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Hugo Gutiérrez Vega
LUIS PALÉS MATOS Y EL CARIBE (III Y ÚLTIMA)
Lo mismo sucede con todos los poemas del Tuntún de pasa y grifería en los cuales presiden la ceremonia el gran Cocoroco diciendo Tu-cu-tú, y la gran Cocoroca diciendo To-co-tó. En ellos una grave alegría se une a una liviana tristeza, y los años de esclavitud miran de frente y con lucidez los años de libertad precaria, constantemente conculcada: "Hombre negro triste se ve desde La Habana hasta Zimbambué." La grave alegría brota del solo hecho de nombrar las cosas, los paisajes los seres:
Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico,
fogosas y sensuales tierra mías.
¡Oh, los rones calientes de Jamaica!
¡Oh, fiero calalú de Martinica!
¡Oh, noche fermentada de tambores
del Haití impenetrable y voduista!
Dominica, Tortola, Guadalupe,
¡Antillas, mis Antillas!
Sobre el mar de Colón aupadas todas
sobre el Caribe mar, todas unidas,
soñando, padeciendo y forcejeando
contras pestes, ciclones y codicias,
y muriéndose un poco por la noche,
y otra vez a la aurora redivivas,
porque eres tú, mulata de los trópicos
la libertad cantando en las Antillas.
Es la "Mulata-Antilla", las islas-mujeres, el amor que libera, la premonición de Filí-Melé y el amor que exalta, subyuga y aniquila: "Yo te maté, Filí-Melé:/ tan leve tu esencia,/ tan aérea tu pisada,/ que apenas ibas nube ya eras nieve,/ apenas ibas nieve ya eras nada."
En toda esta imaginería se conjugan el amor y la muerte, la danza, el rito, los fieros bebedizos de ron con pimienta, la ardiente cachaza de esa interminable isla antillana de alma que se llama Brasil, las transparentes aguas a veces ferozmente enturbiadas por el ciclón, que siguen y siguen hasta llegar a Cozumel y rodear con un brazo de marinero la cintura mínima de Isla Mujeres, ahí frente a las costas de la península de Yucatán, en lo que llamamos, con deseo de unión, el Caribe mexicano.
Se conjugan también dos momentos de la mujer-isla; la osada juventud como un desafiante paradigma de la sensualidad:
En el raudo movimiento
se despliega tu faldón
como una vela en el viento;
tus nalgas son el timón
y tu pecho el tajamar;
vamos, velera del mar
a correr este ciclón
que de tu diestro marear
depende tu salvación.
¡A bailar!
Y el amor en la atardecida, exaltado también, pero pensativo, esperando aunque lo acompañe una sorda desesperanza:
Perdida y ya por siempre conquistada
fiel fugada Filí-Melé abolida.
Así nos habla desde el alma de un poema de amor y despedida que es, sin duda, uno de los más fuertes y originales de la poesía universal:
Un mar hueco, sin peces,
agua vacía y negra
sin vena de fulgor que la penetre
ni pisada de brisa que la mueva.
Fondo inmóvil de sombra,
límite gris de piedra...
¡Oh, soledad, que a fuerza de andar sola
se siente de sí misma compañera!
El poeta va hacia su muerte y el último amor le entrega para el viaje un perfume a la vez pálido y poderoso. La cercanía de un final presentido concitó las memorias de los días dorados y, gracias a estos fantasmas, no desapareció del todo la esperanza. Sabía Palés que la poesía –arte de las artes en la realidad americana– no cambia nada, pero cuando es verdadera y cumple las obligaciones de sinceridad y de belleza formal de la que habló Darío, tiene una acción y función que se fijan en el tiempo, producen gozo a quienes la escuchan, y dejan su impronta en las conciencias individuales y en lo que con cierta cautela hemos dado en llamar "conciencia colectiva".
Por las calles antillanas y por las calles del mundo todo, la mulata de Palés Matos pasa bailando las plenas y danzas rituales del Caribe, mare nostrum de las incansables mezclas. Su danza libertaria tiene todas las formas de vida; el deseo, la búsqueda del propio ser, la soledad, las humillaciones, los dolores, el amor y el desencuentro. La contemplamos con los ojos abiertos y el aliento entrecortado, pues con ella pasan la juventud, la libertad y la poesía que nos devuelve a la casa del padre y nos dice una palabra que nada significa y lo dice todo:
¿Por qué ahora la palabra
Kalahari?
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