de la puerta. Ana termina y se dirige al lavabo. La cámara la muestra de perfil, de pies a cabeza, descalza, con la camiseta que le llega a la mitad de los muslos y el cabello castaño que cae sobre su espalda. Se lava las manos y cepilla los dientes. Los mirones se emocionan y regocijan con el video. Ana no sabe que la graban en casa y exhiben en la red, ni que miles han violado su espacio más intimo, y eso los excita sobremanera. Y si el webmaster cumple su promesa, muy pronto serán testigos de un suceso tan bajo y cruel como excitante e inolvidable. Una vez aseada, Ana se tira en la cama, toma el control y enciende la televisión. La luz permanece prendida y las cámaras grabando. Al cabo de un rato, Ana se levanta, apaga la luz y regresa a la cama. La visibilidad es casi nula, apenas se distinguen los movimientos de las piernas bajo las sábanas mientras se acomoda para dormir. Los mirones, confundidos, se quejan en el chat: "¡Hey! ¿Qué es esto? Pagamos por verla." En un tronar de dedos la habitación se ilumina y aparece en escena el hombre que controla myspycam.com. Se le ve en pantalón de pijama, sin camisa, descalzo. Otra cámara registra el momento en el que Ana levanta la cabeza y suelta la inocente pregunta en voz baja: "¿Papá, qué pasó, qué haces aquí?" Sin responder, el hombre se encamina con paso seguro hacia la cama de su hija.
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