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La iglesia y la mujer
Una frase de San Buenaventura, expresada hace varios siglos, pinta sin vacilaciones lo que ha sido una actitud constante y vehemente de la institución eclesiástica: la ignorancia, la incomprensión y el desdén hacia la mujer y su cuerpo, hacia su inteligencia y sus derechos y, en general, hacia todo lo que configura el universo femenino. La frase de marras dice: "Si en la Asamblea un hombre habla equivocadamente y una mujer pretende rebatirlo, la obligación de la mujer es callar, aunque le asista la razón." De este comentario se deduce la posición dogmática de la Iglesia: como los hombres son quienes detentan el poder institucional, a la mujer le está vedado discutir y opinar incluso respecto a temas que le atañen directamente, como la sexualidad, el control natal y el aborto, no se diga la reconsideración del papel secundario que juega dentro de los ministerios: no hay sacerdotisas después de 2 mil años y no parece haber indicios de cambio en ése y otros respectos.
¿Ha sido ejemplar la conducción masculina de la Iglesia? Es claro que no. Por ejemplo, ha habido un curioso empeño en mantener el voto de castidad entre sacerdotes y monjas, lo cual ha redundado en cementerios clandestinos dentro de los conventos desde la Edad Media, cuyos cadáveres eran –curiosamente– de fetos, lo cual indica que en tales lugares de oración se practicaban abortos clandestinos. Asimismo, se puede cotejar un Diálogo entre dos doncellas, texto francés medieval del siglo XIV, en el que dos mujeres debaten acerca de quién es más conveniente para ser considerado como amante, si un caballero o un fraile. Vence la argumentación a favor del fraile: el texto literario no hacía sino representar una cuestión que era considerada vox populi y, por supuesto, no se trata del único ejemplo epocal.
El veto y los temores alrededor de la sexualidad han producido diversas desviaciones y anomalías institucionales: desde papas orgiásticos y mujeriegos, como Alejandro VI, hasta curas que viven con sus "sobrinas" en el curato, sacerdotes que abiertamente hacen vida de pareja con una mujer –con la cual procrean hijos– y, en el otro extremo de la perversidad eclesiástica, los sacerdotes pedófilos.
Según la Iglesia, ¿quién es responsable de la mayoría de estos estragos y transgresiones masculinas? La mujer, pues durante siglos la ha considerado inferior al hombre por contar con un cuerpo "esponjoso, blando y turgente" (lo cual es representación de la blandura de su inteligencia y de su alma, según Aristóteles, de quien los Padres de la Iglesia y varios teólogos posteriores tomaron y desarrollaron la tesis de la ineptitud de la mujer), y admite su capacidad de seducción al suscitar deseos lascivos, de los cuales el hombre debe cuidarse. No en balde, Tomás de Kempis dedicó una diatriba –sin preocupación alguna por ser políticamente incorrecto– en la que profiere contra la mujer epítetos como los de "cloaca del infierno, saco de humores y excrementos, pústula diabólica, puerta de la perdición, llave del pecado..." Frente a tan notorias misoginias, la única mujer digna de reverencia ha sido la Virgen María, cuya condición de virgen y madre de Dios ya la coloca como un modelo imposible de seguir para las demás mortales.
¿Que los ejemplos ofrecidos pertenecen a la historia antigua? En la contemporánea, la Iglesia considera irrelevante la violación de una mujer y las secuelas de la misma en la persona que haya sido vejada; en caso de embarazo, prefiere sostener lo que llama el "derecho a la vida" en lugar de la capacidad femenina para decidir respecto al propio cuerpo. Todas las prohibiciones y tabúes alrededor del sexo y la salud sexual corren como cortesía de la Iglesia y los grupos derechistas más conservadores, que no dudan en fomentar campañas semejantes a las que se diseñaron para dar paso al fraude electoral contra López Obrador, aunque, en contraparte, guardan sospechosos silencios y solapan sin ruido a ministros culpables de excesos como la pedofilia. Hoy, cuando se propone la legalización del aborto bajo una serie delimitada de condiciones, la Iglesia de siempre responde con su discurso de siempre: misoginia, represalias y excomuniones.
El papel de la mujer dentro de la Iglesia es extremadamente paradójico: la institución la desprecia tanto que sorprende cómo diversos sectores femeninos no dudan en pertenecer a ella; se trata de algo tan insólito como el hecho de que un negro llenara una solicitud de afiliación al Ku Klux Klan.
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