Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Para verte en silencio
FEDERICO DE LA VEGA
El ángel y el pegaso
FRANCISCO JOSÉ CRUZ GONZÁLEZ
Me acuesto con mi ego, bien a solas
DANTE MEDINA
Fuego a la carta
JESÚS VICENTE GARCÍA
Miniserie Scherezada
JAIRO ISRAEL MORENO
El acompañante
GUSTAVO OGARRIO
Vivir en silencio
SIHARA NUÑO
Inmundo virtual
ROBERTO GARZA ITURBIDE
El atentado
SAÚL TOLEDO RAMOS
Mercedes Iturbe
FERNANDO GONZÁLEZ GORTÁZAR
Numb
JORGE MOCH
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Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA
Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA
Bemol Sostenido
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Cinexcusas
LUIS TOVAR
La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA
Cabezalcubo
JORGE MOCH
Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR
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Fuego a la carta
Jesús Vicente García
Para Magdalena Meneses, porque la amo
... y el fuego mismo probará qué clase de obra
es la de cada uno. 1 Corintios 3:13 |
Te beso; la terminal de autobuses es fría. A las ocho de la mañana las oficinas de la mensajería están atestadas de hombres y mujeres, dando y recibiendo correspondencia; uno de ellos bosteza al ver tu dirección, tu nombre en el destinatario, el mío en el remitente; enciende un cigarro. Tomamos los boletos, cargamos las mochilas en los hombros; hacemos una escala en el baño antes de abordar el autobús. El mensajero limpia sus gafas, echa un vistazo a la cadena de la bicicleta; su morral de cuero tiene sobre cupo, pero no le importa, sabe que habrá propinas. La voz de una mujer por la bocina de la terminal es inaudible; sabemos que es nuestro camión hacia la Provincia a, con escala en H. Sube a la bicicleta, alburea un poco con un compañero que lo acompañará a Insurgentes, ahí se bifurcará el camino. Nos dan un emparedado, un dulce y un refresco; tú pides agua; hace frío; el olor del humo de los autobuses es asfixiante. La avenida parece espejo tirado.
Asientos 33 y 35; vemos con gusto cómo la ciudad se queda triste sin nosotros; lees a Efraín Huerta y yo te beso en la boca sin el menor recato; te quito la dona que amarra el cabello, para verlo suelto, y juego con él. Se pone sus lentes fotogrey y los guantes de estambre; se dirige al Centro para realizar sus primeras entregas, no sin antes mentarle la madre a un taxista que casi lo avienta, porque dio vuelta en sentido contrario. Proyectan una película estadunidense, mala, por cierto; duermes un rato en mi pecho; veo por un momento el paisaje campirano de la carretera; te acaricio el cuello, te sigo besando, te despierto, nos excitamos. Después de docenas de entregas, se acerca al lugar donde vives; se detiene en una tienda, saca sus dos tortas, pide un refresco de manzana; platica con el tendero. Llegamos a H, un pueblo lleno de hoteles; te insinúo con la mirada una visita a alguno; sonríes y dices que estoy loco, que soy un fácil, pero no dices no, aunque sabemos que no podríamos, pues sólo dan veinte minutos para comer e ir al baño. Dos cigarros después, agarra su bicicleta y a pedalear; se le poncha una llanta, busca una vulcanizadora; el sol quema, el viento, a pesar de ello, es aún álgido.
Pasamos por una carretera repleta de pinos; vuelvo a besar tu cuello y tu pecho; me acaricias. Parchada la llanta de la bicicleta, vuelve al asfalto con el calor por todo el cuerpo; las cartas se calientan; el mensajero piensa en sus hijos y en su mujer, quien seguramente está con sus hermanas cocinando; le gusta su cuerpo; definitivamente es un hombre afortunado. Los alientos son cada vez más rápidos en la inhalación-exhalación; el exceso nos acerca al paraíso de temperaturas quemantes; ¿quién dijo que el fuego es monopolio del infierno?, ¡vaya estupidez! Ya lleva buenas propinas, pero ya quiere acabar e ir con su mujer; casi no la ha visto, un poco por el trabajo y otro poco por las parrandas con los amigos.
Llegamos a A, el pueblo del Amor, Apretujones, Arte, Actividades Adictivas, Aseguramiento de Apretujones con Amor; buscamos un hotel. Enciende otro cigarro; está cansado, le falta entregar una carta, pero le excita pensar en su mujer. Nos instalamos, si así se le puede llamar al hecho de aventarnos en la cama y comernos el mundo por la piel.
Decide irse a su casa; el lunes entregará la carta que le falta; entonces, del morral comienza a salir humo. Te quito la ropa interior; abrazados, pero muy abrasados, ardemos, porque atamos las ansias, afiebramos la astucia, ardemos atmósferas alucinantes. En Insurgentes, el morral explota; las llamas comen láminas de autos, la gente corre. Caemos de la cama. Muchas personas, alarmadas, resbalan en la banqueta, sangran y lloran; el tráfico se detiene, los autos chocan entre sí, explotan en llamas. El tiempo es otro con estos gritos encerrados en el cuarto; los sentidos se unen; aullamos. Los bomberos llegan tarde, hay heridos y muertos. La carta y el mensajero tienen el mismo destino. Estamos a punto de convertirnos en cenizas con nuestros cuerpos hechos flama, mientras la televisión dice que hay fuego en la ciudad de donde venimos; la policía investigará hasta las últimas consecuencias. Nos estamos yendo, muriendo, en los últimos movimientos; escurre amor por nuestras piernas. Quedamos dormidos y la tele habla sola en el rincón del cuarto.
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