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–¿Reportaje o documental? –El reportaje es más pragmático, más directo, más práctico, el documental es una operación artística alrededor de un problema de la realidad; pero he conocido grandes reporteros que son capaces de trascender el fenómeno puramente pregunta/respuesta, capaces de proporcionarte una metáfora de un país o de una situación determinada. No hay tanta diferencia entre el reportaje y el documental. En buenas cuentas, claro. Hay distintas sensibilidades. –¿Por qué no cine de ficción? –Me aburre. Me gusta verlo, pero hacerlo es una estructura de empresa que a mí no me va, es muy jerárquico. Es como un circo: gerente, subgerente, primer ayudante... un rollo. Hay quienes tienen la pasión, pero yo me siento inhibido. Prefiero el equipo pequeño y horizontal del documental, tres gatos juntos frente a un problema. Me apasiona la realidad porque se puede improvisar más. El campo de improvisación del documental no tiene límites, es desconocido; empiezas una película y no sabes qué va a pasar, qué vas a hacer mañana. Cuando Juan Carlos Rulfo se propone filmar el segundo piso, está el hilo conductor, el dispositivo, pero qué de cosas pasan, qué personaje elegir, a quién seguir, a quién dejar, filmar de noche o de día, con lluvia, dejar de filmar, son elementos aleatorios que eliges en el momento. –¿Piensas que se puede lograr en lo social esa horizontalidad que planteas en el documental? –Es bien poco lo que se puede esperar. Hoy día tenemos tan poco poder, estamos tan marginados, en el extra radio, que se ha producido una desconexión entre lo político y lo social, entre la vida cotidiana y los parlamentarios, que nunca bajan, están por ahí arriba y nosotros aquí abajo. En ese sentido me siento bastante perdido. Vivimos una época de transición seria, hasta que encontremos el mecanismo para volver a dar vuelta la tortilla. El capitalismo no resuelve nada, enriquece a una minoría y acumula los problemas, quedan en el aire flotando; va a llegar un momento en que va a hacer explosión. –¿Un mecanismo para llegar a un cambio podría ser el ejercicio de la memoria? –Es importante en Latinoamérica cultivar la memoria; nadie se preocupa de ella, todo queda tirado en el suelo. Hay grandes pintores, escultores, filósofos, profesores que en cuanto mueren se olvidan. Todo ese patrimonio hay que guardarlo, hacerlo más fuerte. La memoria no es más que fortalecerse, una forma de identidad; sin ella no hay identidad. Hay que defenderla, es un trabajo urgente. Últimamente se empiezan a retomar en Argentina los temas del dolor, la tortura, en Chile igual, en Perú, Bolivia, Ecuador. Hay conciencia de que hay que atesorar lo ocurrido, cultivarlo, elaborar las cosas malas. Pero sin duda es muy inferior al proceso de la memoria en Europa; allá la memoria ha llegado, se ha instalado en la sociedad de manera muy fuerte. En Latinoamérica es mucho más frágil, si haces cosas para la memoria te acusan de hacer cosas para el dolor, de quedarte pegado en el pasado, de involución, y eso es completamente falso. –¿Piensas que tiene que ver con el miedo o con qué? –Con el miedo y con la superficialidad. En Latinoamérica somos muy superficiales, no se analizan las cosas a fondo; se nota que son territorios nuevos, campamentos de civilización de doscientos años, no es nada. Todo nos resbala un poco, y esa consistencia es algo que hay que ir atesorando de a poco. Lo que ayuda a la madurez es guardar todo en una habitación, acumular el saber. Eso aquí en Latinoamérica, se tira por la ventana. –Hoy muchos se dicen apolíticos, los artistas militan en el arte por el arte, ¿por qué crees que se va creando ese tabú respecto al ser político? –En la contemporaneidad hay rechazo al arte comprometido, deseo de alejarse de la pedagogía y hacer "el arte por el arte". Cuando ves películas de Loach, choca ver tan directamente tratados los problemas. Estamos acostumbrados a la metáfora, a la alegoría, hemos llegado a un arte neutro. De a poco se va a recuperar ese lenguaje directo, el otro no da más de sí, sobre todo cuando nos enfrentamos a problemas que son absolutamente espectaculares: la escasez del agua, de petróleo, la polución monstruosa, las megaciudades, el choque de culturas, los sectores radicales. No hay alternativa más que volver a retomar la realidad e instalarla en el centro del arte. Pero se ha disgregado, se ha diasporado la idea de que arte, sociedad, vida, muerte, revolución están en el mismo plano. –¿Hay que adelantarse a los tiempos de la historia y hacer la revolución? –No sé si es posible hoy día. Lo que hace falta es vencer la enorme indiferencia que se ha apoderado de todos nosotros, que es muy grave. Pero no hay líderes. –¿Eres de los que sostienen que la derecha no es inteligente? –Por el contrario, creo que el capital es sumamente inteligente, las estructuras del capital internacional hoy día son dueñas de la inteligencia, compran la inteligencia en todas partes, se valen de ella: creo que no, que es un organismo muy preparado. La verdad es que el capital ha destruido la política. –¿Eres un contra-informador? –El documental contra informa porque no se pone en el punto de vista del poder, sino en el del ciudadano. Muestra lo que los otros no se atreven a mostrar, siempre ha tenido esa vocación rebelde. Nace como un género incómodo, que se quiso mantener controlado con una voz en off; si le quitas esa voz y le dejas más libertad, si le das cuerda, se vuelve en contra del sistema, casi siempre pasa así. Por eso quizá es que no ha llegado muy lejos. –¿El documental te aleja de la mentira? –Me permite establecer que con la verdad se puede luchar mejor que con la mentira. Yo lo practico porque me siento lleno de debilidades, trato de no meterme nunca en un lío que me vaya a significar tener que echar pie atrás: tomar un dinero que no me corresponde, usar una influencia que después se me puede venir en contra, hacer una película barriendo a un colega. Trato de no endeudarme moralmente, porque cuando haces eso envejeces mental, física y artísticamente. Es lo mismo en el trabajo que con tu círculo humano: es fundamental la ética cotidiana en la convivencia; el buen vivir. Uno puede hacer las cosas sin perjudicar al otro. Cuando te estableces en el robo, cuando te aceptas en él, eres hombre muerto. Hay muchos plenamente establecidos en la estafa, en lo inmoral, los encuentras en todas partes. Diría que esos son los verdaderos enemigos a combatir. Estamos sin partidos políticos, sin programa revolucionario, sin líderes de carne y hueso, pero si tenemos claro que hay que combatir esas desviaciones humanas que nos perjudican a todos, ahí está lo que ha cambiado desde la revolución clásica, la ideológica. Estamos en este limbo que nos permite vincular revolución, ética, comportamiento, conductas, humanismo. Claro que rodeados de una inmoralidad sistémica, ese cerco es el peor, y no tiene color político. |