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Entre cadáveres te veas
A despecho de todos aquellos que suelen pasear sus querencias en los amplísimos territorios del lugar común, Morirse en domingo (México, 2006) no es, como desearía el inmediatismo asociacionista, una mera expresión –una más de la muy traída y muy llevada actitud, según esto mexicanísima, que hace a los nacidos en esta cultura los únicos capaces de pelarle los dientes a la Pelona; burlarse de la muerte, pues.
El segundo largometraje dirigido por Daniel Gruener, muchos años después de un Sobrenatural hoy enmohecido y olvidado, felizmente no indica que este cineasta se haya instalado en aquellos meandros, ni tampoco en los muy viscosos de la realización videoclipera, en la cual Gruener ha sido uno de los más conspicuos.
A partir de un texto original de Antonio Armonía, quien es por cierto uno de los guionistas mexicanos más consistentes en su trabajo y más consecuentes en los temas que gusta exponer --entre los cuales destacan la muerte y sus problemas--, lo que Gruener ha conseguido es un filme a caballo entre aquello que, grosso modo, suele considerarse una propuesta con posibilidades comerciales, y aquello otro que, igual en trazos gordos, es calificado como cine de arte o de autor.
Maya Zapata |
COMERCIAL PERO NO TANTO
Lo primero, el aspecto "comercial", estriba fundamentalmente en la inclusión de un romance entre los personajes interpretados por Humberto Bustos y Maya Zapata, a saber: él es el encargado de la tramitología que implica el haber tenido que llevar el cadáver de un familiar a una funeraria de barrio y ella es la hija del dueño de dicho establecimiento. Desde el momento en que ella se asoma por primera vez para ver qué está sucediendo entre su padre y quien aún es sólo un cliente, es fácil prever que acabarán, como dirían Les Luthiers, "horizontales y paralelos
" Empero, lo predecible y de cartón que pudo haber sido tal flechazo es atenuado por una larga serie de elementos, comenzando por el talante de ella: taciturna, retraída, incomunicada con el mundo, principalmente con su padre, forjadora solitaria de una imagen que le ha ganado un aislamiento profuso en rencores. Ayudan también a evitar los clichés tanto el conjunto de circunstancias como el entorno que rodea a los personajes: él se encandila o se enamora mientras su cabeza sigue atenta a solucionar el embrollo involuntario en el que se ha metido, mientras su torpeza sólo consigue emberenjenarse todavía peor; y el entorno es, desde luego, la funeraria misma, de modo que los amantes acaban practicando el erótico intercambio de fluidos ni más ni menos que dentro del féretro más lujoso
CÓMPLICES SOMOS
Con todo y ser sustancioso, lo antes descrito no es la trama principal y, por consecuencia, no es el quid de la cinta, aunque así pueda parecerle a Algunos, lo que sólo es indicativo de que Algunos ya se acostumbró a ver, de tanto que se lo recetan, el epitelio de una trama compleja.
Más interesante que un enamoramiento, por necrófilo que pueda ser presentado, son los diversos juegos de complicidad que se concatenan, mezclan o confunden a lo largo de toda la cinta: la que se viene dando, prediegéticamente, entre el dueño de la funeraria, un zopilote interpretado de manera sobresaliente por Silverio Palacios, y un comprador de cadáveres; la que surge entre un par de policías judiciales y su jefe, que les exige conseguir un cuerpo a como dé lugar; la que se establece entre éstos y el zopilote, a quien extorsionan y amenazan para conseguir la "mercancía"; la que consigue un practicante de medicina pillado traficando cuerpos, con un profesor para que éste no lo expulse
Pero también complicidad, aunque de otro signo, más oscuro si cabe, la que a punta de silencios y rencores inconfesos va sedimentándose entre el dueño de la funeraria y su hija, pues ella se ha visto obligada a vivir cargando, además del estigma del prejuicio ajeno --traducido en un apodo cruel y el trato como de apestada que, se intuye, se le ha prodigado desde siempre--, el soslayamiento con el que su propia familia la victimiza, y complicidad también, la que difícilmente sostienen ella y su inesperada pareja, no sólo en términos carnales.
La ruptura del equilibrio entre todos los anteriores juegos de pesos y contrapesos es, a fin de cuentas, la sustancia real de Morirse en domingo. Buen ejemplo de cine noir que, mal que le pese a sus productores y no obstante la calidad de su anticomplacencia, llegó a la cartelera con una cantidad de copias en la que se advierte una esperanza de recuperación económica difícilmente verificable.
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