Legitimidad del Ejecutivo
IGNACIO RAMÍREZ
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Ignacio Ramírez
Legitimidad del Ejecutivo
Todo gobierno es legítimo,
O por su origen o porque se
Hace tal por la aquiescencia
Del pueblo.
El Constitucional
Yo he dicho que no existe, en la República mexicana, un gobierno legítimo; esta verdad es tan notoria, que no sospeché me pondrían algunos opositores en la necesidad de probarla: procederé, pues, a sostener mi opinión sin hacer uso del colorido de la retórica, y limitándome a bosquejar exactamente los hechos y las personas.
Entre éstas, las que me combaten, pueden distribuirse en tres clases: favoritos, escritores asalariados y republicanos circunspectos. Los favoritos no conciben en su inocencia que hombre nacido pueda exponer por sólo el bien de la patria, un sueldo, un negocio en la Tesorería, o siquiera una sonrisa de Lerdo; por eso reducen todos sus argumentos a manifestarme que si el gobierno actual no es legítimo, tampoco yo soy legítimo magistrado de la Suprema Corte, ni legítimo literato y, por lo mismo, deberé perder mis "emolumentos". "No sea usted tonto", me dicen: y yo les replico: no soy tan tonto; cuando hablo de gobierno, me refiero, por ahora, al Ejecutivo, porque los diputados van a terminar su misióny y nadie se ocupa de la Suprema Corte, ni del catedrático de literatura; por otra parte, si yo "cayera" con el Ejecutivo, no crean ustedes que tuviera jamás ni dinero para vestirme de riguroso luto.
Los escritores asalariados me amagan con revelar mis errores y mis crímenes; si ellos conocen mi vida privada, será porque mis pecados son públicos, y nada nuevo referirán a los curiosos; además, yo pudiera alarmarme, avergonzarme, si la amonestación viniese de hombres honrados; y por último, sin perjuicio de consagrarles un "mienten" anticipado, bueno es que reflexionen en que he acometido la empresa de derribar grandes personajes y no puedo perder el tiempo en ocuparme de esos señores. Suponiendo verdaderos sus cargos, no destruirán mis argumentos.
No sucede así con los ataques del siglo xix; los respeto; y me ocuparía detenidamente en rechazarlos si no supiese de antemano que entre los señores Zarco y Juárez hay un comercio de amistades antiguo; es un matrimonio de viejo y vieja aceptado por la sociedad y por la iglesia, pero infecundo. Legitimidad, dice el Diccionario castellano, calidad de lo que es legítimo. Legítimo, conforme a la ley o derecho. Legitimación, acto de legitimar. Legitimar, probar o justificar la verdad de alguna cosa, o la calidad de alguna persona o cosa conforme a las leyes.
Escriche trae estas doctrinas: "Legítimo, lo que es conforme a las leyes. Legitimación, un acto que constituye en el estado de hijo legítimo al que ha nacido fuera de matrimonio. Legal, lo que está prescrito por ley o es conforme a ella." ¿Para qué es hacer gala de una erudición a la Pepe Iglesias? ¡La legitimidad supone una ley!
La ley que produce la legitimidad de nuestro Poder Ejecutivo existe desde 1857; es la Constitución que el mismo poder sólo conoce y estudia para quebrantarla. Según las disposiciones terminantes de ese código, don Benito Juárez, terminado su período "legal", debió entregar la presidencia a don Jesús G. Ortega; en vez de hacerlo así, el mismo don Benito se declaró presidente para continuar en un período que no era "legal"; si ese período indeterminado hubiera sido "legal", el pueblo no se viera todavía convocado, como lo fue, para elegir presidente: por lo mismo, don Benito, en un tiempo "no legal", ha sido presidente no legítimo. Don Benito era ilegítimo cuando expidió la famosa convocatoria.
Los escritores que saben hacer uso del lenguaje técnico, convienen fácilmente en que don Benito, durante muchos meses, no ha sido un gobernante legítimo, pero observan que a pesar de ese pecado original, ha podido ser "legitimado". A nuestro intento bastaría probar que el gobierno no es originariamente legítimo; pero en la generosa agitación con que los ánimos esperan la lucha electoral, muy provechoso será detenernos en el examen de si el actual Ejecutivo ha sido "definitivamente legitimado"; y también pesaremos las consecuencias de esa "legitimación" con que se pretende subsanar la falta de matrimonio.
La legitimación de los gobiernos se verifica por elección, que equivale al subsecuente enlace, o por la prescripción que se funda en la tolerancia de los pueblos. ¡La elección! La hizo el gobierno; si algunos ignoran o quieren ignorar lo que ha pasado, bueno es que sepan que la nación en masa fue declarada intervencionista y encontró cerradas las puertas de los colegios electorales; ¿quién ignora que González Ortega fue apresado para que no figurase como candidato?, ¿quién se atreverá a sostener que Porfirio Díaz fue vencido, ya no por don Benito, sino, ¡oh vergüenza! por Lerdo, sin la criminal intervención del Poder Ejecutivo? En Guanajuato, León Guzmán; en Puebla, Méndez; en el estado de Guerrero, Jiménez, han sucumbido a pesar de su popularidad, para que no tropezaran con obstáculos los agentes del ministerio. Cuervo, Bustamante, García, han cambiado votos por nombramientos. Los mismos diputados, si quieren, pueden dar fe de que en la mayor parte de las actas electorales falta el número o abundan contravenciones que nulifican el sufragio. Resultó lo que era natural; las únicas elecciones legítimas fueron aquellas en que triunfaron los enemigos del gobierno.
La elección nada dice a favor de la legitimación. ¿Se apoyará ésta en la tolerancia del pueblo? ¿Puede alegarse una prescripción de dos años no cumplidos? Y, de entonces a la fecha, ¡cuántas protestas!, ¡cuántas revoluciones! Si Patoni ya no habla, no es porque una liquidación le haya tapado la boca. ¿Quién, por último, olvidará el escándalo de la convocatoria?
Pero, supongamos al Ejecutivo legitimado, supongámoslo legítimo. Este título, poderoso en una monarquía, se rompe fácilmente en una república desde el momento en que los encargados del poder se burlan de sus sagrados compromisos; por eso hoy las naciones, conformándose con los gobiernos de hecho, les perdonan su dudoso origen, les legitiman siempre que los gobernantes satisfacen las necesidades de libertad y de progreso que animan a todos los pueblos.
¿Qué necesidades ha satisfecho la administración presente? Responda la miseria general y la bancarrota del erario, precisamente cuando las rentas han sido pingües y han desaparecido en más de una mitad los compromisos. Un general que recibe dinero provoca una suspensión de pagos. Por único consuelo se nos dice que se respeta la prensa; es verdad, se respeta en algo, hasta donde los atentados provocarían un conflicto. Pero, sin detenernos en los jueces que conocen complacientemente de los ataques a la vida pública como si fueran ataques a la vida privada; sin hablar de los periódicos oficiosos pagados para difamar a los independientes: ¿cómo olvidan esa corrupción porque ha disminuido misteriosamente las filas de la prensa oposicionista? ¡Honor a los fieles! ¡Mengua también a los que antes hablaron y ahora callan, porque su silencio, si no lo justifican con la palabra o con los hechos, pasará por sospechoso!
Culpa es en gran parte del gobierno y sus defensores el estado de exaltación a que ha llegado la polémica política; indignada la nación por los asesinatos y el despilfarro y el descrédito, se conformaba al principio con un cambio en el ministerio; esta condescendencia se tiene hasta en las monarquías absolutas; no queríamos que se mandase con un nudo el cordón de seda a Lerdo y a los otros visires; pretendíamos que se fuesen a disfrutar de los bienes que la fortuna pueda haberles dado; pero cuánta fue nuestra sorpresa e indignación cuando sofísticamente se proclamó el principio de que la opinión pública no puede obligar al presidente a un cambio de política y de ministros! Aceptamos el principio, y deseamos un cambio completo.
Digno es de observarse con este motivo, que los defensores de la actual administración se declaran partidarios de la doctrina que establece que no hay hombres necesarios; parece que siguen esa doctrina en la teoría y la limitan en la práctica. Fácil es, en efecto, decir, por ejemplo, de Voltaire: "Se distinguía de sus contemporáneos como el Sol de las estrellas; todos alumbran, pero por donde Voltaire pasaba era de día; sin embargo, ese gigante no fue un hombre necesario; lejos de eso, no sospechaba la economía política que engendraba Smith, no comprendía la revolución que formaba Rousseau; no fijaba sus miradas sobre el mundo antediluviano que salía de las manos de Daubenton para que el espíritu de Cuvier le designase una órbita invariable y desconocidas producciones." Cualquiera puede ser imparcial de ese modo con los más grandes personajes de los tiempos antiguos y modernos; pero ¡suponedme a Voltaire donde está don Benito! Cuando se trata de un individuo que maneja fondos cuantiosos, aun cuando sea Izaguirre, lo piensa "uno" dos y tres veces antes de resolverse a proclamar que el susodicho no es un hombre necesario. Nada habrá uno recibido, nada esperará, pero ¿por qué quemar las naves de Cortés a las mismas puertas del erario?
El gobierno, digámoslo sin vacilar, se encuentra en estado de legitimación; no buscamos su purificación en los trastornos públicos, sino simplemente en la urna electoral: si es legítimo por su origen y por sus obras, que no encomiende la elección a los gobernadores; el pueblo libre lo sostendrá hasta donde le convenga.
La legitimidad en los gobiernos es su alimento; lo digieren día a día. ¿La conducta del Ejecutivo en las actuales elecciones, será la más a propósito para legitimarlo? Nos atendremos al resultado; sobre los hechos notorios, bástenos hacer una observación: los gobernadores, acaudillados por el de Durango, prestando pleito-homenaje al "personal" del Ejecutivo, han ofrecido "defenderlo"; como la mayor parte de esos gobernadores no pueden defenderlo con armas, porque antes el gobierno general los defiende, el único servicio que pueden prestar a su cliente es la defensa en la lucha electoral. Tendremos, pues, un acto más de legitimación tan respetable como el de Paso del Norte.
Odio las revoluciones armadas porque ellas producen jefes civiles y militares como los que hoy se apoderan de la urna electoral; pero aplaudo las revoluciones que sólo cuentan con la fuerza de la opinión: así se puede ser legalmente revolucionario. El día de hoy el pueblo pierde las elecciones en todas partes, con toda seguridad en el Distrito Federal; en esta noche el gobierno recibirá cien partes telegráficos clamando: ¡Victoria! Para celebrarla se apelará al festín; aún quedan algunas botellas y copas que pertenecieron a Maximiliano; se beberá la sangre del difunto en su cráneo. La opinión derrotada en las casillas, ante la comprada legitimidad, trazará las palabras aquellas que los eruditos del gabinete descifrarán algún día: Thecel, Mane Phares!
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